Juliette termino por delegar en ellos la eleccion entre radio y quimioterapia. Hoy consideran que fue una monstruosidad dejarles que eligieran, y de paso, infundirles esta duda esteril y torturadora: al escoger la otra opcion, ?se habria evitado lo que vino despues? Juliette fue sometida a radioterapia, tratamiento menos fuerte y que no provoca la caida del cabello. Al cabo de unos meses la dieron por curada. Reanudo el baile, las clases, participo en un desfile de moda. Ya no se hablaba de su enfermedad, de la que por lo demas se habia hablado apenas: Antoine, que en esta epoca tenia catorce anos, nunca oyo la palabra cancer.
El verano siguiente, en Bretana, Juliette empezo a trastabillar y a perder el equilibrio. Ella, por lo general tan viva, estaba de mal humor, desganada. De hecho, intentaba ocultar y sobre todo ocultarse a si misma que las piernas le respondian cada vez menos. La historia se parece a la de Etienne, algunos anos antes, con la diferencia de que en Juliette no se trataba de una recidiva de un cancer. Las primeras pruebas no fueron concluyentes, le practicaron no menos de tres punciones lumbares de las que guardaria un recuerdo atroz. Sus padres se temian una esclerosis multiple. Por ultimo, un neurologo del Hospital Cochin les dijo la verdad. Tenia una lesion que databa de la radioterapia. Al contar las vertebras para despejar la parte de la espalda que debia exponerse a los rayos, debieron de equivocarse y superponer dos campos de irradiacion. La medula espinal, en la zona irradiada dos veces mas de lo necesario, habia sufrido danos y en consecuencia la transmision nerviosa llegaba mal a las piernas, cuyo movimiento ya no controlaba. Pero ?que se puede hacer?, preguntaron Jacques y Marie-Aude, anonadados. Tratar de limitar los danos, respondio el neurologo, con una mueca poco alentadora. Aguardar a que se estabilice. Lo perdido no se recupera, hay que ver ahora hasta donde llega.
La verdadera pesadilla empezo a partir de entonces. Ni Jacques ni Marie-Aude se atrevian a repetir a Juliette lo que les habia dicho el neurologo. Se mostraban evasivos, esperaban a estar solos para estallar en sollozos. Jacques revivia incesantemente una pequena escena que se habia desarrollado seis meses antes: habia acompanado a Juliette para el tratamiento y, al esperar detras de la puerta, habia oido a los radiologos discutir entre ellos sobre el centraje, es decir, los puntos de referencia trazados en la espalda de su hija; parecian no estar de acuerdo, habia oido alzarse una voz que le habia inquietado un poco y, retrospectivamente, se decia que el error se habia cometido en aquel momento. Porque se trataba de un error, en efecto, y no consistia en haber elegido la radio en vez de la quimioterapia: la radio habia curado perfectamente a Juliette del linfoma, pero se la habian aplicado mal y sus piernas pagaban aquella negligencia. Acosaron al centro de radioterapia, quisieron que el jefe del servicio afrontase sus responsabilidades. Se acuerdan de que era un hombre frio y engreido, a la vez indiferente a su angustia y desdenoso de sus competencias cientificas. Descarto con un reves de la mano el diagnostico del neurologo de Cochin, nego todo error y atribuyo lo que en adelante habia que llamar la invalidez de Juliette a una «hipersensibilidad» al tratamiento del que no se podia culpar a nadie mas que a la naturaleza. Poco le falto para decir que era culpa de Juliette. Jacques y Marie-Aude odiaron a aquel mandarin como jamas han odiado a nadie en su vida, teniendo la confusa conciencia de que a traves de el odiaban su propia impotencia. Cuando finalmente le pidieron que les dejara consultar el historial de su hija, el, suspirando, prometio comunicarselo, pero no lo hizo: mas tarde les dijeron que habia desaparecido.
?Y Juliette, entretanto, que pensaba? Helene recuerda que sufria lo que en la familia llamaban sus «migranas»: se quedaba dias enteros en la oscuridad, no se podia hablar con ella ni tocarla, cualquier solicitacion sensorial se convertia en una tortura para ella. Se acuerda tambien de lo que le habia confesado su madre, de una forma precipitada y en voz baja: que Juliette corria el riesgo de acabar en una silla de ruedas, pero que no debia saberlo porque si lo sabia dejaria de luchar. Hoy, la propia Marie-Aude revela con un soplo que no se atrevia a ir a trabajar por la manana porque temia que Juliette, a pesar de toda la valentia que le reconocian, «hiciera una tonteria». La atmosfera en la casa estaba infinitamente mas cargada que un ano antes. La enfermedad de Hodgkin es grave, pero se cura en nueve de cada diez casos, y aunque el peligro era real, enseguida y con razon lo juzgaron atajado y luego lo descartaron: era un percance molesto, cuando en realidad se avecinaba la catastrofe.
La palabra tabu era «irreversible». Jacques y Marie- Aude describen aquel ano como una lucha de cada instante, en primer lugar para no pronunciarla, despues para reunir el valor de hacerlo. Al principio se negaron a admitir ellos mismos lo que se negaban a decir a su hija. Luego no hubo mas remedio que hacerlo. Como Juliette se acercaba a la mayoria de edad, les aconsejaron que elaborasen un historial que le diera derecho a subsidios, a una tarjeta de discapacidad, a examinarse para el carnet de conducir en un coche especialmente preparado y a otras ventajas que en lo sucesivo formarian parte de su vida. El historial contenia una declaracion certificando una lesion estabilizada, pero definitiva, de la medula espinal. Postergaron todo lo posible el momento de reunir estos documentos, de firmarlos, de hacer que algunos los firmase Juliette, que no los comento. Recibio su tarjeta de minusvalida unos dias antes de cumplir dieciocho anos.
A los dieciocho anos, aquella chica encantadora y deportista tuvo que admitir que no caminaria nunca como los demas. Una de las piernas quedaria casi inerte y la otra totalmente, las arrastraria apoyandose en muletas, no podria separarlas cuando hiciese el amor por primera vez. Tendrian que ayudarla, como la ayudaban para salir de la banera o subir una escalera. En uno de los textos que se leyeron en su entierro, alguien vinculo su vocacion por la justicia con la injusticia que ella habia sufrido. Sin embargo, cuando sus padres pensaron en llevar a juicio al centro de radioterapia, Juliette, que era estudiante de derecho, se opuso. No era
Sabiendo que era definitiva, le horrorizaba que le dijesen amablemente: nunca se sabe, quiza te repongas. Con la mejor intencion del mundo, la madre de Patrice queria esperar que algun dia se produjese un cambio subito, que un dia volveria a caminar. Partidaria de las medicinas paralelas, insistio mucho en que Juliette fuera a ver a una curandera que le impuso las manos y despues enseno a Patrice como darle un masaje en la espalda: de arriba abajo, muy largamente, y cuando llegase al sacro tenia que dispersar las energias malas sacudiendo con vigor la mano. El ejecuto la consigna concienzudamente durante varias semanas, confiando en una mejoria. A ella, por su parte, le gustaba el masaje, pero gratuitamente, no con la esperanza de una curacion. Termino por decirselo a Patrice, y tambien le dijo que no le agradaba que la llevase por senderos de montana en una especie de silla de manos, o que en las playas de las Landas la animase a revolcarse en las olas, como si pudiera hacerle algun bien. Ya habia bastantes cosas que le hacian bien para que ademas tuviera que obligarse a hacer aquellos melindres. Por ingeniosos que sean, no le interesaban los artilugios que permiten esquiar o escalar el Mont Blanc a alguien que no se tiene en pie. No eran para ella. Patrice lo comprendio y renuncio a la esperanza de que algun dia volviese a caminar. No la habia conocido sin muletas, la amaba con ellas.
La escena se desarrolla en el despacho de Etienne a las seis de la tarde, unos meses despues de conocerse. Deberian haber vuelto directamente, el a Lyon, ella a Rosier, pero Juliette sabe ya que a Etienne, antes de echar el cierre, le gusta quedarse un momento sentado en su sillon, con los ojos cerrados, sin moverse. No piensa especialmente en el trabajo cumplido, ni en el que le espera, y si lo hace es sin esforzarse, sin demorarse en pensarlo. Sigue lo que se le pasa por la cabeza, se deja flotar, no juzga. A ella le gusta verle en ese momento, y el, que hasta entonces preferia disfrutarlo solo, aguarda con placer estas visitas. Hablan o no hablan: no les causa ningun problema permanecer en silencio juntos. En cuanto ella entra, aquella tarde, y se sienta cruzando las muletas contra el brazo de la butaca, el intuye que algo va mal. Ella dice que no, que esta bien. El la apremia. Ella termina contandole un incidente sucedido esa tarde. Un incidente es mucho decir: una pequena tension, pero que a ella le ha producido un efecto penoso. Ha pedido a un ujier que fuera a buscarle sus expedientes al coche, y el otro ha ido a recogerlos suspirando. Es todo. No ha dicho nada, solo ha suspirado, pero al suspirar decia, o en todo caso Julietteha oido, que le fastidiaba estar obligado a prestarle un servicio porque ella era una invalida. Sin embargo, dice ella, pongo mucha atencion en no abusar…
Etienne la interrumpe: te equivocas. Deberias abusar mas. No hay que caer en esa trampa, jorobarse la vida jugando al invalido que hace como si no lo fuera. Hay que ser claro en esto, considerar que la gente te debe esos pequenos servicios, y ademas es cierto que te los deben, y la mayoria de las veces te los prestan muy a gusto porque estan muy contentos de no estar en tu lugar, y prestarte un servicio les recuerda hasta que punto estan contentos: no se les puede reprochar, si empezaramos a hacerlo no terminariamos nunca, pero es la verdad.