– Estoy bien, Jenny -respondi, en tono amable-. No pierdas tu autobus.
Me miro durante un largo momento, con los labios temblorosos. Sabia que me amaba de verdad, pero al igual que todo lo que tocaba… era demasiado tarde.
Me aparte de ella. Un momento despues, vi cerrarse la puerta principal y supe que estaba realmente solo.
CAPITULO NUEVE
Durante los tres dias siguientes permaneci solo, escuchando los informativos y encargando la comida a un restaurante vecino.
El telefono no me dejaba tranquilo: personas que llamaban para ver como estaba, amigos que querian venir a verme y se ofendian cuando les decia que no queria ver a nadie. Por ultimo, deje de contestarlo.
El tercer dia por la manana, el doctor Summers me quito los vendajes. Exceptuando una calva en la parte posterior de la cabeza, me dijo que estaba como nuevo. Y que era el momento de hacer el crucero. Le conteste que lo estaba pensando y me deshice de el.
Empece a arrepentirme de haber tratado a Jenny de aquella manera. Estaba tan asustado que necesitaba estar solo, pero ahora que empezaba a recuperarme lentamente, me dije que jamas atraparian a Fel y a Rhea.
Podian estar en Mexico o en Sudamerica y yo podia pasar el resto de mi vida pegado a los informativos de la radio.
?Debia llamar a Jenny y explicarle que habia estado preocupado y que ahora me apetecia otra vez hacer el viaje? ?Perdonaria mi comportamiento y vendria conmigo?
Lo dudaba.
Tal vez fuera mejor aguardar un par de semanas y, si para entonces no tenia noticias de los Morgan, iria.
Escribi una carta a Jenny en la que intentaba explicarle como me habia sentido y como ahora me encontraba mejor, y le preguntaba si querria acompanarme en el viaje que planeaba hacer en breve pero, despues de leerla, me parecio tan poco sincera que la rompi.
Al cuarto dia, hice un esfuerzo y tome un taxi para ir a la tienda. Llevaba el collar Plessington en el maletin.
Me recibieron calurosamente la senorita Barlow, Pierre Martin y Hans Kloch. Hasta Terry me dijo que se alegraba de verme mejor, aunque sin demasiado entusiasmo.
Entre en el despacho de Tom Luce y coloque el maletin con el collar sobre su escritorio.
– Tom… quiero explicarte lo del collar -le dije.
Me miro de una forma extrana, asintio y espero.
Le conte la verdad: como Sydney habia querido vender el collar por su cuenta, como yo le habia advertido que no era etico y su insistencia.
– Lo se -me dijo, con tranquilidad-. Como veras, Larry, estoy enterado de mucho. Yo manejo las acciones de Sydney y, cuando me dijo que queria vender una parte por valor de tres cuartos de millon y me entere de que la senora P. estaba endeudada hasta el cuello, no me fue dificil sumar dos mas dos. A mi no me preocupo y lamento que le haya preocupado a Sydney.
– Ahora el collar es mio -le dije-. Lo entrego a la empresa, Tom. Cuando lo vendamos, utilizando el diseno de Sydney, quiero que sea la empresa la que obtenga los beneficios.
– Asi es como debe actuar un socio -comento Tom-, pero la empresa te lo comprara al precio que pago Sydney. Es mas que justo, ?no? Las ganancias de la venta seran de la empresa.
– Muy bien… Comprame algunas acciones, Tom. Tu cuidabas los intereses de Sydney, te agradeceria que te ocuparas de los mios tambien.
Eso le agrado.
Hablamos de negocios. Tanto Martin como Kloch trabajaban muy bien, y hasta Terry se comportaba como correspondia.
– No creo que sea conveniente que empieces a trabajar todavia, Larry -sugirio Luce-. No te veo muy bien. ? Por que no haces un crucero?
– Lo estoy pensando, aunque para mas adelante. Ahora ire al apartamento de Sydney. Antes de emprender el viaje, quiero vender el mio y los muebles e instalarme en casa de Sydney. Asi que me quedare alrededor de una semana mas. Si tienes alguna duda sobre algo, no dejes de consultarme.
Cuando deje a Tom fui al apartamento de Sydney. Harry Gregson, el portero de dia, me saludo cuando pase junto al mostrador.
– Me alegro de volver a verle, senor Carr -me dijo-. Que asunto tan feo. La verdad es que echo de menos al senor Sydney… Era todo un caballero.
– Si. -Hice una pausa y le pregunte-: Voy a quedarme en el apartamento, Harry. ?Tienes las llaves?
– Si, senor. Lo lei en el periodico. Espero que tenga buena suerte, senor Carr. A la gente de aqui nos agrada que se mude usted a este edificio.
– Gracias, Harry.
– Desde que se fue la policia no ha subido nadie. Habra que limpiarlo antes de que se traslade.
– ?Tiene la direccion de Claude, Harry? No se si querra trabajar para mi.
– No veo por que no. Tengo su numero de telefono. Un momento… -Fue a la porteria y, tras revolver en el cajon de una mesa, volvio con un trozo de papel en la mano-. He oido decir que estaba muy triste.
– ?No ha estado aqui desde…?
– No, senor. Se fue a vivir con su anciana madre dos semanas, pero calculo que ya debe de haber regresado.
– Lo llamare. -Cogi el trozo de papel y las llaves del apartamento-. Gracias, Harry. Solo voy a echar un vistazo. No tardare.
Mientras el ascensor me subia al apartamento, volvi a recordar aquella noche fatal. La idea de entrar en la casa de Sydney por primera vez desde su muerte me acobardo.
Dude ante la puerta. Tenia una sensacion de malestar, pero era una locura. «Sydney esta muerto», me dije. Aquel maravilloso apartamento me pertenecia ahora… ?era mi futura casa! Debia librarme de ese complejo de culpa. ?Yo no era el responsable de su muerte! Me lo habia repetido una y otra vez durante mis horas de soledad. Tenia que arrancarme aquella culpabilidad de la mente.
Meti la llave en la cerradura y entre en el vestibulo. Observe que el aire acondicionado estaba encendido y me detuve a escuchar. ?Habria dejado la policia encendido el aire acondicionado? ?No habria subido nadie a ver si las luces y el aire acondicionado estaban apagados?
Sorprendido, abri la puerta.
Frente a mi, con un revolver en la mano, estaba Fel Morgan.
Desde el piso de abajo se oian los ladridos de un perro y un murmullo de voces. Permaneci inmovil, mirando el arma que podia causar la muerte.
A traves de los dobles ventanales se filtraba el sonido de la sirena de una ambulancia. Abajo y lejos de mi, Paradise City vivia su vida.
Aparte la vista del arma y mire a Fel a los ojos. Cuando lo hice, bajo la automatica y me dijo con tono de espanto:
– ?Por Dios! ?Pensaba que era la policia!
Vi que estaba mas asustado que yo y eso me tranquilizo un poco, aunque el corazon me seguia latiendo con fuerza y tenia la boca seca. Le observe.
?Que mal aspecto tenia!
Estaba sucio, extenuado y con la barba crecida. Olia mal. Todavia llevaba la chaqueta roja con los bolsillos negros pero resultaba casi irreconocible bajo aquella capa de mugre. Sus zapatos estaban cubiertos de barro, como si hubiese atravesado un pantano. Tenia los ojos hundidos por el miedo. Y exhalaba el aire de forma entrecortada por entre los dientes sucios.