Al salir de casa Salviati, Brunetti miro el reloj. La una menos veinte. Volvio a tomar el
A la izquierda de la entrada estaba el mostrador y, detras de este, en un estante, varias damajuanas de cuyos golletes salian largos tubos de caucho. A la derecha, dos arcos daban acceso a otra sala, y alli, en una mesa situada junto la pared, vio a su suegro, el conde Orazio Falier. El conde, con una copa de lo que parecia
–
El conde miro por encima del diario y, dejandolo abierto en la mesa, se levanto.
–
– Recuerda que era yo el que queria hablar contigo.
El conde dijo entonces:
– Ah, si, los Lorenzoni, ?verdad?
Brunetti aparto la silla situada frente al conde y se sento. Miro el diario, preguntandose si, a pesar de que el cuerpo aun no habia sido identificado, ya habria llegado a la prensa la noticia del hallazgo.
El conde, interpretando la mirada de su yerno, dijo:
– Todavia no dicen nada. -Sin apresurarse, doblo el periodico meticulosamente por la mitad una vez y luego otra.
– Que horror, ?verdad? -dijo levantando el diario entre los dos.
– No si te gusta el canibalismo, el incesto y el infanticidio -respondio Brunetti.
– ?Has leido el de hoy? -Brunetti movio la cabeza negativamente y el conde explico-: Viene la noticia de una mujer de Teheran que mato al marido, pico el corazon y se lo comio en un guiso que se llama
Hacia tiempo que Brunetti habia perdido toda la confianza que pudieran haberle merecido los gustos del gran publico, por lo que contesto:
– Yo diria que los lectores de
El conde lo miro y asintio.
– Tienes razon, seguramente. -Lanzo el diario a la mesa vecina-. ?Que quieres saber de los Lorenzoni?
– Esta manana has dicho que el chico no tenia el talento del padre. Me gustaria saber talento para que.
–
Brunetti, sintiendose ya mas comodo al oir veneciano, pregunto:
– Hacer dinero, ?de que manera?
– De todas las maneras posibles: acero, cemento, barcos. Si quieres transportar algo, los Lorenzoni te lo llevan. Si quieres construir o fabricar, los Lorenzoni te venden los materiales. -El conde penso en lo que acababa de decir y agrego-: Seria un buen eslogan, ?no crees? -Cuando Brunetti asintio, el conde agrego-: Y no es que los Lorenzoni tengan necesidad de hacer publicidad. Por lo menos, en el Veneto.
– ?Tienes tratos con ellos? Quiero decir de negocios.
– Antes utilizaba sus camiones para llevar tejidos a Polonia y traer… No estoy seguro, porque de eso hace cuatro anos por lo menos, pero me parece que era vodka. Ahora, desde que se han relajado los controles de fronteras y las disposiciones aduaneras, me resulta mas economico utilizar el tren, por lo que ya no trato con ellos.
– ?Y socialmente, los tratas?
– No mas que a unos cientos de personas de la ciudad -dijo el conde y levanto la mirada al acercarse la duena.
Era una mujer joven que llevaba una camisa masculina embutida en un pantalon vaquero recien planchado y el pelo tan corto como un hombre. Aunque no iba maquillada, su aspecto no tenia nada de androgino, por la forma en que el vaquero se arqueaba sobre sus caderas, y la camisa, con los tres ultimos botones desabrochados, revelaba que, aunque no llevaba sosten, tampoco estaria de mas.
– Conde Orazio -dijo la mujer con una voz de contralto profunda, calida y prometedora-, celebro volver a verlo. -Miro a Brunetti haciendole extensiva la hospitalaria sonrisa.
Brunetti recordo que el conde le habia dicho que regentaba el local la hija de un amigo, por lo que quiza era en su calidad de viejo amigo de la familia que el conde pregunto:
–
– Bien, muchas gracias. -El conde indico a Brunetti con un ademan-. Mi yerno.
–
– ?Que nos recomiendas hoy, Valeria? -pregunto el conde.
– Para empezar, tenemos
Pues serian congeladas, penso Brunetti. Aun era pronto para lechas de sepia frescas. Pero las sardinas estarian bien. Paola nunca tenia tiempo para limpiar sardinas y hacerlas marinar con cebolla y pasas, por lo que poder tomarlas ahora seria un regalo.
– ?Que dices tu, Guido?
–
– Si. Para mi tambien.
–
Los dos hombres asintieron.
– Y despues, tenemos
– ?Como estan hechos? -pregunto el conde.
– El
– ?Es bueno el
Por toda respuesta, la mujer hundio el nudillo del indice de la mano derecha en la mejilla y lo hizo girar relamiendose.
– Entonces decidido -sonrio el conde-. ?Y tu, Guido?
– Para mi,
– ?Vino? -pregunto la mujer.
– ?Teneis del Chardonnay que hace tu padre?
– Es el que bebemos nosotros, senor conde, pero no solemos servirlo. -Al ver su gesto de decepcion, agrego-: Pero puedo traerles una jarra.
– Gracias, Valeria. Lo he bebido en casa de tu padre y es excelente.
Ella movio la cabeza de arriba abajo, en reconocimiento de esta verdad y bromeo:
– Pero que no le oigan los de Hacienda.
Antes de que el conde pudiera hacer un comentario, sono una voz en la otra sala, y la mujer dio media vuelta