confianza.
– Ninguna de esas cosas es necesariamente ilegal -dijo el conde.
Brunetti movio la cabeza negativamente.
– Esa no es la cuestion. Por eso me han venido a la mente. -Hizo una pausa y prosiguio-: Quiza los politicos puedan proporcionar ejemplos mejores: dar contratos a los amigos, fundar las decisiones de gobierno en los deseos personales, dar cargos a los parientes.
– ?Es decir, el pan nuestro de cada dia de la politica italiana? -atajo el conde.
Brunetti asintio con gesto de cansancio.
– Pero tu no puedes decidir de la noche a la manana que esas cosas son ilegales y empezar a castigar a la gente -dijo el conde.
– No. Quiza lo que quiero decir es que me importa mucho tratar de descubrir a los que hacen el mal, no solo a los que hacen cosas ilegales, o que cuando me pongo a cavilar sobre la diferencia saco la conclusion de que tan malo es lo uno como lo otro.
– Y tus cavilaciones hacen sufrir a tu mujer. Lo que nos lleva otra vez al punto de partida. -El conde alargo la mano y oprimio el antebrazo de Brunetti-. Se que esto debe de resultarte ofensivo. Pero ella es mi nina y siempre lo sera, y por eso he querido decirtelo. Antes de que te lo diga ella.
– No creo que pueda darte las gracias por esto -confeso Brunetti.
– Eso no importa. Lo unico que me interesa es la felicidad de Paola. -El conde medito lo que iba a decir a continuacion-. Y, aunque te cueste trabajo creerlo, tambien me interesa la tuya, Guido.
Brunetti asintio. De pronto, se sentia tan conmovido que era incapaz de hablar. Al observarlo, el conde hizo una sena a Valeria, como si escribiera en el aire. Cuando se volvio otra vez hacia Brunetti, dijo con voz completamente normal:
– Bien, ?que te ha parecido la comida?
En el mismo tono, Brunetti contesto:
– Excelente. Tu amigo puede estar orgulloso de su hija. Y tu puedes estarlo de la tuya.
– Lo estoy -dijo el conde con sencillez. Miro a Brunetti y agrego-: Y, aunque te cueste creerlo, tambien lo estoy de ti.
– Gracias. No tenia ni idea. -Antes de hablar, Brunetti habia pensado que seria dificil decirlo, pero las palabras le salieron casi sin sentir.
– No; ya me lo imaginaba.
9
Brunetti no volvio a la
– ?Lo han robado? -pregunto Brunetti con una sonrisa, senalando con un movimiento de la cabeza hacia la puerta del
– No, senor. Lo que ocurre es que ha llamado el
– ?Ha vuelto el de almorzar?
– Si, senor. Hace unos diez minutos. Ha preguntado donde estaba usted. -No habia que ser un as de la criptografia para descifrar el codigo que se utilizaba en la
– Ahora mismo voy -dijo Brunetti, encaminandose hacia la escalera principal.
– Su abrigo esta en el armario de su despacho, comisario -grito Pucetti a su espalda, y Brunetti levanto una mano dandose por enterado.
La
– Le he dejado el informe de la autopsia en su mesa. -Aunque sentia curiosidad, Brunetti se abstuvo de preguntar que decia, seguro como estaba de que ella lo habria leido. Si ignoraba el resultado, no tenia por que hablar de la autopsia a Patta.
Brunetti reconocio las paginas salmon de
– ?Controlando su cartera? -pregunto.
– En cierto modo.
– ?Y eso?
– Una empresa en la que habia invertido ha decidido abrir un laboratorio farmaceutico en Tadzikistan. Hay un articulo que trata de la apertura de mercados en la antigua Union Sovietica, y queria informarme, porque no se si seguir con ellos o sacar mi dinero.
– ?Y que opina?
– Que todo apesta, eso es lo que opino -respondio ella doblando el periodico con energia.
– ?Por que?
– Porque parece que esa gente ha pasado directamente de la Edad Media al capitalismo mas avanzado. Hace cinco anos, intercambiaban martillos por patatas y ahora todos son grandes empresarios con
– ?Demasiado riesgo?
– No; todo lo contrario -dijo Elettra con calma-. Creo que seria una inversion de lo mas rentable, pero no quiero que mi dinero sea utilizado por gente que no tendria escrupulos en traficar en cualquier cosa, comprar y vender cualquier cosa y hacer cualquier cosa con tal de conseguir beneficios.
– ?Lo mismo que el banco? -pregunto Brunetti. Hacia varios anos, cuando entro a trabajar en la
Ella levanto la mirada con ojos brillantes, como el caballo del ejercito que acaba de oir la trompeta que ordena la carga.
– Exactamente. -Pero, si el esperaba que se explayara en el tema o hiciera comparaciones entre uno y otro caso, ella lo defraudo.
Lanzando una mirada elocuente a la puerta de Patta, dijo:
– Le esta esperando.
– ?Alguna idea?
– Ninguna.
Se represento de pronto a Brunetti un grabado de su libro de Historia de quinto curso, en el que un gladiador romano saluda al emperador antes de iniciar una batalla con un adversario que no solo tiene una espada mas larga sino que, ademas, le lleva por lo menos diez kilos de ventaja.
–
–
Dentro del despacho, persistia la evocacion de la antigua Roma, ya que Patta estaba de perfil, mostrando su nariz autenticamente imperial. Ahora bien, cuando se volvio de cara a Brunetti, el gesto augusto se evaporo, dejando paso a un aire ligeramente porcino, debido a la tendencia de sus ojos pardos a hundirse mas y mas en la