perpetua. Con una punzada de remordimiento, Brunetti se sorprendio a si mismo pensando que este no era castigo suficiente por lo que habian hecho, aunque el tema de la pena capital era tan explosivo dentro de su propia familia que no se atrevio a sacar la conclusion logica de tal pensamiento.
Necesitaba ver la tapia, ver lo facil que podia ser trepar por ella, o de que otra manera habian podido poner la piedra detras de la verja. Tendria que hablar con la policia de Belluno para informarse sobre secuestros en la region. Siempre le habia parecido aquella la zona con menos delincuencia del pais, pero tal vez fuera esta la Italia del recuerdo. Ya habia transcurrido el tiempo suficiente como para que los Lorenzoni, si habian conseguido reunir dinero suficiente para pagar el rescate, pudieran estar dispuestos a reconocerlo. Y, en tal caso, ?como lo habian pagado y cuando?
Anos de experiencia le advertian que estaba dando por descontada la muerte del muchacho antes de tener una prueba concluyente; pero la misma experiencia le decia tambien que, en este caso, la prueba concluyente no era necesaria. Bastaba la intuicion.
Su pensamiento derivo hacia su conversacion con el conde Orazio y su propia resistencia a aceptar la intuicion de su suegro. Alguna que otra vez, Paola habia dicho que se sentia vieja y que ya habia dejado atras lo mejor de su vida, pero Brunetti siempre habia conseguido quitarle estas ideas de la cabeza. El nada sabia de la menopausia, la sola palabra lo violentaba; pero, ?podia aquello ser el anuncio de su llegada? ?No tenia sofocos? ?Antojos de platos raros?
Descubrio entonces que deseaba que fuera algo asi, algo fisico y, por consiguiente, ajeno a el, que el nada pudiera hacer por remediarlo. Cuando era nino, el sacerdote que daba clase de religion le habia dicho que, antes de la confesion, habia que hacer examen de conciencia. Que habia pecados de obra y pecados de omision, pero ya entonces a Brunetti le era dificil distinguir unos de otros. Ahora que era hombre, la distincion le parecia aun mas complicada.
Casi sin darse cuenta, se puso a pensar en regalarle flores, llevarla a cenar, preguntarle por su trabajo. Pero ya mientras lo pensaba advertia que semejantes gestos no podian menos que resultar forzados, incluso para el. Si supiera la causa de su infelicidad, quiza tuviera una idea de lo que podia hacer.
La causa no estaba en casa, donde Paola mostraba el genio vivo y volatil de siempre. ?En el trabajo entonces? Por lo que Paola decia desde hacia anos, el no imaginaba que pudiera existir una persona inteligente a la que la bizantina politica de la universidad no llevara a la desesperacion. De todos modos, generalmente, eran situaciones que la sacaban de sus casillas, pero nadie aceptaba una batalla con mas arrojo y alegria que Paola. Y el conde decia que no era feliz.
Pensando en la felicidad de Paola, Brunetti se puso a pensar en la suya propia, y descubrio con sorpresa que hasta entonces nunca se le habia ocurrido plantearse si era feliz o no. Enamorado de su mujer, orgulloso de sus hijos, competente en el trabajo, ?por que preocuparse por la felicidad? ?Y en que, si no, en esta ausencia de preocupacion podia consistir la felicidad? Brunetti se encontraba a diario con personas que pensaban que no eran felices y que creian que cometer un delito -robo, asesinato, estafa, chantaje, incluso secuestro- era la formula magica para transformar su supuesto infortunio en el mas apetecible de los estados: la felicidad. Con frecuencia, Brunetti se habia visto obligado a contemplar las consecuencias de tales crimenes, y lo que veia era la destruccion de toda posible felicidad.
Paola se lamentaba a menudo de que en la universidad nadie la escuchaba, mas aun, de que casi nadie se molestaba en escuchar lo que decian los demas, pero Brunetti nunca se habia incluido a si mismo en la denuncia. Ahora bien, ?la escuchaba el? Cuando ella despotricaba sobre el deterioro de la calidad de sus estudiantes y la conducta interesada de sus colegas, ?le prestaba el atencion suficiente? No bien se lo hubo preguntado, se colo en su mente este pensamiento: ?lo escuchaba ella cuando el se quejaba de Patta o de las diversas formas de incompetencia con las que tenia que bregar en su vida diaria? Y sin duda las consecuencias de lo que exponia el eran mucho mas graves que las derivadas del hecho de que un estudiante no recordara quien habia escrito
Bruscamente irritado por la futilidad de estas cavilaciones, se levanto y se acerco a la ventana. La lancha de Bonsuan estaba otra vez en su amarre, pero no se veia al piloto. Brunetti sabia que su negativa de recomendar al teniente Scarpa para un ascenso la pagaria Bonsuan con el suyo, pero la casi certeza de que el teniente habia traicionado a una testigo provocando con ello su muerte, hacia que a Brunetti le resultara dificil estar con el en una misma habitacion, e imposible hacer constar por escrito que aprobaba su conducta. Lamentaba que su desprecio por Scarpa tuviera que costar a Bonsuan su ascenso, pero Brunetti no veia la manera de evitarlo.
Volvio a su mente el pensamiento sobre Paola, pero lo ahuyento y se volvio de espaldas a la ventana. Bajo al despacho de la
–
– ?Entonces era el chico? -pregunto ella levantando la mirada del teclado.
– Creo que si, pero estoy esperando que Vianello me lo confirme por telefono. Ha ido a cotejar las radiografias dentales.
– Pobre madre -dijo Elettra, y agrego-: Me pregunto si sera religiosa.
– ?Por que?
– Eso ayuda a las personas cuando les pasa algo terrible, cuando alguien se les muere.
– ?Lo es usted?
–
– ?Por que ha dicho entonces que ayuda a la gente?
– Porque es la verdad -dijo ella llanamente-. El que yo no crea no significa que la fe no pueda ayudar a otras personas. Seria una estupida si lo negara.
Y la
– ?Que hay de los Lorenzoni? -pregunto Brunetti y, adelantandose a su respuesta, puntualizo-: No me refiero a sus ideas religiosas. Me interesa saber de ellos todo lo que pueda: su vida familiar, sus empresas, sus residencias, quienes son sus amigos, el nombre de su abogado…
– Yo diria que muchas de esas cosas estaran en
– ?Puede averiguarlo, digamos, sin dejar huella? -pregunto el, aunque no hubiera podido decir por que deseaba que no trascendiera su interes por la familia.
– Menos de la que dejarian los bigotes de un gato -dijo la joven con lo que parecia autentico placer, u orgullo profesional. Senalo con el menton el teclado del ordenador.
– ?Con eso? -pregunto Brunetti.
– De aqui salen muchas cosas -sonrio la
– ?Por ejemplo?
– Si alguno de ellos ha tenido alguna vez problemas con nosotros -respondio ella, y a Brunetti le hubiera gustado saber si se habia dado cuenta de la espontaneidad con que habia pronunciado el pronombre.
– Claro -convino Brunetti-. No se me habia ocurrido.
– ?Porque tiene titulo nobiliario? -pregunto ella enarcando una ceja y torciendo la sonrisa hacia el otro lado.
Brunetti, reconociendo lo valido de la pregunta, meneo la cabeza en muda negacion.
– No recuerdo haber oido relacionar su nombre con ningun incidente. Es decir, aparte el secuestro. ?Sabe usted algo de ellos?
– Se que Maurizio tiene un genio que ha sido problematico para mas de uno.
– ?Que quiere decir?
– Que cuando se le contraria puede ser muy desagradable.
– ?Como lo sabe?
– Lo se del mismo modo en que se muchas cosas acerca de la constitucion fisica de ciertas personas de la ciudad.
– ?Barbara?
– Si. Aunque no porque ella lo haya tratado profesionalmente; de ser asi, no me hubiera dicho nada. Estabamos cenando con otro medico, el que la sustituye durante las vacaciones, cuando el dijo que a una paciente