suya Maurizio Lorenzoni le habia fracturado una mano.

– ?Que le rompio una mano? ?Como?

– Con la puerta del coche.

Brunetti alzo las cejas.

– Ahora veo lo que ha querido decir con «desagradable».

Ella movio la cabeza negativamente.

– No; no fue tan brutal como parece. Hasta la misma chica dijo que no lo habia hecho adrede. Habian discutido. Al parecer, habian ido a cenar a tierra firme y el la invito a ir a la villa, la misma en la que secuestraron al otro chico. Ella se nego y le pidio que la acompanara a Venecia. El se enfado, pero al fin la trajo. Cuando llegaron al aparcamiento de Piazzale Roma, el encontro su sitio ocupado por otro coche y tuvo que aparcar al lado de la pared, por lo que ella tenia que apearse por el lado del conductor. Y el, sin darse cuenta, cerro de golpe la puerta en el momento en que ella se agarraba al marco para ayudarse a salir del coche.

– ?Estaba segura de que el no la habia visto?

– Si. Cuando el la oyo gritar y vio lo que habia hecho, se quedo aterrado, casi lloraba de la impresion. Por lo menos, eso dijo ella al amigo de Barbara. El la bajo, llamo una lancha taxi y la llevo al pronto soccorso del hospital civil. Al dia siguiente, la acompano a un especialista de Udine que le redujo la fractura.

– ?Por que fue al otro medico?

– Por una infeccion de la piel que tenia debajo de la escayola. El, naturalmente, le pregunto como se habia roto la mano.

– ?Y ella le conto eso?

– Es lo que dijo el. Al parecer, la creyo.

– ?Demando ella a Maurizio por danos y perjuicios?

– Que yo sepa, no.

– ?Sabe como se llama esa chica?

– No; pero puedo preguntarselo al amigo de Barbara.

– Se lo agradecere -dijo Brunetti-. Y vea que mas puede averiguar de cada uno de ellos.

– ?Solo asuntos criminales, comisario?

El primer impulso de Brunetti fue el de asentir, pero, al pensar en la aparente ambiguedad de Maurizio, que se enfurecia cuando una mujer rehusaba su invitacion y luego casi se echaba a llorar al verle la mano rota, sintio curiosidad por descubrir que otras contradicciones podian anidar en la familia Lorenzoni.

– No; todo lo que podamos descubrir. En cualquier aspecto.

– Esta bien, dottore -dijo ella, haciendo girar la silla para situar las manos encima del teclado-. Empezare por la Interpol y luego vere que hay en Il Gazzettino.

Brunetti movio la cabeza hacia el ordenador.

– ?De verdad puede encontrarlo ahi antes que por telefono?

Ella lo miro con paciencia infinita, como lo miraba la maestra del instituto despues de cada experimento de quimica fallido.

– Hoy en dia, los unicos que me llaman por telefono son los que dicen guarradas.

– ?Y todos los demas usan eso? -dijo Brunetti, senalando la cajita que ella tenia encima de la mesa.

– Se llama modem, comisario.

– Ah, si, ya recuerdo. Bien, vea que puede decirle acerca de los Lorenzoni.

Antes de que la signorina Elettra, otra vez estupefacta por su ignorancia, pudiera empezar a explicarle que era exactamente un modem y como funcionaba, Brunetti dio media vuelta y salio del despacho. Ninguno de los dos considero su precipitada marcha como una oportunidad perdida para el avance de la informatica.

11

Estaba sonando el telefono cuando Brunetti entro en su despacho, y lo cruzo corriendo para contestar. Antes de que pudiera dar su nombre, Vianello dijo:

– Es Lorenzoni.

– ?Las radiografias coinciden?

– Perfectamente.

A pesar de que Brunetti ya lo esperaba, insensiblemente, tuvo que hacer cierto reajuste mental para asumir la certeza. Una cosa era decir a una persona que probablemente se habia encontrado el cadaver de su primo, y otra muy distinta comunicar a unos padres que su unico hijo habia muerto.

– Gesu, pieta -murmuro y, en voz alta, pregunto a Vianello-: ?El dentista ha dicho algo sobre el muchacho?

– Nada de particular; pero me ha parecido que sentia que hubiera muerto. Yo diria que lo apreciaba.

– ?Que le hace suponerlo?

– La forma en que ha hablado de el. Al fin y al cabo, habia sido paciente suyo durante anos, desde los catorce. En cierta manera, lo ha visto crecer. -Como Brunetti no decia nada, Vianello pregunto-: Aun estoy en su despacho. ?Quiere que le pregunte algo mas?

– No; no hace falta, Vianello. Vale mas que venga. Quiero que manana por la manana vaya a Belluno y, antes, me gustaria que leyera todo el expediente.

– Si, senor -dijo Vianello y, sin mas preguntas, colgo.

Veintiun anos, y muerto de un balazo en la cabeza. A los veintiun anos, no se ha vivido la vida, en realidad, ni siquiera se ha empezado a vivirla; la persona que saldra del capullo de la juventud todavia esta casi en embrion. Brunetti penso en la enorme fortuna de su suegro y, una vez mas, se le ocurrio que tambien hubiera podido ser Raffi, su unico nieto varon, el que hubiera sido secuestrado y asesinado. O su nieta. Esta posibilidad hizo salir a Brunetti de su despacho y de la questura y dirigirse a su casa, movido por una ansiedad irracional por la seguridad de su familia: al igual que santo Tomas, tenia que palpar con las manos para creer.

Aunque no le parecio que subia la escalera mas aprisa que de costumbre, al llegar al pie del ultimo tramo estaba sin aliento y tuvo que quedarse un minuto apoyado en la pared para recuperarlo. Subio los ultimos peldanos agarrandose al pasamano, mientras sacaba las llaves del bolsillo.

Abrio la puerta y se paro en el recibidor, tendiendo el oido para tratar de localizar a los tres y convencerse de que estaban seguros entre las paredes que el les habia procurado. Sono en la cocina el golpe de algo metalico contra el suelo y la voz de Paola que decia:

– No importa, Chiara, aclarala y vuelve a ponerla en la sarten.

Dirigio la atencion a la parte de atras del apartamento, donde estaba la habitacion de Raffi, y percibio el sordo retumbar de eso que los jovenes llaman musica. Y que nunca tiene melodia. Pero, aunque tampoco en este sonido podia apreciarla, el efecto era mas suave de lo habitual.

Brunetti colgo el abrigo en el armario del recibidor y avanzo por el largo pasillo hacia la cocina. Chiara se volvio a mirarlo cuando entraba.

– Ciao, papa. Mama me esta ensenando a hacer raviolis. Los tenemos de cena. -Manteniendo a la espalda las manos blancas de harina, dio unos pasos hacia su padre, que se inclino para recibir un beso en cada mejilla. El le limpio la harina que tenia en la mejilla izquierda-. Rellenos de funghi, ?verdad, mama? -pregunto la nina mirando a Paola, que estaba delante del fogon removiendo las setas en una gran sarten. Ella asintio y siguio removiendo.

Encima de la mesa habia montoncitos de unos rectangulos irregulares y blancuzcos.

– ?Son los raviolis? -pregunto el, recordando la perfecta simetria de la pasta que recortaba y rellenaba su madre.

– Lo seran cuando esten rellenos, papa. -Chiara miro a Paola, en demanda de confirmacion-. ?Verdad, mama?

Paola asintio y, sin dejar de remover, se volvio hacia Brunetti y acepto sus besos en silencio.

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