– Esta bien -admitio Paola-. Le he prometido diez mil liras si se lo come todo.

– ?Y a mi tambien? -pregunto Brunetti, y se fue.

Mientras bajaba por Rughetta hacia Rialto, Brunetti descubrio que se sentia mejor de lo que se habia sentido en toda la tarde, desde el almuerzo con su suegro. Aun no tenia ni idea de lo que podia preocupar a Paola, pero el tono de su ultimo dialogo le habia convencido de que, fuera lo que fuere, no afectaria a la base de su matrimonio. Brunetti subia y bajaba, subia y bajaba puente tras puente, al igual que su humor habia subido y bajado durante todo el dia, primero, con la excitacion de un nuevo caso, despues, con la inquietante confidencia del conde y, por ultimo, con el alivio que le habia deparado la confesion de Paola de haber sobornado a su hijo.

Para resistir la entrevista con los Lorenzoni no tenia mas que la perspectiva de la cena que le esperaba. Pero de buena gana hubiera aceptado un mes de las cenas de Chiara, con tal de evitar ser una vez mas portador de dolor y afliccion.

El palazzo estaba cerca de Municipio, pero, para llegar a el, tuvo que cortar por delante del Cinema Rossini y retroceder hacia el Gran Canal. En el Ponte del Teatro, se detuvo un momento a contemplar los fundamentos reconstruidos de los edificios de uno y otro lado del canal. Cuando era nino, los canales eran sometidos a un proceso de limpieza constante, y el agua estaba tan clara que la gente podia nadar en ella. Ahora la limpieza de un canal era un gran acontecimiento, tan insolito que se saludaba con titulares en los diarios y loas a la politica municipal. Y el contacto con el agua era una experiencia a la que muchas personas optarian por no sobrevivir.

Cuando encontro el palazzo, un imponente edificio de cuatro pisos, con ventanas al Gran Canal, toco el timbre, espero un minuto y volvio a tocar. Por el intercomunicador le llego una voz de hombre.

– ?El comisario Brunetti?

– Si.

– Pase, por favor -dijo la voz, y la puerta se abrio con un chasquido. Brunetti, al entrar, se vio en un jardin mucho mas grande de lo que esperaba encontrar en esta parte de la ciudad. Solo los muy ricos podian permitirse construir su palazzo en medio de tanto espacio, y no menos ricos tenian que ser sus descendientes para mantenerlo.

– Suba por aqui -grito una voz desde una puerta situada en lo alto de un tramo de escaleras que tenia a su izquierda. Arriba le esperaba un joven con traje azul cruzado. Tenia el cabello castano oscuro con un pronunciado pico de viuda, que trataba de disimular peinandose de lado con el pelo sobre la frente. Cuando Brunetti se acerco, el joven le tendio la mano diciendo:

– Buenas tardes, comisario, soy Maurizio Lorenzoni. Mis tios le esperan. -Tenia una de esas manos blandas y flacidas cuyo contacto daba ganas a Brunetti de enjugarse la palma en el pantalon, pero el efecto quedo compensado por su mirada,- que era franca y serena-. ?Ha hablado ya con el dottore Urbani? -Brunetti no podia imaginar una forma de preguntar mas delicada.

– En efecto, y lamento tener que decirle que la identificacion ha sido confirmada. Es su primo Roberto.

– ?Sin ninguna duda? -pregunto el joven, con una voz que ya conocia la respuesta.

– Ninguna.

El joven hundio los punos en los bolsillos de la chaqueta echandola hacia adelante.

– Esto sera su muerte. No se que hara mi tia.

– Lo lamento -dijo Brunetti sinceramente-. ?No seria preferible que se lo dijera usted?

– Me parece que no podria -dijo Maurizio mirando al suelo.

En todos los anos que hacia que Brunetti llevaba esta noticia a la familia de una victima, nunca habia encontrado a una persona que se prestara a darla por el.

– ?Saben ya que he venido y quien soy?

El joven asintio y levanto la mirada.

– He tenido que decirselo. Asi que ya se imaginan lo que es de temer. De todos modos…

Brunetti termino la frase por el:

– Una cosa es temer y otra recibir la confirmacion. Si tiene la bondad de acompanarme.

El joven dio media vuelta y precedio a Brunetti hacia el interior del edificio, dejando a su espalda la puerta abierta. Brunetti dio un paso atras y la cerro, pero el joven ni se entero. Llevo a Brunetti por un corredor con suelo de marmol hasta unas enormes puertas de nogal. Sin llamar, las empujo y dio un paso atras, para que Brunetti entrara el primero en la habitacion.

Brunetti reconocio al conde por las fotos: el pelo plateado, el porte erguido y la mandibula cuadrada que ya debia de estar harto de oir comparar con la de Mussolini. Aunque Brunetti sabia que aquel hombre frisaba los sesenta, la energia que emanaba de el le daba el aire de un hombre casi una decada mas joven. El conde estaba delante de una gran chimenea, contemplando fijamente el centro de flores secas que la llenaba, pero al entrar Brunetti se volvio hacia el.

Empequenecida por el sillon en el que estaba acurrucada, una mujer con aspecto de gorrion miraba a Brunetti como si fuera el diablo en persona que venia a llevarse su alma. Y asi era, penso Brunetti, embargado por una subita compasion al ver las delgadas manos nerviosamente enlazadas en el regazo. Aunque la condesa era mas joven que su marido, la angustia de los dos ultimos anos habia minado toda juventud y toda esperanza, dejandola convertida en una anciana que mas parecia la madre que la esposa del conde. Brunetti sabia que habia sido una de las mujeres mas bellas de la ciudad. Desde luego, la estructura osea de su cara seguia siendo perfecta. Pero poco mas que hueso habia ya en aquella cara.

Adelantandose a su marido, ella pregunto, con una voz tan suave que se hubiera perdido en la sala, de no ser el unico sonido:

– ?Es usted el policia?

– Si, senora condesa.

El conde se adelanto con la mano extendida. Con un apreton tan firme como desmayado era el de su sobrino, comprimio los dedos de Brunetti.

– Buenas tardes, comisario. Perdone si no le ofrezco algo de beber. Espero que lo comprenda. -Su voz era grave pero sorprendentemente suave, casi tanto como la de su esposa.

– Le traigo la peor de las noticias, signor conte -dijo Brunetti.

– ?Roberto?

– Si. Ha muerto. Han encontrado su cadaver cerca de Belluno.

Desde el otro extremo de la habitacion, la madre del muchacho pregunto:

– ?Estan seguros?

Brunetti se volvio hacia ella y lo asombro ver que la mujer parecia haber disminuido de tamano en aquellos pocos momentos, y que estaba mas encogida que nunca entre las dos grandes orejas del sillon.

– Si, senora. Hemos llevado radiografias dentales a su dentista, que nos ha confirmado que corresponden a Roberto.

– ?Radiografias? -pregunto ella-. ?Y el cuerpo? ?Es que nadie lo ha identificado?

– Cornelia -dijo su marido con suavidad-, deja terminar al comisario. Despues le preguntaremos.

– Yo quiero saber que ha sido de su cuerpo, Ludovico. Que ha sido de mi nino.

Brunetti miro al conde, en busca de una sena que le dijera si debia continuar y como. El conde asintio, y Brunetti dijo:

– Fue enterrado en un campo. Al parecer, hace tiempo, mas de un ano. -Se detuvo, esperando que ellos comprendieran como esta un cuerpo que lleva mas de un ano bajo tierra, para no tener que explicarselo.

– Pero, ?por que las radiografias? -inquirio la contessa. Al igual que tantas personas a las que habia encontrado en circunstancias similares, habia cosas que ella no queria comprender.

Antes de que Brunetti pudiera mencionar el anillo, el conde dijo, mirando a su esposa:

– Eso significa que el cuerpo esta descompuesto, Cornelia, y que tienen que identificarlo de este modo.

Brunetti, que observaba a la condesa mientras su marido le hablaba, vio el instante en el que su explicacion traspasaba las pocas defensas que ella conservaba. Quiza fue la palabra «descompuesto» la que causo el efecto; fuera lo que fuere, en el momento en que comprendio, apoyo la cabeza en el respaldo del sillon y cerro los ojos. Sus labios se movieron, Brunetti no sabia si para rezar o para protestar. La policia de Belluno ya les daria el anillo, y opto por ahorrarse la triste mision de hablarles de el.

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