El conde se volvio de espaldas a Brunetti y fijo de nuevo la atencion en las flores de la chimenea. Durante mucho rato, nadie dijo nada, hasta que al fin el conde pregunto, sin mirar a Brunetti:

– ?Cuando podremos traerlo?

– Tendran que hablar con las autoridades de Belluno, pero estoy seguro de que haran lo que ustedes dispongan.

– ?Con quien tengo que hablar?

– Puede llamar a la questura de Belluno -empezo Brunetti, pero entonces se ofrecio-: Tambien podria hacerlo yo. Quiza seria mas facil.

Maurizio, que habia guardado silencio, intervino ahora para decir al conde:

– Yo llamare, zio. -Miro a Brunetti y senalo la puerta con un movimiento de la cabeza, pero Brunetti no se dio por enterado.

– Signor conte, debo hablar con usted lo antes posible acerca del secuestro.

– Ahora no -dijo el conde, sin mirarlo.

– Comprendo lo terrible que es esto, pero es preciso que hable con usted -dijo Brunetti.

– Usted hablara conmigo cuando yo disponga, comisario, y no antes -dijo el conde, sin molestarse en desviar la mirada de las flores.

En el silencio creado por estas palabras, Maurizio se aparto de la puerta para acercarse al sillon de su tia. Inclinandose, le oprimio brevemente un hombro, luego se irguio y dijo:

– Le acompano, comisario.

Brunetti salio de la habitacion tras el. En el vestibulo, le explico con quien tenia que hablar en Belluno para disponer el traslado a Venecia del cadaver de Roberto. Brunetti no le pregunto cuando podria volver a hablar con el conde Ludovico.

13

La cena, finalmente, cumplio todas las expectativas, hecho que Brunetti sobrellevo con un estoicismo digno de sus clasicos favoritos. Se sirvio mas raviolis, que nadaban en algo que parecia haber sido mantequilla, mezclada con hojas de salvia trituradas y carbonizadas. El pollo estaba tan sazonado como era de temer, y antes de acabar la cena, Brunetti ya habia destapado la tercera botella de agua mineral. Por una vez, Paola no dijo nada cuando el abrio la segunda botella de vino, sino que contribuyo en buena medida a vaciarla.

– ?Que hay de postre? -pregunto el, lo que le valio la mirada mas tierna que habia visto en ojos de Paola desde hacia semanas.

– No he tenido tiempo de preparar postre -dijo Chiara, ajena a las miradas que intercambiaban los otros tres comensales. Asi debieron de mirarse los integrantes del equipo Donner al oir las primeras voces de los hombres que acudian a rescatarlos.

– Me parece que aun queda gelato -propuso Raffi, cumpliendo escrupulosamente su parte del trato hecho con su madre.

– No; me lo he comido esta tarde -confeso Chiara.

– ?Y si fuerais los dos a Campo Santa Margarita a comprar mas? -propuso Paola.

– Pero, ?y los platos, mamma? -dijo Chiara-. Si yo hacia la cena, Raffi tenia que fregar.

Adelantandose a la protesta de Raffi, Paola dijo:

– Si vosotros traeis el helado, yo friego.

En medio de una clamorosa aprobacion, Brunetti saco la billetera y dio a Raffi veinte mil liras. Los chicos se fueron, deliberando ya sobre sabores.

Paola se levanto y empezo a llevarse los platos.

– ?Crees que lo resistiras? -pregunto.

– Si puedo beber otro litro de agua antes de acostarme y tener una botella al lado de la cama, quiza.

– Ha sido terrible, ?verdad? -reconocio Paola.

– Pero ella estaba contenta -contemporizo Brunetti, aunque agrego-: De todos modos, es otra buena razon para propugnar la liberacion de la mujer.

Paola se echo a reir mientras amontonaba los platos en el fregadero. Y entonces, ya con mas ecuanimidad, pasaron a comentar los detalles de la cena, complaciendose ambos en la evidente satisfaccion de Chiara, prueba del exito de la confabulacion de la familia. Y tambien, penso Brunetti, del amor de la familia.

Cuando los platos estuvieron limpios y escurriendose, el dijo:

– Me parece que manana ire a Belluno con Vianello.

– ?El chico Lorenzoni?

– Si.

– ?Como estaban los padres?

– Mal, sobre todo, ella.

Brunetti noto que el dolor de una madre por la perdida de su unico hijo no era algo que Paola deseara contemplar en este momento. Como de costumbre, se escudaba en los detalles.

– ?Donde lo encontraron?

– En un campo.

– ?Un campo? ?De donde?

– De uno de esos pueblos de Belluno que tienen nombres tan raros… Col di Cugnan, me parece que se llama.

– Pero, ?como lo encontraron?

– Un hombre que estaba arando un campo con un tractor removio los huesos.

– Que horror -dijo ella, e inmediatamente-: Y tu has tenido que decir eso a los padres y, al llegar a casa, te has encontrado con esta cena.

El no pudo menos que echarse a reir.

– ?De que te ries?

– De que enseguida sales con la comida.

– Eso lo aprendi de ti, carino -dijo ella con cortes superioridad-. Antes de casarme contigo, la comida me importaba muy poco.

– ?Como aprendiste entonces a guisar tan bien?

Paola hizo ademan de rechazar la pregunta, pero el detecto en su mujer cierta turbacion y, al mismo tiempo, el deseo de dejarse sonsacar, e insistio:

– Vamos, dime por que aprendiste a guisar. Crei que la cocina habia sido siempre tu gran aficion.

Hablando con rapidez, ella dijo:

– Me compre un libro.

– ?Un libro de cocina? ?Tu? ?Por que?

– Cuando me di cuenta de lo mucho que me gustabas y de la importancia que le dabas a la gastronomia, decidi que mas me valdria aprender a guisar. -Lo miro, esperando que el dijera algo y, como no era asi, prosiguio-: Empece en casa, y creeme, algunos de aquellos platos eran aun peores que lo que hemos comido esta noche.

– Cuesta trabajo creerlo -dijo Brunetti-. Continua.

– En fin, yo estaba segura de que me gustabas y comprendi que querria estar siempre a tu lado. De manera que insisti y con el tiempo… -Se interrumpio, haciendo un ademan que abarcaba toda la cocina-. Imagino que he aprendido.

– ?Con un libro?

– Y un poco de ayuda.

– ?De quien?

– De Damiano. Es buen cocinero. Tambien de mi madre. Y, despues, cuando ya eramos novios, de la tuya.

– ?Mi madre? ?Ella te enseno a guisar? -Paola asintio y Brunetti dijo-: Que callado lo tenia.

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