– Le hice prometer que no te lo diria.
– ?Por que?
– No lo se, Guido -respondio ella, aunque era evidente que mentia. El no dijo nada, sabiendo por experiencia que ella se explicaria-: Sera porque queria que pensaras que yo era capaz de todo, hasta de guisar.
El, sin levantarse, se inclino hacia adelante abrazandola por la cintura. Ella trataba de desasirse sin conviccion.
– Me siento ridicula confesandolo al cabo de tanto tiempo -dijo, apoyandose contra el e inclinandose para darle un beso en el pelo. De repente, como una inspiracion, le vino la idea-: Mi madre la conoce.
– ?A quien?
– A la condesa Lorenzoni. Creo que las dos estan en la junta de alguna obra benefica o algun… No recuerdo, pero seguro que la conoce.
– ?Te ha hablado de ella?
– No; nada que recuerde. Excepto eso de su hijo. La destrozo, decia mama. Antes colaboraba en muchas cosas: los Amigos de Venecia, el teatro, la recaudacion de fondos para la reconstruccion de La Fenice. Pero cuando ocurrio aquello lo dejo todo. Mi madre dice que no sale de casa ni acepta llamadas. Nadie la ha visto desde hace tiempo. Me parece que mama dijo que lo que la habia afectado tanto era no saber lo que habia sido de el, que quiza a la idea de su muerte hubiera podido resignarse, pero esto, no saber si esta vivo o muerto… No se me ocurre nada mas horrible. Es preferible tener la certeza de que esta muerto.
Brunetti, siempre dispuesto a votar en favor de la vida, normalmente, hubiera cuestionado esta afirmacion, pero esta noche, no. Se habia pasado el dia pensando en la desaparicion y muerte de un hijo, y no queria seguir con lo mismo, por lo que cambio de tema bruscamente.
– ?Como estan las cosas en la fabrica de ideas? -pregunto.
Ella se aparto, tomo un pano y se puso a secar los cubiertos que estaban al lado del fregadero.
– Poco mas o menos, como la cena de esta noche -respondio al fin, mientras iba dejando caer cuchillos y tenedores en un cajon-. El jefe de mi departamento se ha empenado en que hay que dedicar mas atencion a la literatura colonial.
– ?Y que es eso?
– Buena pregunta -respondio ella, secando la cuchara de servir-. La producida por autores que se han criado en paises en los que el ingles no es la lengua vernacula, pero escriben en ingles.
– ?Y que tiene eso de malo?
– Nos ha pedido a varios profesores que el curso que viene los estudiemos.
– ?A ti tambien?
– Si -respondio ella, dejando caer la ultima cuchara y cerrando el cajon con un golpe seco.
– ?Que tema, concretamente?
– «La voz de la mujer caribena».
– ?Porque eres mujer?
– No; porque soy caribena.
– ?Y?
– Le he dicho que no.
– ?Por que?
– Porque no me interesa. Porque lo haria de mala gana. -El percibio en esto un pretexto y espero la confesion-. Y porque no estoy dispuesta a que el me diga que tengo que ensenar.
– ?Es esto lo que te tiene preocupada? -pregunto el con naturalidad.
Aunque la mirada que ella le lanzo era viva, el tono de la respuesta fue tan indiferente como el de la pregunta.
– No sabia que algo me tuviera preocupada. -Fue a anadir algo, pero en aquel momento se abrio la puerta bruscamente para dar paso a los chicos que volvian con el helado, y la pregunta quedo sin contestar.
Efectivamente, aquella noche Brunetti se desperto dos veces, y en cada una de ellas se bebio dos vasos de agua mineral. La segunda vez ya empezaba a clarear y, cuando se dio la vuelta, despues de dejar el vaso en el suelo al lado de la cama, se quedo incorporado, con el codo apoyado en la almohada, contemplando la cara de Paola. Tenia un mechon de pelo enredado en la garganta y unos cabellos se agitaban suavemente con la respiracion. Con los ojos cerrados, en reposo, la estructura de su cara solo revelaba caracter. Estaba a su lado, pero separada y hermetica, y el buscaba en vano en su cara una senal que le ayudara a conocerla mejor. Con un fervor repentino, deseo que el conde Orazio estuviera equivocado y que ella fuera feliz, y que lo fuera tambien su vida en comun, feliz y tranquila.
Como haciendo burla de su deseo, el reloj de San Polo dio seis campanadas, y los gorriones que habian decidido hacer el nido entre unos ladrillos sueltos de la chimenea, se pusieron a gritar que ya era de dia y hora de ir a trabajar. Brunetti, sin hacerles caso, dejo caer la cabeza en la almohada. Cerro los ojos, seguro de que no volveria a dormir, pero pronto comprobo lo facil que era hacer oidos sordos a la llamada al trabajo.
14
Aquella manana, Brunetti estimo conveniente comunicar a Patta la poca informacion que tenia sobre el asesinato -este nombre podia darse ya al caso- de Lorenzoni, y asi lo hizo tan pronto como el
Brunetti explico que, como casualmente habia recibido la llamada que confirmaba la identificacion, se habia permitido informar a los padres. Su larga experiencia le aconsejaba no exteriorizar interes alguno por el caso. Pregunto con indiferencia a quien deseaba asignarlo el
– ?En que trabaja usted ahora, Brunetti?
– En los vertidos de Marghera -respondio el comisario, con una prontitud que daba a entender que la contaminacion era mas importante que el asesinato.
– Ah, si -hizo Patta: habia oido hablar de Marghera-. Eso puede llevarlo la seccion de uniforme.
– Por otra parte, aun tenemos que interrogar al capitan del puerto -objeto Brunetti-. Y alguien ha de revisar los registros del petrolero de Panama.
– Que lo haga Pucetti -dispuso Patta.
Brunetti recordaba un juego al que solia jugar con sus hijos anos atras. Dejaban caer un punado de palillos de madera del tamano de un espagueti y el que podia sacar mas, uno a uno, sin que se moviera el resto, ganaba. El secreto consistia en moverse con extrema cautela; un movimiento en falso, y todo podia desmoronarse.
– ?No le parece que podria encargarse Mariani? -sugirio Brunetti, mencionando a uno de los otros dos comisarios-. Acaba de volver de vacaciones.
– No; creo que este caso debe llevarlo usted. Al fin y al cabo, su esposa conoce a esa clase de gente, ?verdad?
«Esa clase de gente» era una frase que desde hacia anos Brunetti habia oido utilizar en sentido peyorativo y con connotaciones racistas. No obstante, ahora habia brotado de labios del
– Bien, entonces su relacion familiar puede servirle de ayuda -dijo Patta, dando a entender que ni el poder del Estado ni la autoridad de la policia contaban para algo frente a «esa clase de gente». Y tal vez estuviera en lo cierto, se dijo Brunetti.
– Lo que usted disponga -concedio, eliminando cuidadosamente de su voz toda muestra de entusiasmo-. Hablare con Pucetti sobre el asunto de Marghera.
– Mantenganos informados, a mi o al teniente Scarpa, de todo lo que haga, Brunetti -agrego Patta, casi distraidamente.