Brunetti hablo con los que vivian al otro lado de la carretera, un matrimonio de mas de ochenta anos, que quiso compensar su falta de memoria con el ofrecimiento de cafe, que los tres policias aceptaron, bien aderezado de azucar y grappa.

El doctor Bortot, que los esperaba en su despacho del hospital, dijo que poco podia agregar al informe que habia enviado a Venecia. Todo estaba alli: el agujero de la base del craneo, la ausencia de un orificio de salida bien definido, el considerable deterioro de los organos internos.

– ?Deterioro? -pregunto Brunetti.

– Los pulmones, por lo que pude apreciar. Ese chico debia de fumar como una chimenea y desde hacia bastantes anos -dijo Bortot, interrumpiendose para encender un cigarrillo-. Y tambien el bazo -empezo, y se detuvo-. El dano puede ser el natural, debido a la exposicion que, por otra parte, no explica por que es tan pequeno. Pero es dificil determinar estas cosas, cuando el cuerpo ha estado en tierra tanto tiempo.

– ?Mas de un ano? -pregunto Brunetti.

– Es lo que yo calculo. ?Se trata del chico Lorenzoni?

– Si.

– Bien, en tal caso, el tiempo coincide. Si lo mataron no mucho despues de llevarselo, haria poco menos de dos anos, y eso es lo que yo calculo. -Aplasto el cigarrillo-. ?Tienen ustedes hijos?

Los tres policias asintieron.

– Pues entonces… -dijo Bortot dejando la frase sin terminar. Luego les pidio que lo disculparan, aduciendo que aquella tarde tenia que hacer otras tres autopsias.

Barzan, con estimable generosidad, les ofrecio los servicios de su chofer para el regreso a Venecia, y Brunetti, cansado de aquel escenario de muerte, acepto su ofrecimiento. Ni el ni Vianello tuvieron mucho que decirse mientras viajaban hacia el Sur, por mas que Brunetti hubiera podido comentar como le chocaba el que, visto desde la ventanilla de un coche, el paisaje perdiera tanto interes. Y tampoco desde tierra se advertia que lugares eran «Zona Proibita».

15

Tal como Brunetti esperaba, los diarios de la manana se cebaban en el caso Lorenzoni con una voracidad de lobos. Dando por descontado que sus lectores eran incapaces de recordar incluso los detalles mas importantes de un suceso ocurrido hacia ano y medio -suposicion que Brunetti consideraba acertada-, cada cronica empezaba por el relato del secuestro. Segun las versiones, Roberto era «el primogenito», «el sobrino» o el «unico hijo» de la familia Lorenzoni, y el secuestro habia tenido lugar en Mestre, en Belluno o en Vittorio Veneto. Por lo visto, no eran los lectores los unicos que habian olvidado los detalles.

Seguramente por no haber podido conseguir copia del informe de la autopsia, los redactores no adornaban la exposicion de los hechos con los macabros detalles que solian prodigar en los casos de exhumacion y se contentaban con meros «restos humanos» y «avanzado estado de descomposicion». Durante la lectura, Brunetti advirtio con alarma su propia decepcion por tan sobrio lenguaje, temiendo que su paladar se hubiera habituado ya a condimentos mas fuertes.

Cuando llego a su despacho encontro encima de la mesa un sobre acolchado color marron, a su nombre, que contenia una videocasete. Llamo por telefono a la signorina Elettra.

– ?Es la cinta de la RAI? -pregunto.

– Si, dottore. La enviaron ayer tarde.

Miro el sobre, que no parecia haber sido abierto.

– ?La ha visto? -pregunto.

– No, senor. No tengo aparato de video.

– ?De tenerlo, la hubiera puesto?

– Naturalmente.

– ?Quiere que bajemos a verla al laboratorio?

– Encantada -dijo ella, y colgo.

La encontro esperandolo en la puerta del laboratorio de la planta baja. Hoy llevaba un pantalon vaquero tan gastado como bien planchado y, acentuando el aire de informalidad, unas botas de vaquero de tacon inclinado y amenazadora punta. Una blusa de crespon de seda natural infundia feminidad en el conjunto y el sobrio mono que recogia su cabellera ponia la nota profesional.

– ?Bocchese esta dentro?

– No, senor. Hoy presta declaracion.

– ?Que caso?

– El robo Brandolini.

Ninguno de los dos se molesto en menear la cabeza siquiera por la circunstancia de que este robo, cometido hacia cuatro anos, cuyo autor habia sido arrestado dos dias despues, no fuera juzgado hasta ahora.

– Ayer le pregunte si podriamos usar el laboratorio para ver la cinta y dijo que no habia inconveniente -explico ella.

Brunetti abrio y sostuvo la puerta. La signorina Elettra se acerco al aparato de video y lo conecto como si estuviera en su casa. El introdujo la casete. Al cabo de unos instantes, la pantalla se ilumino, aparecio el logo de la RAI con la carta de ajuste seguidos de la fecha y unas lineas de lo que Brunetti supuso seria informacion tecnica.

– ?Tenemos que devolverla? -pregunto, apartandose de la pantalla y sentandose en una de las sillas plegables situadas frente a ella.

La signorina Elettra se sento a su lado.

– No; me ha dicho Cesare que es una copia. Pero preferiria que nadie se enterara de que me la ha enviado el.

La respuesta de Brunetti quedo interrumpida por la voz del presentador, que daba la entonces reciente noticia del secuestro y decia a los espectadores que la RAI iba a emitir en exclusiva un mensaje del conde Ludovico Lorenzoni, padre de la victima. Mientras la pantalla mostraba las consabidas vistas turisticas de Venecia, el presentador explicaba que el mensaje del conde habia sido grabado aquella tarde y que la RAI lo emitia en exclusiva, con la esperanza de que los secuestradores atendieran el llamamiento de un padre afligido. Entonces, con la imagen de la fachada de San Marcos enfocada desde abajo, el presentador paso la conexion al equipo de la RAI en Venecia.

Un hombre con traje oscuro y expresion grave estaba en el amplio vestibulo del palacio Lorenzoni que Brunetti ya conocia. Detras de el se veian las puertas del estudio en el que el comisario habia hablado con la familia. El hombre hizo un resumen de lo que habia dicho su companero, dio media vuelta e hizo girar el picaporte. La puerta se abrio, permitiendo a la camara, primero, enfocar y, despues, acercarse al conde Ludovico, que estaba sentado detras de un escritorio que Brunetti no recordaba haber visto en la habitacion.

Al principio, el conde se miraba las manos, pero, mientras la camara se acercaba, levanto la cara y miro directamente al objetivo. Transcurrieron unos segundos, la camara, al llegar a la distancia justa, se detuvo, y el conde empezo a hablar.

– Dirijo mis palabras a las personas responsables de la desaparicion de mi hijo Roberto, y les pido que me escuchen con atencion y caridad. Estoy dispuesto a pagar cualquier cantidad por el regreso de mi hijo, pero las agencias del Estado me lo impiden. No tengo acceso a mis bienes ni posibilidad de reunir la suma exigida, ni en Italia ni en el extranjero. Si pudiera, juro por mi honor que lo haria, y juro tambien que daria con gusto esta cantidad, cualquier cantidad, por el regreso de mi hijo.

Aqui el conde hizo una pausa y se miro las manos. Al cabo de un momento, sus ojos volvieron a la camara.

– Pido a esas personas que tengan compasion de mi y de mi esposa, que se une a mi en mis suplicas. Apelando a sus sentimientos de humanidad, les ruego que liberen a mi hijo. Si lo desean, con gusto ocupare yo su lugar, Bastara con que me comuniquen que quieren que haga, y lo hare. Dicen que se pondran en contacto conmigo a traves de un amigo mio cuyo nombre no han dado. Lo unico que tienen que hacer es dar instrucciones a esta persona. Hare con gusto lo que quieran que haga, si ello me asegura el regreso de mi querido hijo.

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