Al llegar a este punto, el conde se detuvo, pero solo un momento.

– Apelo a su compasion y les ruego que se apiaden de mi esposa y de mi. -El conde callo, pero la camara siguio enfocandole la cara, hasta que el lanzo una rapida mirada hacia la izquierda y luego volvio a mirar al objetivo.

La pantalla se oscurecio gradualmente y, al cabo de un momento, reaparecio el presentador del estudio. Recordo a los espectadores que esta era una exclusiva de la RAI y agrego que si alguien tenia informacion sobre Roberto Lorenzoni podia llamar al numero que se indicaba al pie de la pantalla. Seguramente, por tratarse de una copia de archivo y no de la cinta que se paso en los estudios de la RAI, no aparecio numero alguno.

La pantalla se oscurecio.

Brunetti se levanto y bajo el volumen, dejando encendido el televisor. Pulso la tecla «rewind» y espero hasta que la cinta dejo de zumbar. Cuando oyo el chasquido de paro, miro a la signorina Elettra.

– ?Que le parece?

– Que yo tenia razon en lo del maquillaje.

– Si -convino Brunetti-. ?Algo mas?

– ?El lenguaje? -apunto ella.

Brunetti asintio.

– ?Quiere decir que no les habla directamente, que no dice «vosotros» sino «ellos»?

– Si. Parece extrano. Pero quiza se deba a que le resultaba dificil hablarles, despues de lo que habian hecho a su hijo.

– Es posible -admitio Brunetti, tratando de imaginar como reaccionaria un padre a lo que era para el sin duda alguna el mayor de los horrores.

El comisario alargo la mano y pulso de nuevo la tecla «play». La cinta volvio a empezar, ahora sin sonido.

Miro a la signorina Elettra, que enarco las cejas.

– En los aviones, nunca me pongo los auriculares -explico-. En las peliculas puedes descubrir muchas cosas cuando no te distrae el sonido.

Ella asintio y juntos vieron otra vez la cinta. Ahora observaron como los ojos del presentador se movian al leer el texto que debia de tener a la izquierda de la camara. El que estaba en la puerta del estudio del conde, parecia haberse aprendido de memoria el texto, pero la seriedad de su cara era forzada, impuesta.

Si Brunetti esperaba que, sin la voz, se apreciara mas claramente nerviosismo o colera en el conde, tuvo que desenganarse. Visto en silencio, parecia vacio de toda emocion. Cuando se miro las manos, el observador hubiera dudado de que pudiera tener animo para volver a levantar la cara, y cuando sus ojos se desviaron aquel fugaz instante hacia un lado de la camara, el gesto no denotaba la menor curiosidad ni impaciencia.

Cuando la pantalla volvio a oscurecerse, la signorina Elettra dijo:

– Pobre hombre, y encima haber tenido que aguantar que lo maquillaran. -Meneo la cabeza con los ojos cerrados, como si, al entrar en una habitacion, hubiera presenciado un acto indecente.

Brunetti volvio a oprimir la tecla «rewind» y la cinta se rebobino hasta el principio. Pulso luego «reject» y el aparato escupio la casete, que el comisario introdujo en su estuche y se guardo en el bolsillo de la chaqueta.

– Esa gente se merece un buen escarmiento -dijo ella con repentina ferocidad.

– ?Pena de muerte? -pregunto Brunetti agachandose para desconectar el televisor y el video.

Ella movio la cabeza negativamente.

– Eso no. Por cruel que sea el criminal, por horribles que sean sus atrocidades, no podemos dar ese poder a los gobiernos.

– ?Porque no son de fiar? -pregunto Brunetti.

– ?Se fia usted del nuestro?

Brunetti denego con un gesto.

– ?Puede darme el nombre de un gobierno que le inspire confianza?

– ?Para decidir si un ciudadano debe morir? -El volvio a mover la cabeza, y pregunto-: Pero, ?como castigar a la gente que hace cosas asi?

– No lo se. Quiero que desaparezcan, quiero que mueran; seria hipocrita si lo negara. Pero es una potestad muy peligrosa para darsela a… a cualquiera.

Brunetti se acordo de algo que habia dicho Paola, ya no recordaba en relacion con que. Siempre que una persona se propone argumentar deslealmente, dijo, ponen un ejemplo concreto tan abrumador que hace imposible toda discrepancia. Pero por apabullantes que fueran los casos especificos, dijo ella, la ley se fundaba y configuraba en principios y terminos universales. Los casos individuales solo se representaban a si mismos, nada mas. Brunetti, que tantas veces habia visto el horror del delito concreto e individual, comprendia el impulso de exigir leyes nuevas y mas severas. Porque era policia, sabia que el rigor de la ley solia recaer en los debiles y los pobres, y sabia tambien que la severidad de la ley no era salvaguardia contra el crimen. El sabia estas cosas en su calidad de policia, pero en la de hombre y de padre, seguia deseando que la gente que habia acabado con la vida de este muchacho fuera juzgada y pagara lo que habia hecho.

Brunetti y la signorina Elettra cruzaron el laboratorio, el abrio la puerta y ambos volvieron a sus puestos de trabajo y al mundo en el que el crimen era algo que habia que combatir, y no un tema de especulacion filosofica.

16

El sentido comun le decia a Brunetti que seria un desproposito esperar que la familia Lorenzoni hablara con el antes de que el muchacho hubiera sido enterrado, pero fue la conmiseracion lo que le hizo abstenerse de solicitar la entrevista. Decian los diarios que el funeral se celebraria el lunes, en la iglesia de San Salvador. Brunetti esperaba haber obtenido para entonces bastante informacion acerca de Roberto.

Cuando llego a su despacho, llamo a la consulta del doctor Urbani y pregunto a la secretaria si tenia en el archivo el nombre del medico personal de Roberto. La mujer tardo varios minutos en averiguarlo, pero el dato figuraba en la ficha que se habia abierto a Roberto en su primera visita a la consulta del doctor Urbani hacia diez anos.

Era el doctor Luciano De Cal, un apellido vagamente familiar para Brunetti, que habia ido al colegio con un De Cal, pero aquel se llamaba Franco y ahora era joyero. El medico, cuando Brunetti le expuso el motivo de su llamada, dijo que, en efecto, Roberto habia sido paciente suyo durante casi toda su vida, desde que el anterior medico de la familia Lorenzoni se habia retirado.

Cuando Brunetti empezo a preguntar por el estado de salud de Roberto durante los meses que precedieron a su desaparicion, el doctor De Cal le pidio que le excusara un momento y fue en busca de la ficha del joven. Habia venido unas dos semanas antes de su desaparicion, dijo el doctor De Cal, quejandose de somnolencia y persistentes dolores abdominales. En un principio, el medico creyo que podia ser un colico, afeccion a la que Roberto era propenso, especialmente durante las primeras semanas de frio. Pero no habia respondido al tratamiento, y el doctor De Cal le sugirio que consultara a un internista.

– ?Y lo hizo?

– No lo se.

– ?Como es eso?

– Poco despues de enviarlo al doctor Montini, me fui de vacaciones a Tailandia y cuando regrese ya habia sido secuestrado.

– ?Tuvo ocasion de hablar de el con ese doctor Montini?

– ?De Roberto?

– Si.

– No; nunca. No es una persona a la que trate socialmente, es solo un colega.

– Comprendo -dijo Brunetti-. ?Puede darme su numero?

De Cal dejo el telefono y volvio con el numero.

– Es de Padua -explico antes de darlo a Brunetti.

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