– Si, senor, por supuesto -convino el comisario, con la mas vacua de las promesas que habia hecho en mucho tiempo. Al ver que Patta no tenia nada mas que decirle, Brunetti se levanto y salio del despacho.
Cuando cerraba la puerta, la
– ?Ha podido convencerlo de que le encargue del caso?
– ?Convencerlo? -repitio Brunetti, sorprendido de que, despues del tiempo que llevaba trabajando para Patta, esta muchacha aun pensara que su jefe era sensible a la razon o a la persuasion.
– Diciendole lo muy ocupado que estaba en otras cosas, por supuesto -dijo ella, pulsando una tecla del ordenador que tuvo el efecto de poner en movimiento a la impresora.
Brunetti no pudo menos que sonreirle.
– He llegado a pensar que tendria que recurrir a la violencia en mi negativa a aceptar el caso.
– Debe de estar muy interesado en el, comisario.
– Lo estoy.
– Entonces esto le interesara -dijo ella, inclinandose para recoger varias hojas de la bandeja de la impresora y acercandoselas al comisario.
– ?Que es esto?
– La lista de todas las ocasiones en las que algun Lorenzoni ha sido objeto de nuestra atencion.
– ?Nuestra?
– De las fuerzas del orden.
– ?Y eso comprende?
– A nosotros, los
Brunetti la miro con fingido asombro.
– ?Tenemos acceso al Servicio Secreto,
Ella, imperturbable, respondio:
– No, senor, a menos que sea indispensable. Se trata de un contacto del que no quiero abusar.
Brunetti observaba sus ojos, buscando la senal de que bromeaba. No sabia que seria mas inquietante, si averiguar que le decia la verdad o el hecho de que el no pudiera descubrir la diferencia.
Frente a tan persistente ecuanimidad, opto por no insistir y miro los papeles. La primera anotacion databa de tres anos antes: Roberto habia sido arrestado por conducir bajo los efectos del alcohol. El caso se habia saldado con una pequena multa.
Antes de que pudiera seguir leyendo, ella aclaro:
– No he incluido nada relacionado con el secuestro. Con eso estoy haciendo una nota aparte, para mayor claridad.
Brunetti movio la cabeza afirmativamente y se fue. Leia por la escalera, camino de su despacho. En la Navidad del mismo ano -precisamente el dia de Navidad-, un camion propiedad de la empresa de transportes Lorenzoni habia sido robado en la Autopista 8, cerca de Salerno. La carga consistia en material de laboratorio de fabricacion alemana valorado en doscientos cincuenta millones de liras. El camion fue recuperado, pero la carga no.
Cuatro meses despues, una inspeccion de aduanas aleatoria practicada en un camion Lorenzoni revelo que en el manifiesto de carga se declaraba solo la mitad del numero de prismaticos hungaros que transportaba el camion. Se impuso una multa que fue pagada rapidamente. Durante el periodo de un ano, los Lorenzoni no habian sido objeto de la atencion de la policia. Luego, Roberto estuvo implicado en una rina de discoteca. No se presentaron cargos criminales, pero si una demanda civil que los Lorenzoni resolvieron con el pago de doce millones de liras a un muchacho que durante la pelea habia sufrido fractura de la nariz.
Y eso era todo, no habia mas. Durante los ocho meses transcurridos entre la pelea en la discoteca y el secuestro, ni Roberto ni su familia ni ninguna de sus muchas empresas habian existido para ninguna de las multiples fuerzas policiales que vigilaban el pais y a sus habitantes. Y entonces, como un rayo en un cielo sereno, el secuestro. Dos notas, un llamamiento televisado a los secuestradores y luego silencio. Hasta que en un campo proximo a Belluno habia aparecido el cadaver del muchacho.
Ya mientras lo pensaba, Brunetti se pregunto por que siempre, desde el principio, mentalmente, llamaba a Roberto «muchacho». Al fin y al cabo, en el momento del secuestro y, presumiblemente, de su muerte que, al parecer, habia ocurrido poco despues, ya habia cumplido veintiun anos. Brunetti trato de recordar como se referian a el las distintas personas con las que habia hablado: la novia habia mencionado sus bromas y su egoismo; el conde Orazio se habia mostrado casi condescendiente; y la madre lloraba a su nino.
Interrumpio sus pensamientos la entrada de Vianello.
– He decidido ir a Belluno con usted, Vianello. ?Cree que podra conseguirnos un coche?
– Algo mejor que eso, comisario -respondio el sargento con una amplia sonrisa-. Precisamente de ello venia a hablarle.
Brunetti, consciente de lo que se esperaba de el, dijo:
– Le escucho.
– Bonsuan -fue la enigmatica respuesta del sargento.
– ?Bonsuan?
– Si, senor. El puede encargarse del transporte.
– No sabia yo que hubieran construido un canal.
– Su hija, comisario.
Brunetti sabia que el mayor orgullo de Bonsuan era haber mandado a la universidad a sus tres hijas, que ahora eran, respectivamente, medica, arquitecta y abogada.
– ?Cual de ellas?
– Analisa, la arquitecta -respondio Vianello y, sin esperar la pregunta de Brunetti, aclaro-: Tambien es piloto. Un amigo suyo tiene una Cesna en el Lido. Esta tarde tiene que ir a Udine y puede dejarnos en Belluno, si usted quiere.
– Pues vamos -dijo Brunetti, contagiandose del entusiasmo de Vianello ante la idea de la excursion aerea.
Analisa resulto tan buen piloto en el aire como lo era su padre en el agua. Brunetti y Vianello, entusiasmados por la novedad, tuvieron la nariz pegada al cristal de la ventanilla de la avioneta durante la mayor parte de los veinticinco minutos que duro el vuelo. En el curso de aquel viaje, Brunetti hizo dos descubrimientos: el primero, que Alitalia se habia negado a contratar a Analisa por ser licenciada en arquitectura, ya que su nivel de estudios hubiera «violentado a los otros pilotos», y el segundo, que amplias zonas de tierra situadas en torno a Vittorio Veneto estaban consideradas por los militares «Pio XII», lo que en su jerga significaba
Ivo Barzan, el comisario que se habia encargado del traslado del cadaver de Roberto Lorenzoni del campo al hospital y habia llamado a la policia de Venecia, los esperaba en el campo de aviacion.
El los llevo, primero, a casa del doctor Litfin y fue con ellos hasta el oscuro rectangulo, situado cerca del grupo de arboles. Una solitaria gallina castana picoteaba afanosamente la tierra removida de la somera fosa, indiferente a las cintas rojas y blancas que la circundaban, sacudidas por el viento. No se habia encontrado ninguna bala, les dijo Barzan, a pesar de que los
Mientras miraba la fosa y oia como la gallina aranaba y picoteaba la tierra, Brunetti se pregunto que aspecto habria tenido este lugar cuando habia muerto el muchacho, si realmente habia muerto aqui. En invierno, estaria triste y apagado; en otono, por lo menos, habria algo de vida. Pero, apenas hubo formulado la idea, le parecio una estupidez. Si al extremo del campo te espera la muerte, poco importa que el suelo que pisas este cubierto de barro o de flores. Hundio las manos en los bolsillos y se volvio de espaldas a la fosa.
Barzan les dijo que ninguno de los vecinos habia podido decir algo util a la policia. Una anciana insistia en que el muerto era su marido, al que habia envenenado el alcalde, que era comunista. Nadie recordaba haber visto algo fuera de lo corriente, aunque Barzan tuvo el detalle de anadir que le parecia poco probable que alguien pudiera ser de gran ayuda, cuando la policia no podia hacer preguntas mas especificas que la de si alguien habia visto algo extrano dos anos atras.