– Le ha tocado el pie -dijo el segundo policia mirando sus anotaciones.

– No le he tocado el pie -insistio Cola, aunque ya no lo recordaba-. He tocado el zapato, y se lo he sacado del pie. -No pudo reprimir la pregunta-: ?Por que iba a querer tocarla?

Ninguno de los policias respondio. El primero hizo una sena con la cabeza al segundo, que cerro la libreta.

– Bien. Llevenos a donde esta el cadaver.

Cola mantuvo los pies quietos, como si hubiera echado raices y movio la cabeza de derecha a izquierda. El sol habia secado la sangre del delantal y varias moscas zumbaban alrededor de el. Sin mirar a los policias, dijo:

– Esta ahi detras, al otro lado del agujero grande de la cerca.

– Quiero que usted nos lleve a donde esta -dijo el primer policia.

– Ya les he dicho donde esta -respondio Cola secamente alzando la voz.

Los policias se miraron de un modo que daba a entender que la negativa de Cola podia ser significativa y valdria la pena recordarla. Pero, sin decir nada, dieron media vuelta, se alejaron de Cola y del encargado y desaparecieron por la esquina del edificio.

Era mediodia y el sol caia a plomo sobre las gorras de plato de los policias. Debajo, el sudor les empapaba el pelo y les resbalaba por la nuca. Cuando llegaron a la parte de atras del edificio vieron el agujero de la cerca y fueron hacia el. A su espalda, sobre el fondo de los chillidos de muerte que escapaban de la nave, se oian voces humanas, y los agentes se volvieron. En la puerta trasera del matadero se apinaban unos cinco o seis hombres, con unos delantales tan ensangrentados como el de Cola. Los policias ya estaban acostumbrados a esta curiosidad y siguieron andando hacia el agujero de la cerca. Por alli salieron, agachados, uno tras otro, y se encaminaron hacia el matorral.

Los agentes se pararon a pocos metros de las matas.

Pronto distinguieron la planta del pie que asomaba a ras del suelo. Delante estaban los zapatos.

Los dos hombres se acercaron al pie, andando despacio, mirando al suelo tanto para sortear los siniestros charcos negros como para no pisar cualquier huella. El primer policia se arrodillo al lado de los zapatos y aparto las matas. El cadaver estaba boca arriba, con la parte exterior de los tobillos descansando en el suelo. El policia extendio el brazo y dejo al descubierto una pantorrilla depilada. Se quito las gafas de sol y, entornando los ojos, siguio con la mirada las piernas, largas y musculosas, pasando por unas rodillas huesudas hasta llegar a unas bragas de encaje rojo que dejaba al descubierto la falda que estaba subida, tapando la cara. El hombre se quedo inmovil un momento.

– Cazzo -exclamo, soltando las matas.

– ?Que ocurre? -pregunto su companero.

– Es un hombre.

3

Normalmente, la noticia de que un travesti habia aparecido en Marghera con la cara destrozada hubiera causado sensacion, incluso entre el personal de la questura de Venecia, que estaba de vuelta de todo, en especial, si el hallazgo se producia durante el largo periodo festivo del ferragosto, en que la delincuencia solia disminuir o no pasaba de pequenos atracos y robos de pisos. Pero ese dia hubiera hecho falta mucho mas morbo para desplazar la espectacular noticia que habia corrido como un reguero de polvora por los pasillos de la questura: durante aquel fin de semana, Maria Lucrezia Patta, esposa del vicequestore Giuseppe Patta, habia abandonado a su marido, tras veintisiete anos de matrimonio, para instalarse en Milan -y, al llegar a este punto, cada narrador de la noticia hacia una pausa, para que el oyente pudiera prepararse para el bombazo-, en casa de Tito Burrasca, pionero y gran animador de la industria italiana del cine porno.

La noticia habia llegado a la questura aquella manana por boca de una de las secretarias del Ufficio Stranieri, que tenia un tio que vivia en un pequeno apartamento situado encima del piso de los Patta y que aseguraba haber pasado casualmente por delante de la puerta del matrimonio en el momento en que la bronca llegaba a su punto culminante. Decia el tio que Patta habia pronunciado a gritos el nombre de Burrasca varias veces, amenazando con mandarlo arrestar si se atrevia a venir a Venecia; la signora Patta habia respondido al fuego amenazando no solo con irse a vivir con Burrasca sino con protagonizar su proxima pelicula. El tio habia vuelto sobre sus pasos y pasado la media hora siguiente tratando de abrir la puerta de su apartamento, mientras los Patta seguian intercambiando amenazas y recriminaciones. La refriega no habia cesado hasta la llegada de una lancha taxi al extremo de la calle y la marcha de la signora Patta, seguida de sus seis maletas, que le habia bajado el taxista, y de los denuestos de Patta, que la acustica de la escalera habia hecho subir hasta los oidos del tio.

La noticia llego a la questura a las ocho de la manana del lunes y Patta la siguio a las once. A la una treinta, se recibio la llamada que informaba del hallazgo del travesti, pero entonces la mayoria del personal se habia ido a almorzar, comida durante la cual los funcionarios se entregaron a las mas jugosas conjeturas acerca de la futura carrera cinematografica de la signora Patta. En una de las mesas se ofrecio un premio de cien mil liras a la primera persona que se atreviera a preguntar a Patta por la salud de su senora esposa, ofrecimiento que revelaba la popularidad de que gozaba el vicequestore entre sus subordinados.

Guido Brunetti se entero del asesinato del travesti por el mismo vicequestore Patta, que lo llamo a su despacho a las dos y media.

– Acabo de recibir una llamada de Mestre -dijo Patta, despues de invitar a Brunetti a tomar asiento.

– ?De Mestre, senor? -pregunto Brunetti.

– Si, esa ciudad que esta al extremo del Ponte della Liberta -dijo Patta asperamente-. Supongo que habra oido hablar de ella.

Brunetti, recordando lo que le habian contado de Patta aquella manana, decidio hacer caso omiso del sarcasmo.

– ?Y que querian los de Mestre?

– Tienen un caso de asesinato y no disponen de nadie para investigarlo.

– ?Si tienen mas personal que nosotros! -dijo Brunetti, que nunca estaba seguro de lo que Patta sabia acerca del funcionamiento de las fuerzas de policia en una y otra ciudad.

– Eso ya lo se, Brunetti. Pero tienen a dos comisarios de vacaciones, otro se ha roto una pierna este fin de semana en un accidente de carretera. Queda uno, una mujer -Patta dio un resoplido de indignacion ante la circunstancia-, que el sabado empieza su permiso de maternidad y no se reincorporara hasta ultimos de febrero.

– ?Y los que estan de vacaciones? ?No pueden pedirles que vuelvan?

– Uno esta en el Brasil y el otro, no se sabe donde.

Brunetti fue a decir que un comisario tenia la obligacion de estar siempre localizable, a dondequiera que fuera de vacaciones, pero al ver la expresion de Patta opto por preguntar:

– ?Que le han dicho de ese asesinato?

– Es un chapero. Un travesti. Le machacaron la cabeza y lo dejaron en un campo de Marghera. -Antes de que Brunetti pudiera hacer alguna objecion, Patta dijo-: Si, ya se. El campo esta en Marghera, pero el matadero que es el propietario del terreno esta en el termino de Mestre solo por unos metros, de modo que el caso corresponde a Mestre.

Brunetti no tenia ningun deseo de perder el tiempo hablando de derechos de propiedad ni terminos municipales, y solo pregunto:

– ?Como saben que era un chapero?

– No se como saben que era un chapero, Brunetti -respondio Patta levantando la voz un par de octavas-. Solo le digo lo que me han comunicado. Un chapero vestido de mujer, con la cabeza abierta y la cara destrozada.

– ?Cuando lo han encontrado?

Patta no tenia costumbre de tomar notas y no se habia molestado en poner por escrito dato alguno. Los hechos no le interesaban, ?que podia importar un chapero mas o menos?, pero le irritaba que sus hombres les

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