objetivo claro hasta que leyera las fichas de la carpeta azul o hasta que alguien pudiera identificar al muerto. Mientras tanto, no podria hablarse de movil ni tratar de comprender lo sucedido.

El comisario se levanto y miro su reloj.

– Me gustaria que su conductor fuera a recogerme manana por la manana a las ocho y media. Y, a ser posible, que el dibujante ya tuviera el boceto terminado. Tan pronto como puedan disponer de el, si es posible, esta misma noche, que por lo menos dos agentes empiecen a ensenarlo a los travestis y les pregunten si saben quien era o si tienen noticia de que ha desaparecido alguien de Pordenone o de Padua. Que pregunten a las prostitutas si tambien los travestis trabajan en la zona en la que se encontro el cadaver o si alguna vez han visto a alguno por alli. -Tomo la carpeta-. Esta noche repasare las fichas.

Gallo habia ido anotando las instrucciones de Brunetti y ahora se levanto y fue con el hasta la puerta.

– Hasta manana, comisario. -Volvio al escritorio y alargo la mano hacia el telefono-. Abajo encontrara al conductor que le llevara a piazzale Roma.

Mientras el coche de la policia iba por el paso elevado camino de Venecia, Brunetti miraba hacia la derecha, a las nubes de humo gris, blanco, verde y amarillo que brotaba del bosque de chimeneas de Marghera. En todo lo que alcanzaba la mirada se extendia sobre el vasto poligono industrial una capa de humo que los rayos del sol poniente convertian en una radiante vision del siglo proximo. Deprimido por la idea, volvio la mirada hacia Murano y la lejana torre de la basilica de Torcello, donde, segun algunos historiadores, empezo a germinar la idea de Venecia hacia mas de mil anos, cuando los habitantes de la costa se desplazaron hacia las marismas huyendo de los hunos invasores.

El conductor hizo un rapido viraje para sortear una enorme autocaravana con matricula alemana que les habia cortado el paso al salir del aparcamiento de Tronchetto, lo que hizo volver al presente a Brunetti. Otra vez los hunos, y ahora no habia adonde escapar.

Desde piazzale Roma, Brunetti fue a su casa andando, sin fijarse por donde iba ni con quien se cruzaba. No podia dejar de pensar en aquel sordido descampado, en las moscas que zumbaban en torno al matorral donde habia estado el cadaver. Manana iria a verlo, hablaria con el forense y trataria de descubrir que secretos podia revelar aquel cuerpo desfigurado.

Llego a casa poco antes de las ocho, no tan tarde como para que pudiera suponerse que no habia tenido una jornada normal. Cuando abrio la puerta, Paola estaba en la cocina, pero no habia en la casa sonidos ni ruidos de cocina. Avanzo por el pasillo, empujado por la curiosidad y asomo la cabeza por la puerta. Ella estaba delante de la encimera, cortando tomates en rodajas.

– Ciao, Guido -dijo mirandolo con una sonrisa.

El arrojo la carpeta azul sobre la encimera, se acerco a Paola y le dio un beso en la nuca.

– ?Con este calor? -pregunto ella, pero se apoyaba en el al decirlo.

El le lamio suavemente el cuello.

– Tengo falta de sal -dijo, volviendo a lamer.

– En la farmacia venden pastillas de sal. Probablemente son mas higienicas -dijo ella inclinandose hacia adelante, pero solo para tomar otro tomate rojo del fregadero, que corto en gruesas rodajas y agrego a los que ya tenia dispuestos en circulo en una fuente de ceramica.

El saco una botella de agua mineral del frigorifico y una copa del armario alto. Lleno la copa, bebio, volvio a llenarla y a beber, tapo la botella y volvio a meterla en el frigorifico.

Del estante de abajo extrajo una botella de prosecco. Arranco la lamina de estano y, lentamente, empujo el corcho con los pulgares, imprimiendole un suave movimiento de vaiven. Cuando salto el tapon, el inclino rapidamente la botella, para impedir que se derramara la espuma.

– ?Por que cuando nos casamos, tu ya sabias lo que hay que hacer para que el champan no se salga y yo, no? -pregunto mientras se servia el vino espumoso.

– Mario me lo enseno -dijo Paola, y el supo inmediatamente que, de la veintena de Marios que conocian, su mujer se referia a su primo, el comerciante en vinos.

– ?Quieres?

– Solo un sorbo del tuyo. No me gusta beber con este calor; se me sube a la cabeza. -El la abrazo por detras y le arrimo la copa a los labios. Ella tomo un trago-. Basta -dijo. Entonces bebio el.

– Esta bueno -murmuro-. ?Y los ninos?

– Chiara, en la terraza, leyendo. -?Alguna vez hacia Chiara algo que no fuera leer? ?Aparte de resolver problemas de matematicas y pedir un ordenador?

– ?Y Raffi? -Seguro que estaba con Sara, pero Brunetti siempre preguntaba.

– Con Sara. Cena en su casa y despues piensan ir al cine. -Paola rio, divertida por la fervorosa devocion de Raffi por Sara Paganuzzi, y aliviada de que su hijo se hubiera prendado de la vecinita que vivia dos pisos mas abajo-. Espero que pueda separarse de ella estas dos semanas que vamos a estar fuera -prosiguio la madre, aunque estaba segura de que la posibilidad de pasar dos semanas en las montanas de Bolzano y escapar del calor asfixiante de la ciudad bastaba para inducir hasta al mismo Raffi a renunciar transitoriamente a las delicias de un amor recien estrenado. Ademas, los padres habian dado permiso a Sara para que pasara un fin de semana de aquellas vacaciones con la familia de Raffaele. Y Paola, que no tenia que volver a dar clase en la universidad hasta dentro de dos meses, veia ante si dias y dias de lectura intensiva.

Brunetti no dijo nada y se sirvio otra media copa de espumoso.

– Caprese? -pregunto senalando con un movimiento de la cabeza la corona de tomate en rodajas que su mujer disponia en la fuente.

– Oh, superdetective -dijo Paola alargando la mano hacia otro tomate. Ve una fuente de rodajas de tomate, colocadas de manera que puedan intercalarse entre ella lonchas de mozzarella, ve un ramo de albahaca fresca en un vaso situado a la izquierda de su bella esposa, al lado del plato del queso e, instantaneamente, deduce: insalata caprese para cenar. No es de extranar que la sagacidad de este hombre tenga atemorizada a la poblacion criminal de la ciudad. Se volvio a mirarlo sonriendo, para tratar de adivinar por su expresion si esta vez habia ido demasiado lejos. Al ver que quiza era asi, le tomo la copa de la mano y bebio otro sorbo-. ?Que pasa? -pregunto al devolverle la copa.

– Me han asignado un caso en Mestre. -Atajando la interrupcion que preveia, explico-: Tienen a dos comisarios de vacaciones, a otro en el hospital con una pierna rota y la otra empieza el permiso de maternidad.

– Asi que Patta te ha cedido a Mestre.

– No habia nadie mas.

– Guido, siempre hay alguien mas. Si me apuras, esta el mismo Patta. No le haria ningun dano hacer algo mas que estar sentado en su despacho, firmar papeles y sobar a las secretarias.

A Brunetti le resultaba dificil imaginar a alguna de las secretarias consintiendo que Patta la sobara, pero se reservo la opinion.

– ?Que dices? -le insto ella, al ver que callaba.

– Patta tiene problemas -dijo Brunetti.

– ?Entonces es verdad? Todo el dia he estado deseando llamarte para preguntartelo. ?Tito Burrasca? -Brunetti asintio y ella levanto la cabeza y emitio un sonido bronco que podria describirse como risotada-. Tito Burrasca - repitio, se volvio hacia el fregadero y saco otro tomate-. Tito Burrasca.

– Vamos, Paola, no tiene gracia.

Ella se revolvio sin soltar el cuchillo.

– ?Como que no tiene gracia? Patta es un gilipollas fatuo, hipocrita y santurron, y no se me ocurre nadie que lo tenga mas merecido.

Brunetti se encogio de hombros y se sirvio mas espumoso. Mientras su mujer despotricara contra Patta se olvidaria de Mestre, aunque comprendia que la distraccion seria solo momentanea.

– Es que no me lo puedo creer -dijo ella girando sobre si misma, como si hablara con el ultimo tomate que quedaba en el fregadero-. Te amarga la vida durante anos, te complica el trabajo, y ahora tu lo defiendes.

– No lo defiendo, Paola.

– Pues lo parece -dijo ella, dirigiendose ahora a la bola de mozzarella que tenia en la mano izquierda.

– Solo digo que nadie se merece una cosa asi. Burrasca es un cerdo.

– ?Y Patta, no?

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