?Que podia responder? Sabia por la mujer policia que John habia sido maltratado, pero no quiso conocer ningun detalle. «Le dolio, Justus», se dijo a si misma en silencio, pero intento consolarlo diciendo que, probablemente, John no habia sufrido.
El no la creyo. ?Por que iba a hacerlo?
La mano en el picaporte de la puerta. Los ojos cerrados.
– Mi John -susurro.
Habia sudado. Ahora tenia frio y fue al salon con pies de plomo a buscar la manta. Se quedo parada, pasiva, envuelta en la manta en medio de la habitacion, incapaz de hacer nada despues de que Justus se durmiera. Hasta entonces, ella habia sido necesaria. Ahora los minutos pasaban y John cada vez estaba mas muerto. Cada vez mas lejano.
Se acerco a la ventana. El aroma de los jacintos casi la sofoco y sintio el impulso de romper el cristal para tener aire fresco.
Nevaba de nuevo. De pronto, observo un movimiento. Un hombre desaparecio entre las casas al otro lado de la calle. Lo vio solo un segundo, pero Berit estaba convencida de haber visto antes esa figura. Ropa verde oscuro, una especie de gorra, eso era todo. Miro fijamente la fachada por donde habia desaparecido, pero ahora solo se veia el rastro en la nieve. Se le ocurrio que se trataba del mismo hombre que habia visto la noche anterior mientras esperaba a John. Entonces creyo que se trataba del hermano de Harry, que le echaba una mano quitando nieve, pero ahora se sintio insegura. ?Era John quien se aparecia? ?Deseaba decirle algo?
Ola Haver llego a casa justo antes de las nueve.
– He visto las noticias -fue lo primero que dijo Rebecka.
Ella le lanzo una mirada por encima del hombro. Haver colgo el abrigo y sintio que el cansancio se apoderaba de el. En la cocina proseguia el incansable picar. El cuchillo iba al encuentro de la tabla de cortar.
Entro en la cocina. Rebecka le daba la espalda y el se sintio atraido hacia ella como si fuera una limadura de hierro y ella un iman.
– Hola -saludo el, y enterro su rostro en el cabello de su mujer.
Sintio su sonrisa. El cuchillo mantenia su ritmo sobre la tabla de cortar.
– ?Sabias que en Espana las mujeres dedican cuatro horas al dia a las tareas domesticas mientras que los hombres solo lo hacen cuarenta y cinco minutos?
– ?Has hablado con Monica?
– No, lo he leido en el periodico. He tenido tiempo de hacerlo entre la aspiradora, dar de mamar y lavar la ropa -dijo ella riendo.
– ?Quieres que haga algo? -pregunto el, y paso sus brazos alrededor del cuerpo de ella, tomo sus manos y la obligo a dejar de picar.
– Es de un estudio que se ha hecho en distintos paises europeos -dijo ella, y se libero de su abrazo.
– ?Como ha quedado Suecia?
– Mejor -respondio concisa.
Comprendio que ella queria que el la dejara en paz para asi poder acabar la ensalada de arenque o lo que fuera que preparaba, pero le costaba separase de su cuerpo. Deseaba apretarse contra su espalda y sus nalgas.
– ?Ha sido horrible?
– Como siempre. En otras palabras, una mierda, pero Bea se ha ocupado de lo peor.
– ?Hablar con la familia?
– ?Y tu? ?Como se han portado los ninos?
– ?Estaba casado?
– Si -dijo Haver.
– ?Hijos?
– Un chico de catorce anos.
Rebecka vertio las verduras bien troceadas en la sarten, paso el cuchillo por la tabla para raspar los ultimos restos. El miro el cuchillo en la mano de ella. La piedra del anillo, que habia comprado en Londres, relucia rojo rubi.
– Voy a hacer algo nuevo -indico ella, y el comprendio que se trataba de la comida.
Haver se fue a la ducha.
8
A las cuatro menos veinte de la manana Justus Jonsson se levanto de la cama. Se desperto de una sacudida y le apremio una unica idea. La voz de su padre le habia despertado: «Chaval, ya sabes lo que tienes que hacer».
Mira que no haberlo pensado antes. Se levanto con sigilo, abrio con cuidado la puerta y vio que habia luz en el vestibulo. El apartamento estaba en calma. La puerta del dormitorio de sus padres estaba entornada. Echo una ojeada y, para su sorpresa, comprobo que la cama estaba vacia. Quedo confundido durante unos segundos. ?Se habria marchado? Pero vio que faltaba la manta de Berit y entonces comprendio.
La encontro en el sofa. Se acerco tanto que pudo oir su respiracion, y luego, mas tranquilo, regreso a su habitacion. La puerta del armario chirrio ligeramente al abrirla. Moviendose con mucha cautela fue a buscar una silla para alcanzar la repisa superior, al fondo de todo.
Ahi estaban las cajas de John, material del acuario, repuestos para las bombas, filtros, una lata con piedras, bolsas de plastico y demas. Detras de todo esto Justus encontro lo que buscaba y saco la caja con cuidado. La madre tosio y Justus se quedo paralizado. Espero medio minuto antes de atreverse a bajar, colocar la caja encima de la cama, llevar la silla a su sitio y cerrar la puerta con mucho cuidado.
La caja pesaba mas de lo que habia imaginado. Se la puso debajo del brazo, echo un vistazo al pasillo y escucho. Sudaba. El suelo estaba frio. El reloj del salon marco las cuatro.
Justus habia salvado a su padre. Tuvo esa sensacion. Le embargo una gran calidez. «Es nuestro secreto - penso-, nadie sabra nada, te lo prometo.»
Se acurruco bajo el edredon, enrosco sus manos sobre las piernas flexionadas. Rogo que John pudiera verlo, oirlo, tocarlo. Una ultima vez. Lo hubiera dado todo por que su padre pudiera alargar la mano.
Ola Haver se desperto en el otro extremo de la ciudad. ?Lo habia despertado el dolor de cabeza, o habia sido quiza uno de los ninos? Rebecka dormia profundamente. Ella solia despertarse de inmediato al menor gemido de los ninos, asi que seguramente habia sido el dolor en la frente lo que habia alterado su sueno.
Se tomo un par de comprimidos de Alvedon, que se trago con un vaso de leche, y permanecio de pie apoyado contra el banco de cocina. «Tengo que dormir», penso. Miro el reloj. Las cuatro y media. ?Habria llegado ya el periodico? En ese mismo instante oyo por el hueco de la escalera que se cerraba la puerta del portal y lo tomo como una senal.
Espero al repartidor de periodicos detras de la puerta y tiro del diario cuando este lo introdujo por la ranura del buzon. Le sorprendio no haber visto nunca al repartidor de periodicos, pero se imaginaba que era un hombre. Eso indicaban los pasos en la escalera. Una persona que nos presta un servicio diario y que echariamos de menos si faltara. Sin rostro, solo pies y una mano que se alargaba hacia el buzon.
Haver desplego el periodico y encendio la lampara de la cocina. Lo primero que vio fue una fotografia de Libro. El texto era el mismo de siempre. Liselotte Rask, responsable de prensa de la policia, hablaba de un brutal asesinato y mencionaba que la policia «habia encontrado algunas huellas». Haver sonrio; claro, las suyas, las del cuarenta y cinco de Ottosson y las del treinta y seis de Bea.
La foto no hacia justicia al asesinado; no obstante, era una autentica fotografia para enmarcar si se