Haver repaso sistematicamente los puntos de la lista que habia anotado en su cuaderno por la manana. Nadie lo interrumpio durante su exposicion y al acabar reino un extrano silencio entre los policias presentes.

«Habre olvidado algo», penso Haver, y consulto su cuaderno.

– Perfecto -dijo Ottosson, y sonrio.

– ?Ryde!

El tecnico de la cientifica detallo sus descubrimientos con voz cansina. El vertedero de Libro era un lugar rico en hallazgos, aunque la larga lista sobre objetos encontrados, por supuesto, incluia algunos que nada tenian que ver con el asesinato.

Entre las cosas que se llevaban al vertedero habia, ademas de nieve, gran cantidad de basura de las calles de la ciudad. Se trataba, entre otras muchas cosas, de paquetes de cigarrillos, juguetes, neumaticos, conos de carretera, el cartel de una pasteleria, dos pelotas de plastico, un gatito muerto, tres raspadores de hielo. El hallazgo mas sorprendente fue un pajaro disecado, segun Hugosson, uno de los policias de la cientifica que avistaba aves; se trataba de una gaviota argentea.

Encontraron dos objetos muy interesantes: un trozo de cuerda de nailon verde de ocho milimetros de grosor y un guante de trabajo con restos de sangre. Aun no tenian la analitica. Podia ser de John, Pero tambien podia proceder de alguno de los muchos camiones que frecuentaban el vertedero. Ryde especulaba con que un conductor se habia lastimado, habia manchado de sangre el guante y lo habia tirado o se le habia caido. Era un guante de invierno, forrado, de la marca Windsor Elite.

Sin embargo, el trozo de cuerda de apenas cincuenta centimetros de largo se podia relacionar directamente con Johny. El dibujo de la cuerda coincidia con las marcas en sus munecas y ademas, lo cual era determinante, unos cuantos pelos de John se habian adherido a la fibra de la cuerda. La cuerda, que seguramente se podia comprar en gasolineras o grandes almacenes, habia sido hallada a tres metros del cuerpo.

Se habian encontrado varias huellas de coches. La gran mayoria de vehiculos pesados de anchas ruedas. Camiones, fue la conjetura no especialmente cualificada de Ryde. Tambien las marcas de una maquina pesada, quiza del CAT que el ayuntamiento habia alquilado para apelmazar la nieve.

Mas interesantes eran las huellas de un coche halladas junto a John. El dibujo de la rueda no era del todo claro -la incesante nevada lo habia cubierto en parte-, pero, a causa del brusco enfriamiento de la temperatura durante la noche del crimen, un fragmento de la huella se habia congelado y los tecnicos habian podido reconstruir su dibujo y su ancho.

Ryde esparcio una serie de fotos fotocopiadas sobre la mesa.

– Doscientos veinte milimetros de ancho, neumatico radial, claveteado, tal vez de una furgoneta o de un jeep. En definitiva, no corresponde con un viejo y oxidado Ascona -expuso con sequedad.

– ?No podria tratarse de uno de los coches del ayuntamiento? -pregunto Fredriksson, y palpo una de las copias en blanco y negro con la punta de los dedos como si asi pudiera apreciar el dibujo de la rueda.

– Por supuesto que si -afirmo el tecnico-. Solo expongo lo que hemos encontrado, luego vosotros sacareis las conclusiones.

– Perfecto -contesto Ottosson.

La reunion prosiguio con la exposicion de Riis sobre los resultados de la investigacion de la situacion economica de la familia Jonsson. La mayor parte eran conclusiones preliminares -aun no se habian recopilado todos los datos-, pero Riis tenia la pelicula clara: una familia de bajos ingresos que no se podia permitir excesos.

Como era de esperar, el paro de John habia afectado a su economia. Se habia constatado un incremento de compras a plazos y habia tres avisos de impagos durante los ultimos dos anos.

No percibian ayuda para el pago del alquiler. El precio de su apartamento era «razonable», segun Riis. No se habia registrado ninguna queja de la compania municipal de alquiler. Tampoco habia quejas de los vecinos.

Tenian una sola tarjeta de credito, una tarjeta de IKEA de la que se habian utilizado cerca de siete mil coronas. Ni John ni Berit contaban con un fondo de pensiones, tampoco acciones u otra clase de valores. John tenia una cuenta en el Foreningssparbanken, donde le ingresaban su desempleo. A Berit le pagaban su sueldo en su cuenta personal del Nordbanken. Ella ganaba una media de doce mil coronas brutas al mes.

John tenia un seguro de vida. Estaba unido al seguro del sindicato a traves de FORA y seguramente no daria ninguna suma exorbitante, suponia Riis, que finalizo su exposicion con un suspiro.

– En otras palabras, no se veian excesos y menos aun en los ultimos anos -resumio Haver.

– Pero hay una cosa mas -dijo Riis-. En octubre le ingresaron a John diez mil coronas en su cuenta. Fue un pago realizado a traves de Internet desde una cuenta que aun no he podido localizar. Lo hare esta manana.

Riis comunico esto en un tono anormalmente defensivo para el, como si esperase una critica por no tener todos los detalles sobre la mesa.

Haver reflexiono sobre el dato. Era, sin duda, la informacion mas interesante que tenian hasta el momento.

– Diez mil pavos -manifesto, y parecio que sopesara lo que haria con diez mil coronas-. Solo podemos especular sobre de que clase de dinero se trata, pero, sin duda, suena a algo turbio.

Fredriksson tosio.

– Si -coincidio Haver, que lo conocia bien.

– Sabemos que hizo John ayer por la tarde -dijo Fredriksson con modestia-. Estuvo en el Systembolaget y compro alcohol; luego visito a un amigo, Mikael Andersson, que vive en la calle Vaderkvarnsgatan. Llamo ayer por la noche y estara aqui dentro de media hora.

– ?Cuando paso John por alli?

– Llego a las cinco y se quedo media hora, quiza tres cuartos.

Fredriksson relato los datos de Mikael Andersson.

– Vale -dijo Haver-, ahora tendremos que seguir el rastro. Mikael Andersson vive en la calle Vaderkvarnsgatan, a un par de manzanas de la plaza. ?Como volvio a casa?

– En autobus -explico Bea-. Uno no va caminando hasta Granby con dos bolsas del Systembolaget llenas. Yo no lo haria.

– Seguro que tomo el 3 que sale de la calle Vaksalagatan -asevero Lundin, cuya participacion en las reuniones matinales era cada vez mas esporadica. Haver sospechaba que el bloqueo le venia de su creciente miedo a los microbios y su mania por la limpieza.

– Tenemos que hablar con el conductor del autobus -indico Haver.

– Quiza podriamos poner a alguien en la parada a la hora en que pensamos que John tomo el autobus y ensenar una foto y…

– Buena idea -dijo Haver-, hay mucha gente que siempre toma el autobus a la misma hora. ?Lundin?

Lundin levanto la mirada sorprendido.

– Esa hora me viene un poco mal -repuso.

– Yo me ocupo de ello -dijo Berglund, y lanzo a Haver una penetrante mirada. Detestaba ver la expresion atormentada y turbada de Lundin.

– El hermano, ?no deberiamos concentrarnos en el? -propuso Sammy, que hasta entonces habia guardado silencio. Se habia sentado al otro extremo de la mesa, de forma que Haver ni siquiera se habia fijado en el.

Ottosson tamborileaba sobre la mesa.

– Es un mal bicho -dijo-. Un autentico mal bicho.

En el mundo de Ottosson habia «gente decente» y «malos bichos». La definicion habia perdido algo de fuerza, pues habia demasiados malos bichos pululando por la ciudad. Muchos de ellos formando bancos, como Sammy senalaba una y otra vez en su trabajo con la violencia callejera.

Beatrice penso en el hobby de John y se imagino a su hermano, Lennart, nadando en el acuario como un «autentico mal bicho».

– Ann y yo fuimos los ultimos en ficharlo -senalo Sammy-. No me importaria pescar a esa barracuda.

«Ya vale de lenguaje figurado», penso Haver.

– Lo interrogaremos. Me parece bien que seas tu quien tenga la primera charla con el -dijo, y cabeceo hacia Sammy Nilsson.

*****
Вы читаете La princesa de Burundi
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату