– ?Vio a John despues de que lo echaran?
Erki asintio y encendio otro Chesterfield con el anterior.
– A veces pasaba por aqui, pero nunca hablaba con Sagge.
– ?Pero con usted si?
– Si.
El finlandes esbozo una triste sonrisa y se parecio aun mas a un personaje de Fellini.
Antes de abandonar el taller, Haver hablo con los otros dos empleados, Kurt Davidsson y Harry Mattzon. Ninguno de ellos fue especialmente locuaz, pero fortalecieron la imagen de Johny como soldador cualificado y buen companero. Sin embargo, no le parecio que les afectara la muerte de John tanto como a Karjalainen.
Mattzon, el melenudo, dijo algo que Haver encontro digno de atencion.
– El verano pasado me encontre a John aqui en la calle. Era la ultima semana de vacaciones. Yo habia venido a buscar un portaequipaje que tenia aqui en el taller. Se lo iba a prestar a mi hermano. Al girar la esquina me cruce con John.
– ?Iba en coche?
– Si.
– Pero no tiene coche -dijo Haver.
– No, ya lo se, por eso me acuerdo, porque pense que se habia comprado un coche.
– ?De que marca?
– Un viejo Volvo 242 blanco, de mediados de los setenta.
Haver no pudo menos que sonreir.
– ?Iba solo en el coche?
– No me fije.
– ?Cuando fue?
– Tuvo que ser la primera semana de agosto. El domingo, creo. Mi hermano se iba de viaje y le habia prometido la baca, pero se me habia olvidado, asi que tuve que ir el domingo.
– ?Venia del taller?
– Es dificil saberlo -contesto Mattzon, que dio unos pasos hacia la puerta y poso la mano en el picaporte. Haver descubrio que este se habia quemado. Por encima de los nudillos de su mano izquierda brillaban las ampollas rojas de las quemaduras. Algunas se habian reventado y mostraban la carne inflamada.
– ?Quiza habia quedado aqui con alguien?
– ?Con quien podria ser? Estaba cerrado a cal y canto. Sagander estaba en Africa, de safari -conto el soldador, y abrio la puerta.
– Hagase mirar esa mano -sugirio Haver-, no tiene buena pinta.
El hombre echo una ojeada al interior del taller y luego lanzo una rapida mirada a Haver. No reparo en la mano.
– Por lo menos yo sigo vivo -dijo, y entro en su lugar de trabajo.
Haver entrevio a Sagander en su garita antes de que la puerta se cerrara. Cogio el movil y llamo a Sammy Nilsson, que no respondio. Haver miro el reloj. Hora de almorzar.
11
Vincent Hahn se desperto a las nueve y media. Era su dia de bingo. Pese a tener prisa, se entretuvo un rato con Julia y le acaricio las duras nalgas. Le cambiaria las bragas por la noche. Decidio robar un par en Lindex, su lugar favorito. A poder ser oscuras, pero no negras.
A veces, el porte erguido del maniqui le molestaba, pues le daba la sensacion de que lo vigilaba. Cuando se enfadaba mucho solia tumbarla en el suelo y la dejaba ahi tendida un dia o dos. Despues ya no era tan descarada.
Habia pasado una mala noche. En realidad, los remordimientos no se hallaban en el interior del arsenal sentimental de Vincent, pero un ruido le molesto y luego le persiguio hasta el amanecer.
Comio un yogur, siempre yogur, dos platos. El yogur era limpio.
El autobus llego con un retraso de treinta segundos, pero el conductor unicamente sonrio cuando se lo indico. Todos los conductores de la linea lo conocian. Durante su primer ano en el barrio llevo a cabo una estadistica de los distintos conductores: si cumplian los horarios, si eran amables o no, como conducian. Envio un escrito con las cifras, dispuestas en un ingenioso sistema, a la direccion de la empresa de autobuses de Uppsala.
La respuesta que recibio le indigno. Durante algunas semanas forjo planes de venganza, pero, como tantas veces, todo quedo en nada.
Ahora se sentia mas fuerte, dispuesto a llevar a cabo su idea. No comprendia en que radicaba la diferencia; simplemente, se sentia mejor preparado. Ahora no solo tenia el derecho, sino tambien las fuerzas para llegar hasta el final.
Habia comenzado la noche anterior. Un conejo. Los roedores no deben vivir en nucleos urbanos. Otras personas pensaban como el y, en silencio, muchas se lo agradecerian, de eso estaba seguro despues del escrito enviado a la comunidad de propietarios.
?Quiza el cambio se debia a Julia? La habia conseguido en primavera. Durante mucho tiempo habia deseado compartir su vida con alguien y cuando hallo a Julia en un contenedor de basura supo que habia encontrado a su pareja.
Estaba sucia y el dedico un dia entero a lavar las manchas y a reparar una raja en su ingle. Alguien habia sido malo con ella. Ahora Julia estaba segura. El la protegia, le cambiaba la ropa interior y le daba amor.
Se bajo en la terminal de autobuses y subio por la calle Bangardsgatan hacia el local del bingo. Siempre miraba a su alrededor antes de entrar. Una vez dentro desaparecia parte de la excitacion.
12
El titular del periodico matutino voceaba a los cuatro vientos su oscura noticia: «Asesinato».
A unos les estimulaban las cronicas y los resultados de las paginas deportivas, otros se reconfortaban con los densos textos de la seccion cultural, habia quien se divertia con las tiras comicas o los suplementos del hogar. Ann Lindell no estaba interesada en nada de eso, pero un asesinato en su ciudad hacia que su corazon latiera con fuerza. Lo que le excitaba no era la violencia ni el hecho de que una persona hubiera sido brutalmente asesinada, sino que eso implicaba trabajo.
Se introdujo en el texto, estudio todos sus detalles, intento leer entre lineas. Los escuetos comentarios de sus colegas, Haver y Ryde, no le proporcionaron mucho, pero si lo suficiente como para comprender que aun no tenian muchas pistas.
Aparto el periodico. Llevaba nueve meses en casa. La criatura crecia con desesperante lentitud. Se llamaba Erik, pero ella lo llamaba casi siempre «la criatura». No habia nada despectivo en ello, era mas bien una muestra de su compasion por el nino que se veia obligado a crecer en el hogar monoparental de una mujer policia.
No se tenia a si misma por una buena madre. No era cuestion de que el pequeno pasara alguna necesidad - recibia todo el cuidado que tenia derecho a reclamar-, pero muchas veces Ann sentia una cierta impaciencia por el lento desarrollo de su hijo. ?Por que no podia apresurarse para que ella pudiera volver al trabajo?
Le habia comentado a Beatrice que le parecia una deslealtad para con el nino inocente, pero esta unicamente se habia reido.
– ?Crees que no me reconozco? -le pregunto-. Nosotras amamos a nuestros hijos, pero queremos muchas cosas. Ellos son nuestro amor, pero no toda la vida, por asi decirlo. Hay mujeres a las que les encanta estar en casa cantando nanas. Yo, despues del primer ano, crei que me iba a volver loca. No era lo mio, eso de estar sentada en el parque manteniendo conversaciones de mierda con el resto de madres.
Las palabras de su colega la tranquilizaron un poco, pero no del todo. Le roia la mala conciencia. Sentia que
