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La fotografia de la pagina 5 del
Despues de esa ocasion el solia sonreirle. Le hablo del taller y ofrecio sus servicios por si habia algo que necesitara una reparacion en la escuela. Ella se lo agradecio, pero no creia que hubiera nada que necesitaran soldar. «Pero puedes venir cuando quieras. -Y anadio-: Nos faltan hombres.»
La miro de aquella manera que ella recordaba tan bien de sus anos de escuela, y le embargo una gran calidez. Su mirada indicaba que le habian gustado sus palabras, pero Gunilla tambien leyo algo mas. Un destello que le agrado mucho.
Hubiera deseado besarlo. No apasionadamente, pero si en la mejilla, aspirar el aroma del humo de soldar que se habia introducido en todos los poros de su cuerpo. Apenas fue un segundo de inspiracion, pero cada vez que se encontraban surgia ese impulso.
Permanecieron completamente quietos, juntos, un corto momento, y parecio que el tiempo desapareciera. Se encontro pensando en que John era uno de los pocos a los que habia seguido viendo con regularidad, e incluso este habia conocido a sus padres mientras aun se encontraban bien. Ahora ambos estaban en una residencia, inaccesibles.
Ella tambien habia conocido a los padres de John: Albin, el tartamudo, y Aina, que solia escribir notitas en la lavanderia diciendo que habia que dejar el sitio mas limpio.
Tiempo atras habia estado enamorada de John. Fue en secundaria, quiza en segundo. Ella era una mas de la pandilla que solia reunirse en La Colina, el descampado que habia junto a la plaza Vaksala. Ahi se daban cita John y Lennart, ademas de una treintena de adolescentes de Petterslund, Almtuna y Kvarngardet.
En lo alto de La Colina habia un almacen donde un constructor en bancarrota guardaba tablones y moldes de puertas, con los que los chavales habian construido un ingenioso sistema de pasillos y cabanas. John era la razon de que Gunilla fuera por ahi, pero le asustaba el pesado olor a trementina, tricloroetileno y otras sustancias que envolvia La Colina.
Esnifaban por epocas. Algunas temporadas se mantenian tranquilos, para luego explotar en un estallido que podia durar un par de meses o mas. Era una ocupacion de verano y otono. La policia, de vez en cuando, practicaba alguna detencion, pero en realidad nadie se tomaba en serio la adiccion.
Con el tiempo Gunilla se pregunto cuantas neuronas se perdieron en La Colina. Estaba contenta de haber salido de alli, aun cuando eso significo la perdida del contacto con John.
Ahora estaba muerto. Asesinado. Leyo el articulo, aunque tenia su propia version en lo referente a sus antecedentes y su forma de vivir. Le sorprendio lo poco que se comentaba en el periodico a pesar de que habian dedicado tres paginas al caso. El periodista no se habia complicado demasiado, habia desenterrado viejos tropiezos de John y, ademas, habia relacionado el asesinato con un hecho ocurrido un par de semanas antes, el apunalamiento de un camello en el centro de la ciudad. Definia Uppsala como «la ciudad de la violencia y el terror». Siguio leyendo: «La imagen vigente de Uppsala como el mortecino enclave academico de ensueno, con sus naciones [4] y sus bromas estudiantiles, ha sido sustituida por la imagen de una ciudad violenta. Las inocentes aventuras de Pelle Svanlos [5] nos resultan lejanas al estudiar el numero de delitos denunciados, y nos sentimos aun mas consternados al comprobar el alto numero de casos que quedan sin resolver. La policia, castigada por discrepancias internas y reduccion de personal, parece no saber reaccionar».
«Enclave academico de ensueno.» Gunilla resoplo. Uppsala nunca habia sido asi. Por lo menos, no para ella. A pesar de haber nacido y crecido en la ciudad, nunca habia estado en una nacion universitaria; ni siquiera habia asistido el ultimo dia de abril a la ceremonia de las gorras en Carolina, ni al canto a la primavera en Slottsbacken. Nunca habia sido un lugar idilico para ella. Ni tampoco para John.
?Tenia John algo que ver con los camellos? Lo dudaba. Sabia que John habia cometido algunos delitos, y su hermano tambien, pero no creia que se dedicara a las drogas. No era su estilo.
Aparto el periodico, se levanto y se acerco a la ventana. Habia dejado de nevar, pero un fuerte viento del oeste arremolinaba la nieve sobre los tejados del aparcamiento. Su vecino mas cercano venia cargado de bolsas de comida.
Paso frente al espejo del recibidor, se detuvo a contemplarse. Habia engordado. Otra vez. Mientras estaba de pie penso en el conejo. ?Mira que olvidarse! Se dirigio a la puerta del porche con pasos apresurados, la abrio y vio a Ansgar colgado de la barandilla, igual que cuando lo dejo por la manana, pero ahora la panza estaba hinchada. Las entranas visibles tenian un tono grisaceo.
En la cavidad abdominal tambien se vislumbraba algo blanco. Se acerco y miro asqueada el cuerpo tieso. La mirada fija del conejo resultaba acusadora. Habia una nota de papel. La cogio con cuidado entre sus dedos. Se sobresalto al desdoblar el diminuto papel manchado de sangre, tan pequeno como un billete de autobus.
El escrito, en un estilo apresurado y casi ilegible, decia: «No se pueden tener animales domesticos en zonas urbanas». No estaba firmado.
«Que ruin», penso. ?Como podria explicarle aquello a Malin, la hija del vecino? Miro de nuevo el conejo. Incomprensible, eso de matar un conejo. Sin duda se trataba de una persona enferma.
?Deberia llamar de nuevo a la policia? ?Habrian pasado por alli? Probablemente no. Habia cosas mas urgentes que un conejo muerto.
Penso de nuevo en John y rompio a llorar. Que malas pueden ser las personas. ?Estaba la nota desde la manana o el asesino de Ansgar habia regresado para dejarla? Miro a su alrededor. El bosque que crecia junto a la casa se iba sumiendo en la oscuridad. La luz de la ventana brillaba en el tronco de los altos pinos. Sus copas se agitaban. Los bloques de piedra descansaban como animales pesados.
Gunilla entro en el apartamento. Tenia los pies mojados y estaba helada. Cerro la puerta del porche y bajo la persiana. La rabia dio paso al miedo y se quedo de pie, indecisa, junto a la puerta. Resolvio ponerse en contacto con el presidente de la asociacion de vecinos. El debia de saber algo. Aunque fuera un cascarrabias, quiza supiera si alguien del barrio se habia quejado de los animales de compania. ?Habria pasado algo que pudiera relacionarse con la muerte de Ansgar?
Encontro su numero en la guia de telefonos y marco los numeros, que tenian un parecido desconcertante con los suyos, pero nadie respondio. Penso en ir a ver a los vecinos para saber si habian visto a alguien merodeando por la casa, pero no se atrevio a abandonar el apartamento. Quiza el seguia ahi fuera.
Malin y sus padres estaban de viaje durante todo el fin de semana. Los vecinos del otro lado se acababan de mudar. Eran una pareja mayor que habia vendido su casa en Bergsbrunna. Gunilla solo habia saludado de pasada a la mujer.
Se dio una vuelta por el apartamento y bajo todas las persianas. El periodico seguia abierto sobre la mesa y lo doblo con cuidado.
Las noticias de la seis no mencionaron el asesinato de John. Cambio de canal para ver TV4 Uppland, pero el telediario habia terminado y el tiempo no le interesaba lo mas minimo. Ahora no.
– Tranquilizate -se dijo en voz alta.
«Es alguien que odia a los conejos; sencillamente, un enfermo». Penso en los inquilinos del patio. ?Seria capaz alguno de ellos de estrangular a un conejo y rajarle la panza? No. Cattis, a veces, era dificil y opinaba sobre todo y todos, pero no estaba tan perturbada.
