El viento se habia aplacado y Gunilla creyo oir como el cuerpo del conejo golpeaba ritmicamente la barandilla. Sabia que debia cortar la cuerda, pero dudo si salir de nuevo al porche. Si volvia a llamar a la policia, ?que podrian hacer? «Estaran atareadisimos con el asesinato de John y no tendran tiempo de ocuparse de la muerte violenta de un conejo.»

Oyo la voz de Magnus Harenstam en la television al entreabrir la puerta y al mismo tiempo apreto el interruptor de la luz del porche. No se encendio y lo volvio a intentar con el mismo resultado. Una rama del cerezo que Martin habia plantado golpeo el techo de plastico. «Mira que ponerlo tan cerca», penso antes de ver que el conejo habia desaparecido. Al ser blanco, tardo un rato en encontrarlo. ?Habia volado con el viento o alguien lo habia descolgado y tirado a la nieve?

Sin aliento, echo un vistazo al bosque e intento acurrucarse para no ser vista en la luz del apartamento. Los pinos se movian con el viento. La rama del cerezo rozo el tejado. Descalza dio unos cuantos pasos con cuidado. No podia dejar ahi a Ansgar. La gente pensaria que habia sido ella quien lo habia tirado. Malin nunca se lo perdonaria.

Se asusto, pero, por alguna extrana razon, en el fondo no le sorprendio cuando una mano le tapo la boca al mismo tiempo que le pasaban un brazo por la cintura. Intento morder al atacante, pero no consiguio despegar los labios.

– No se pueden tener conejos en la ciudad -susurro una voz, que ella reconocio pero no pudo situar.

El aliento del hombre apestaba a putrefaccion. Gunilla intento darle una coz como un caballo asustado, pero no tenia fuerzas en las piernas. El hombre se reia ahogadamente como si le divirtiera su resistencia.

– Ahora vamos a entrar -sentencio con una voz delicada.

Gunilla intento en vano reconocer la voz. ?Se podia ser mas tonta? El debia de estar acurrucado detras de la puerta.

La empujo hacia dentro a traves de la puerta del balcon, pero sin que ella tuviera la oportunidad de verlo de frente. Apago la lampara cenital apoyando la espalda contra el interruptor, la solto en la habitacion y le dio un ligero empujon de modo que cayo de cabeza en el sofa.

– Hola, Gunilla -dijo-, solo queria saludarte.

Rebusco en su memoria. La voz sonaba conocida. Estudio su rostro. Delgado, con dos profundas arrugas que corrian por las mejillas como dos medias lunas, barba negra, casi calvo y con una sonrisa burlona en los labios que infundia miedo y perplejidad.

– ?Te estoy hablando!

– ?Que? -balbuceo Gunilla.

Habia visto sus labios moverse, pero no tenia la menor idea de lo que habia dicho.

– ?Sabes quien soy?

Gunilla asintio. De repente, supo quien era. Comenzo a temblar.

– ?Que quieres de mi?

El hombre sonrio burlonamente. Tenia mala dentadura, podrida y repleta de sarro.

– ?Has sido tu quien ha matado al conejo?

Las facciones del rostro de Vincent Hahn se endurecieron como una mascara, una mascara de sonrisa burlona.

– Quiero ver tus pechos -dijo.

Ella se estremecio como si la hubiera golpeado.

– No me toques -sollozo.

– Eso ya lo decias antes, pero ahora soy yo quien manda.

«No parece tan fuerte -penso-, espaldas estrechas y munecas delgadas», pero sabia lo facil que era equivocarse. Hasta los ninos, en un ataque de rabia, se podian tornar energicos, capaces de ejercer una fuerza que superaba con creces su debil constitucion. En el trabajo habian hablado de la defensa personal, una de sus companeras habia asistido al curso. Sabia que tenia una oportunidad si encontraba la ocasion. Nadie era invulnerable.

– Si me dejas ver tus pechos, me ire.

«Parece cansado. Quiza este bajo los efectos de alguna medicacion.»

– Despues me ire -repitio, y se inclino hacia delante de modo que ella sintio el acido hedor de su boca. Se esforzo por no mostrar su asco.

«?Que debo decir?»

– Quitate el jersey.

– Hacia mucho tiempo que no nos veiamos.

– Si no, acabaras en el suelo.

Ella se puso en pie. De repente, sintio pena del hombre que tenia delante. En la escuela siempre lo habian despreciado y los alumnos lo tomaban por loco, una figura rara que creaba inseguridad.

Habia tenido algunos amigos y se las arreglo bien durante todos los cursos. Anos atras habia hojeado el catalogo escolar con las fotografias de las diferentes clases y habia visto la delgada figura de Vincent. En aquel momento penso que, por alguna extrana razon, el habia pasado por la secundaria sin cambiar -flaco, con granos y en apariencia sin padecer la influencia de las tormentas de sentimientos y hormonas que afligian a sus companeros de clase, sobre todo a los chicos-. El simplemente estaba ahi, atento a los profesores, a veces arrogante con los de su edad, pero con frecuencia complaciente, preocupado por agradar.

– Tengo que beber algo -dijo ella-. Tengo mucho miedo. ?Quieres un poco de vino?

La miro con un gesto totalmente inexpresivo. Se pregunto si habia entendido lo que ella habia dicho.

– ?Quieres vino?

El la sujeto cuando intento pasar. Le hizo dano en el brazo. Tiro de ella hacia si, pero consiguio mantener el equilibrio.

– ?Sueltame! Solo quiero beber un poco de vino. Luego te dejare ver mis pechos.

«No muestres miedo», se dijo. Solto un sollozo al pensar en el conejo estrangulado y colgado con la panza abierta. Se quito el jersey y vio como Vincent temblaba al ver su tronco desnudo.

– De acuerdo, un vaso -asintio, y sonrio.

La siguio de cerca. Ella podia sentir el calor corporal de el a su espalda. El respiraba fatigosamente. La botella tintineo contra el botellero. Fue como si el ruido le molestara, pues, de repente, la sujeto por el hombro, como solia hacer Martin cuando ella tenia dolor de cuello y espalda, pero esta sujecion era considerablemente mas fuerte, y el le dio la vuelta.

– No te acuerdas de mi, ?verdad?

– Si, claro -dijo ella-, pero has cambiado mucho.

– Tu tambien.

Gunilla se libero de su mano y descolgo el sacacorchos del gancho que habia sobre la encimera. Vincent Hahn estaba justo a su lado. Sus acidas exhalaciones hediondas llenaban todos los rincones de la cocina y penso que nunca podria hacer desaparecer ese olor.

– ?Te gusta el vino tinto? -pregunto levantando la botella.

El golpe llego sin previo aviso. Tanto para Vincent como para ella. Todo sucedio como un reflejo, como la defensa instintiva de un animal.

La botella le golpeo en la sien, en el hueso frontal, y ella continuo el ataque clavandole el sacacorchos en el pecho.

El vino corria como una cascada por la cocina. El rostro de Vincent se contrajo de dolor. Se tambaleo, busco a tientas la mesa, se agarro al respaldo de la silla, se resbalo hacia el suelo y arrastro la silla en la caida. El vino y la sangre se mezclaron.

Gunilla se quedo como paralizada durante un par de segundos, todavia con la botella rota en su mano derecha y el sacacorchos en la izquierda, inclinada hacia delante, tensa, preparada para su contraataque, pero el hombre a sus pies apenas se movia. El charco de sangre crecia como una rosa oscura por el suelo. El aspero olor se mezclo con el denso aroma del vino de Rioja.

Las piernas de el temblaban, se oyeron unos tenues estertores y abrio los ojos.

– Cerdo de mierda -escupio ella, y acerco la botella a su rostro, pero solto de repente el arma punzante y salio corriendo de la cocina, abrio la puerta de la calle y se lanzo a la oscuridad de diciembre.

El frio le golpeo el rostro. Se resbalo en la nieve, pero siguio corriendo. El grito colmo el patio. Mas tarde los

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