comparaba a como estaba John cuando lo hallaron. «La gente no se puede imaginar lo que nos toca ver -penso Haver-. Ni siquiera Rebecka lo comprende. Pero ?como podria hacerlo?»
Haver dejo el periodico a un lado. ?Como seria el dia? En buena medida, eso dependia de el. Repaso las tareas que habia enumerado en su cabeza la noche anterior.
Bea revisaria el apartamento de John en Granby. Quiza Sammy la podria acompanar. Se le daban bien los ninos. Haver creia que el hijo adolescente de John agradeceria la presencia de un policia.
«Hay que interrogar a su hermano, asi como a la madre, de nuevo.» Bea no habia conseguido sacarles mucho en la conversacion del dia anterior.
Segun Berit Jonsson su marido cogio el autobus en el centro. ?Que autobus? Tal vez era posible encontrar al conductor. El, o ella, quiza serian capaces de recordar en que parada se bajo John. Tambien habia que seguir la pista de la tienda de animales, si compro una bomba de agua y, en ese caso, donde y cuando. Habia que hacer todo lo posible por conseguir tener una imagen clara de la ultima tarde de John.
Haver dejo de pensar en la investigacion criminal, tomo de nuevo el periodico y lo leyo detenidamente. Tenia tiempo de sobra. Ademas, el dolor de cabeza se batia en retirada. Apago el hambre matutina con un platano y un vaso de yogur.
No estaba cansado, pero se sentia tenso ante los acontecimientos de la jornada. Si pudieran documentar con rapidez los ultimos dias de John con vida, aumentarian drasticamente las oportunidades de que pudieran resolver el caso.
Estaba seguro de que no habia sido casualidad, no se trataba de un asesinato cometido en un arrebato. El asesino, o asesinos, se encontraban en el circulo de conocidos de John. No deberia de ser dificil investigarlo.
?El movil? Dinero, habia dicho Bea. Drogas, lanzo Riis como sugerencia, pero Ottosson lo desecho. Sostuvo que John Jonsson no era un camello. El jefe de la unidad incluso consideraba que detestaba las drogas.
Haver se inclinaba por el dinero. Una vieja deuda impagada, un cobrador al que se le habia ido la mano. ?Quiza lo provoco? Le pediria a Sammy que hiciera una lista de los cobradores mas conocidos. Haver conocia a unos cuantos, sobre todo a Sundin, de Gavle, que de vez en cuando aparecia por Uppsala, al igual que a los hermanos Hall y al «director de gimnasia», un culturista con pasado karateca. ?Habia mas? Seguro que Sammy lo sabia.
«Una deuda. Solo una suma considerable podia ser la causa de un asesinato. -Haver siguio razonando para si mismo-. ?Que entendemos por “una suma considerable”? ?Cien mil coronas, medio millon?»
De repente, le asalto la idea de que el asesino quiza estaba, al igual que el mismo, sentado leyendo el periodico en ese instante. A diferencia de los periodistas y de Haver, el tenia todo el guion. Ese pensamiento le afecto, se puso en pie y se acerco a la ventana. Nevaba. Habia algunas ventanas iluminadas al otro lado de la calle. Quiza el culpable se encontraba alli, en uno de esos apartamentos.
Haver resoplo a causa de sus reflexiones, pero no pudo dejar de pensar que el asesino estaba despierto. Ese pensamiento le gustaba y le disgustaba a la vez. Le gustaba porque significaba que el asesino no dormia tranquilo, no se sentia seguro, leia preocupado que la policia «habia encontrado algunas huellas». Volvio a pensar, seguramente por milesima vez, en como habria transportado al muerto, o moribundo, hasta Libro. Habia dejado alguna huella, ?quiza se le habia caido algo? Quiza se le habia pasado un pequeno detalle, un minusculo error, que le inquietaba en la madrugada.
Sin embargo, le desagradaba pensar que el asesino pudiera leer el periodico en libertad, beber su cafe de la manana y salir al nuevo dia, sentarse en su coche o en un avion, para desaparecer del alcance de Haver.
– Quedate donde estas -murmuro Haver.
– ?Has dicho algo?
Rebecka estaba junto a la puerta. No la habia oido levantarse. Llevaba puesto el camison verde. Tenia el pelo revuelto y no parecia descansada. Sospecho que habia amamantado a la pequena durante la noche.
– Hablaba un poco conmigo -dijo el-. Estudiaba el asesinato.
Rebecka bostezo y desaparecio hacia el cuarto de bano. Haver recogio la cocina tras de si, lleno la cafetera y la encendio. De nuevo, sentimientos enfrentados. La paz matutina se habia acabado y con eso, la posibilidad de especular tranquilamente, a pesar de que adoraba la presencia y la cercania de ella, sobre todo por la manana temprano.
Lo habia heredado de su infancia. En su casa las mananas raramente eran tranquilas, eran una oportunidad para que los miembros de la familia se relacionaran. Era una familia extrana, hasta el punto de que ninguno de sus miembros estaba cansado por las mananas, mas bien al contrario, era como si todos quisieran deslumbrarse unos a otros en una competicion por mostrar sus mejores lados.
Haver habia intentado establecer este orden con Rebecka, a pesar de que ella por las mananas solia estar extenuada. El le servia cafe, pan tostado y, antes de quedar embarazada, huevos cocidos y caviar. Ahora ella no soportaba el olor del huevo ni del caviar.
El comia sus huevos con una constante mala conciencia, pero se resistia a llegar tan lejos en su adaptacion como para borrarlos de la mesa del desayuno.
Rebecka regreso del cuarto de bano. Sonrio y le revolvio el cabello.
– Que pinta tienes -dijo.
El la atrapo, la atrajo hacia si y la abrazo con la nariz pegada a su barriga. Sabia que ella leia el periodico abierto por encima de su cabeza. Aspiro su aroma y olvido por un rato los negros titulares.
9
Modig recibio la llamada de emergencia a las siete y treinta y cinco. Habia trabajado en el turno de noche, pero aun seguia en su puesto. Su companero Tunander habia chocado de camino a la ciudad y no llegaria hasta las ocho.
Esto no afecto a Modig lo mas minimo. Nadie lo esperaba en casa y se sentia extranamente espabilado. Pronto comenzarian sus vacaciones de Navidad. Se habia tomado un largo permiso y habia reservado un viaje a Mexico con salida la vispera de Nochebuena. Cuando recibio la llamada estaba pensando en como seria la comida mexicana. Su experiencia en los bares mexicanos de Estocolmo no le hacia albergar muchas esperanzas.
– ?Alguien ha estrangulado a Ansgar! -exclamo una mujer indignada.
Modig no soportaba a la gente que jadeaba, o que respiraba emitiendo ruidos, al telefono. Le molestaba.
– Tranquila -contesto.
– ?Esta muerto!
– ?Quien?
– ?Ya se lo he dicho, Ansgar!
– ?Como se llama?
– Gunilla Karlsson.
La mujer ya no respiraba con tanta vehemencia.
– ?Donde vive?
La mujer consiguio con cierto esfuerzo notificar su direccion y Modig escribio los datos con un estilo enmaranado.
– Cuenteme que ha pasado.
– He salido al porche y lo he visto colgado de la barandilla.
– ?A Ansgar?
– En efecto. He visto inmediatamente que estaba muerto. Y no es mio. Oh, Dios mio, ?como podre explicarselo? Malin se pondra tristisima.
– ?Quien es Ansgar?
– Es el conejo del vecino.
Modig no pudo menos que reir. Le hizo una sena a Tunander, que acababa de entrar, escribio «Conejo muerto» en el cuaderno y se lo alargo al companero.
– ?Y lo ha encontrado en su porche?
– Yo lo cuidaba. Los vecinos estan de viaje y yo me ocupaba de el. Le daba de comer y de beber por las mananas.