Cargaba y acarreaba cubo tras cubo. Quedaban treinta. Los ciclidos nadaban intranquilos alrededor. Justus se canso y cogio una silla del recibidor y se sento frente al acuario. Desaparecio detras del paisaje del fondo, entre las piedras. Se imaginaba que le envolvia el agua a veintiseis grados. El fondo rocoso del lago Tanganica era bastante traicionero y habia que tener cuidado. Las cuevas no eran un juego. ?Habria cocodrilos alli? John habia contado una historia sobre un comerciante de peces aleman que fue devorado en las playas del lago Malawi.
Fue a buscar el atlas de la libreria. Malawi estaba bastante lejos de Burundi.
– ?Que haces?
Berit estaba en la puerta. Justus oyo el resoplido de la abuela en el recibidor y como crujio la silla cuando se sento en ella.
– Hojeando un poco -respondio el.
– ?Estas bien?
Justus asintio. Otro cubo mas.
– Tendras cuidado de no derramar, ?verdad?
No dijo nada. Claro que no derramaria nada. ?Solia John hacerlo? La princesa de Burundi lo miro.
– Hola, Justus -saludo la abuela, a pesar de haberlo saludado al llegar. Habia conseguido ponerse una bota.
– Hola -respondio el, y desaparecio en el cuarto de bano.
– Ven aqui -dijo la vieja mujer al regresar-, quiero decirte una cosa.
Justus se acerco desganado. Ella habia llorado. Solia hacerlo a menudo. Lo sujeto.
– Eres mi nieto -empezo, y en ese mismo instante el quiso escapar. Sabia lo que le esperaba-. Ten cuidado.
No le gustaba oir la voz de su abuela. Hubo un tiempo en el que le tuvo miedo. Ya no era asi, pero aun perduraba el antiguo malestar.
– John estaba tan orgulloso de ti. Tienes que portarte bien.
– Claro, abuela -consiguio decir.
Se deshizo de su abrazo.
– ?Quieres que te ayude a volver a casa?
Aina temia resbalarse y John y Justus solian acompanarla.
– No, me apano sola -dijo-, he traido crampones.
– Tengo que arreglar el acuario -dijo el, y abandono a la mujer. Se dio la vuelta. Que desamparada parecia con el pelo sucio que asomaba por debajo del gorro de lana y una bota en la mano. Berit aparecio con un cubo lleno. Sonrio. El lo cogio y fue a vaciarlo.
Comenzaban a dolerle los brazos. La proxima vez utilizaria la manguera larga y la llevaria por el recibidor hasta el cuarto de bano directamente a la banera, pero en esta ocasion queria cargar los cubos.
Los peces nadaban con envolventes movimientos simultaneos. Los siguio con la mirada. En libertad, podian aparecer a miles; al tener sus territorios tan cercanos entre si parecia que vivian en un gran cardumen. Cada zona de rocas albergaba su propia poblacion, su propia especie, quiza parecida a otro grupo, pero con su color particular. Los bancos de arena que habia entre las rocas separaban los diferentes grupos.
Las princesas eran de incubacion externa, otros peces eran de incubacion bucal, pero todos eran ciclidos, los favoritos de John. Y de ellos, los africanos. Sin duda ahora ya no eran tan populares -muchos preferian los sudamericanos-, pero John siempre habia sostenido la superioridad de los ciclidos africanos.
Justus se habia empapado de todo lo que habia que leer sobre los ciclidos. Ademas, le habia cogido interes a la geografia y conocia el continente africano como nadie de su clase. Una vez tuvo una pelea en la escuela por culpa de Africa. Un companero de clase insinuo que los africanos debian volver a trepar a los arboles, que ese era su sitio.
Justus reacciono al instante. Era como si los peces conllevaran una simpatia por toda el Africa negra, sus lagos y sus cataratas, sus sabanas, sus selvas tropicales y tambien sus habitantes, aquella gente que vivia en el continente de John y en el suyo. Africa era buena. Alli estaban los ciclidos. Alli estaban los suenos.
Lo ataco.
– No sabe una mierda de Africa -le dijo al profesor que los separo.
Lo llegaron a llamar «marica de negros», pero no presto atencion y las burlas cesaron.
– He hablado con Eva-Britt. -Su madre interrumpio sus pensamientos-. Te manda saludos. ?Iras a la escuela antes de Navidad?
– No lo se -contesto Justus.
– Te vendria bien.
– ?Se ha ido ya la abuela?
– Si, se ha ido. No es que te vayas a perder mucho, pero te sentaria bien ir.
– Tengo que ocuparme del acuario.
Berit lo observo. «Hay que ver lo mucho que se parece a su padre -penso-. El acuario.» Lanzo una mirada a un par de ciclidos que daban vueltas alrededor de la manguera.
– Tendremos que hacerlo entre los dos -dijo-. Tambien tienes que ocuparte de la escuela.
El bajo la mirada.
– ?Que crees que penso papa? -pregunto en voz baja.
– No lo se -dijo Berit.
Ella lo habia identificado, pidio ver todo su cuerpo. Lo que mas le asusto no fueron las cuchilladas, ni su piel grisacea, ni siquiera el dedo cortado o las marcas de quemaduras, sino su rostro. Vio el terror grabado en sus rasgos faciales.
John era un hombre valiente, nunca le tuvo miedo al dolor ni fue asustadizo, casi nunca se quejaba; por eso su rostro aparecia casi irreconocible. «?Como es posible que el terror pueda cambiar tanto a una persona?», penso, y dio un paso atras.
La mujer policia que estaba a su lado, que al parecer se llamaba Beatrice, la sujeto del brazo, pero ella se libero. No queria que la sostuvieran.
– Dejeme unos minutos sola -pidio. La policia parecio dudar, pero abandono la habitacion.
Mientras estaba ahi, completamente quieta junto a la camilla, penso que siempre supo que acabaria de esa manera. Quiza de manera inconsciente, pero lo notaba. La familia de John no era una familia normal. No se podia escapar del destino.
Se acerco de nuevo a el, se inclino sobre su cuerpo y lo beso en la frente. El frio invadio sus labios.
– Justus -murmuro, se dio la vuelta y abandono la habitacion. La mujer policia seguia fuera. No dijo nada, y Berit lo aprecio.
– Creo que pensaba en la princesa de Burundi -le dijo el chico.
– ?Que, quien?
– La princesa de Burundi.
Entonces ella recordo. La noche en que inauguraron el acuario. El senalo todas las especies de ciclidos; entre ellos, la princesa. Ella los habia oido nombrar antes, imposible evitarlo, pero la princesa era nueva.
Estaba inclinado hacia delante con la cara casi pegada al cristal, y con una gran calidez en su voz los enumero para sus invitados. Entonces miro a Justus y luego a Berit.
– Esta de aqui es mi princesa -dijo, y le paso el brazo alrededor de la cintura-. Mi princesa de Burundi.
– ?Que cono es Burundi? -pregunto Lennart.
Justus le explico que era un pais de Africa, al norte del lago Tanganica. Berit sintio la pasion en su voz. Con su mano libre John acaricio al chico en la cabeza.
– Si, en efecto -concedio ella, y recordo toda aquella noche, lo feliz que fue-. Es un nombre bonito.
– Burundi es bonito -insistio Justus.
– ?Has estado ahi? -pregunto Berit con una sonrisa.
– Casi -contesto el chico.
Estuvo a punto de contarselo todo.
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