– No quiero jefe.

– Pero tienes que hacerlo, Carl. ?Por que no quieres?

En este momento estamos pensando los dos en fumar, penso Carl.

– Hay muchas razones -repuso-. Piensa en la reforma de la Seguridad Social. Dentro de nada van a subir la edad de jubilacion a los setenta anos, segun donde estemos en el escalafon. Pero no tengo ni putas ganas de ser un policia chocho, y tampoco quiero terminar como una virgueria de funcionario. No quiero muchos empleados. No quiero aprender las lecciones, no quiero ir a examenes, soy demasiado viejo para eso. No quiero hacer nuevas tarjetas de visita, no quiero que me asciendan una vez mas. Por todo eso, jefe.

El jefe de Homicidios parecia cansado.

– Has mencionado muchas cosas que no van a ocurrir. Eso no son mas que conjeturas, Carl. Si quieres ser jefe del Departamento Q, tienes que hacer esos cursos.

Carl sacudio la cabeza.

– No, Marcus. No quiero estudiar, no lo aguanto. Como si no tuviera suficiente con tomar la leccion de matematicas a mi hijo postizo. De todas formas, suspende. Te digo que el Departamento Q tiene al frente, y lo seguira teniendo, a un subcomisario, y si, sigo usando el antiguo nombre; y se acabo.

Carl levanto la mano y agito en el aire la carpeta de plastico.

– ?Ves esto, Marcus? -continuo, sacando un papel de su funda de plastico-. Esto es el presupuesto para el funcionamiento del Departamento Q, tal como fue aprobado en el Parlamento.

Se oyo un profundo suspiro al otro lado de la mesa.

Carl senalo la linea inferior. Cinco millones de coronas al ano, ponia.

– Por lo que veo, hay una diferencia de mas de cuatro millones entre esa cifra y lo que puedo calcular que vaya a costar mi departamento. Mi calculo es correcto, ?verdad?

El jefe de Homicidios se froto la frente.

– ?Que es lo que quieres, Carl? -pregunto, visiblemente irritado.

– Tu quieres que yo olvide este papel, y yo quiero que tu olvides esa instancia para los cursos.

La evidente transformacion que se produjo en la tez del jefe de Homicidios vino acompanada de una voz exageradamente controlada.

– Eso es presionar, Carl. En esta casa no hacemos esas cosas.

– Exacto, jefe -convino Carl, sacando el mechero del bolsillo y prendiendo fuego a la hoja de los presupuestos. Las llamas devoraron los numeros uno a uno, y despues Carl echo las cenizas sobre un catalogo de sillas de oficina y tendio el mechero a Marcus Jacobsen.

Cuando bajo, Assad estaba arrodillado sobre su alfombra de orar y parecia estar muy lejos, de modo que Carl escribio una nota y la coloco en el suelo ante la puerta de Assad. «Hasta manana», ponia.

Camino de Hornb?k estuvo pensando en que decirle a Hardy sobre el caso de Amager. La cuestion era si debia mencionarlo en absoluto. Las ultimas semanas Hardy no estaba nada bien. La secrecion salivar habia disminuido y le costaba hablar. No era nada permanente, decian, pero el tedio vital de Hardy si que se habia convertido en permanente.

Por ese motivo lo habian trasladado a una habitacion mejor, en la que estaba tumbado de lado y probablemente alcanzaria justo a divisar las columnas de barcos atravesando el Sund.

Hacia un ano que habian estado juntos en el parque de atracciones de Bakken poniendose las botas comiendo panceta asada con salsa de perejil y patatas mientras Carl echaba pestes de Vigga. Ahora estaba sentado en el borde de la cama y no podia permitirse quejarse de nada en absoluto.

– Los companeros de Soro han tenido que dejar marchar al hombre de la camisa, Hardy -dijo despues directamente.

– ?Quien? -pregunto Hardy con voz ronca y sin mover la cabeza ni un milimetro.

– Tiene una coartada. Pero los de la comisaria de alli estan convencidos de que es el. El que nos disparo a ti, a Anker y a mi y llevo a cabo los asesinatos de Soro. Y aun asi han tenido que soltarlo. Siento tener que decirlo, Hardy.

– Me importa un huevo.

Hardy tosio un rato y despues se aclaro la garganta, mientras Carl iba al otro lado de la cama y humedecia un panuelo de papel bajo el grifo.

– ?Que bien me hace a mi que lo detengan? -dijo Hardy con algo de flema en las comisuras.

– Vamos a cogerlo a el y a los que estaban con el, Hardy -insistio Carl mientras le limpiaba los labios y la barbilla-. Estoy viendo que voy a tener que hacer algo. Esos cabrones no van a salir de rositas, por mis huevos.

– Que lo pases bien -replico Hardy, y trago saliva, como si tuviera que hacer un gran esfuerzo para decir algo. Despues lo solto-. La viuda de Anker estuvo ayer. No fue agradable, Carl.

Carl recordo la cara amargada de Elisabeth Hoyer. No habia hablado con ella desde la muerte de Anker. Ella ni siquiera le dirigio la palabra en el funeral. Desde el segundo en que le notificaron la muerte de su marido, todos sus reproches estuvieron dirigidos contra Carl.

– ?Dijo algo sobre mi?

Hardy no respondio. Se quedo un largo rato parpadeando lentamente. Como si los barcos del Sund lo llevaran en una larga travesia.

– ?Sigues sin querer ayudarme a morir, Carl? -pregunto por ultimo.

Carl le acaricio la mejilla.

– Ojala pudiera, Hardy. Pero no puedo.

– Entonces tienes que ayudarme a volver a casa, ?me lo prometes? No quiero pasar mas tiempo aqui.

– ?Que dice tu mujer, Hardy?

– No lo sabe, Carl. Acabo de decidirlo.

Carl se imagino a Minna Henningsen. Hardy y ella se conocieron de muy jovenes. Ahora su hijo se habia ido de casa y ella seguia pareciendo joven. Tal como estaban las cosas, seguro que bastante trabajo tenia con cuidar de si misma.

– Ve a casa y habla con ella hoy mismo, Carl, me harias un favor increible.

Carl miro a los barcos.

Las realidades de la vida ya se encargarian de hacer que Hardy se arrepintiera de su ruego.

A los pocos segundos Carl ya se habia dado cuenta de que tenia razon.

Minna Henningsen abrio la puerta y lo condujo a un grupo alegre y carcajeante que dificilmente podia casar con las expectativas de Hardy. Seis mujeres con vistosos vestidos, sombreros atrevidos y ganas de marcha para el resto del dia.

– Es el primero de mayo, Carl. Es lo que solemos hacer las chicas del club. ?No te acuerdas?

Saludo con la cabeza a un par de ellas cuando Minna lo arrastro a la cocina.

No tardo mucho en ponerla al corriente de la situacion, y a los diez minutos estaba otra vez en la calle. Ella lo habia tomado de la mano mientras le contaba la dificil situacion que atravesaba y cuanto echaba de menos su vida anterior. Despues apoyo su rostro en el hombro de el y lloro un poco mientras trataba de explicar por que no tenia fuerzas para cuidar de Hardy.

Despues de secarse los ojos le pregunto con una recatada sonrisa torcida si querria venir a cenar con ella alguna noche. Dijo que necesitaba a alguien con quien hablar, pero el sentido de sus palabras no podia haber sido mas indisimulado y directo.

Desde Strandboulevarden absorbio el ruido procedente de F?lledparken. La fiesta estaba en su apogeo. Puede que la gente estuviera volviendo a despertar.

Se le paso por la cabeza ir un rato alli a tomar una cerveza por los viejos tiempos, pero al final entro en el coche.

Si no hubiera estado chiflado por Mona Ibsen, esa punetera psicologa, y si Minna no estuviera casada con mi amigo paralizado Hardy, habria aceptado su invitacion, penso, y entonces sono el movil.

Era Assad y parecia excitado.

– A ver, Assad, habla mas lento. ?Sigues trabajando? Otra vez, ?que has dicho?

Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×