Ahora la habian elegido, bendecido e investido.
Abdallah al-Rahman sonrio cuando, presionando una tecla, incremento la velocidad de la cinta. La piel endurecida de las plantas de sus pies ardia contra la cinta de goma. Luego aumento una vez mas la velocidad, hasta rozar su propio limite del dolor.
– It's unbelievable -jadeo en su fluido ingles, con la certeza de que nadie en todo el mundo podria oirlo a traves de aquellas paredes de varios metros de grosor y de la puerta con triple aislamiento-. She actually thinks she got away with it!
Capitulo 3
– Un gran momento -dijo Inger Johanne Vik plegando las manos, como si sintiera que lo adecuado era pronunciar un rezo por la nueva Presidenta de Estados Unidos.
La mujer de la silla de ruedas sonrio, pero no dijo nada.
– Que nadie diga que el mundo no avanza -continuo Inger Johanne-. Despues de cuarenta y tres hombres seguidos… ?Por fin, una Presidenta!
«… the office of President of the United States…»
– Tendras que estar de acuerdo en que esto es un gran momento -insistio Inger Johanne volviendo a fijar la atencion sobre la pantalla-. La verdad es que pensaba que elegirian antes a un afroamericano que a una mujer.
– La proxima vez sera Condoleezza Rice -dijo la otra-. Dos pajaros de un tiro.
Tampoco es que se pudiera hablar de un gran avance, penso. Blanco, amarillo, negro o rojo, hombre o mujer; el puesto de la presidencia de Estados Unidos era un trabajo para hombres, con independencia de la pigmentacion de la piel o los organos sexuales.
– No ha sido la feminidad de Bentley la que la ha llevado hasta donde esta -dijo la mujer despacio, casi con desinteres-. Y desde luego tampoco la negrura de Rice. Dentro de cuatro anos se derrumbaran. Y no sera de un modo especialmente femenino ni ventajoso para las minorias.
– Bueno, bueno…
– Lo que me impresiona de estas mujeres no es su feminidad ni su estirpe de esclavas. Eso lo utilizan, desde luego, le sacan todo el partido que pueden, pero en realidad lo impresionante es que…
Hizo un gesto de dolor e intento enderezarse en la silla de ruedas.
– ?Estas bien? -pregunto Inger Johanne.
– Si, si. Lo impresionante es que… -se incorporo un poco apoyandose contra los reposabrazos de la silla de ruedas y consiguio girar el cuerpo para acercarse mas al respaldo, luego se aliso el jersey sobre el pecho con un gesto ausente-, es que tuvieron que decidirse muy pronto, joder.
– ?Como?
– Decidieron muy pronto trabajar asi de duro. Ser asi de eficientes. No hacer nunca nada malo. Evitar cualquier error. Que nunca, nunca, las pillaran con las manos en la masa. En realidad es inconcebible.
– Pero si siempre hay algo…, alguna cosa…, incluso George W., que era tan profundamente religioso, tambien el tenia…
De pronto la mujer de la silla de ruedas sonrio y giro la cara hacia la puerta del salon. Una nina de ano y medio aproximadamente asomo por la rendija de la puerta con cara de culpabilidad. La mujer le tendio la mano.
– Ven aqui, bonita. Pero si te ibas a dormir.
– ?Consigue salir sola de la cuna? -pregunto Inger Johanne con incredulidad.
– La dejamos dormir en nuestra cama. ?Ven aqui, Ida!
La nina cruzo la habitacion y dejo que la subieran al regazo de la mujer. Grandes rizos negros caian en torno a sus mofletes, pero los ojos eran del color azul del hielo, con un pronunciado aro negro en torno al iris. La cria dedico a la invitada una suave sonrisa de reconocimiento y se acomodo en el regazo de la mujer.
– Es curioso, se parece a ti -dijo Inger Johanne, y se agacho para acariciar las regordetas manos de la nina.
– Solo en los ojos -dijo la otra-. Por el color. La gente siempre se deja enganar por los colores, y por los ojos.
Volvio a hacerse el silencio entre ellas.
En Washington DC, el aliento de la gente se dibujaba como un vapor gris en la chillona luz de enero. El Chief Justice recibio ayuda para retirarse, su espalda recordo a la de un hechicero en el momento en que lo condujeron con delicadeza hacia el interior del edificio. La Presidenta recien investida sonrio de oreja a oreja y se rebujo en el abrigo color rosa palido.
Mas alla de las ventanas de la calle Kruse, en Oslo, la oscuridad de la noche se estaba cerrando; las calles estaban humedas y no habia nieve.
Un curioso personaje entro en la habitacion. Arrastraba marcadamente una de las piernas, como la caricatura de un bandido de una pelicula vieja. Tenia el pelo seco y fino, y alborotado a los cuatro vientos. Las pantorrillas eran como dos rayas de lapiz entre el mandil y las zapatillas de andar por casa con cuadros escoceses.
– Esa cria tendria que estar ya dormida hace mucho -les medio reprendio sin entretenerse en mayores saludos-. En esta casa anda todo manga por hombro. Tiene que dormir en su propia cama, lo he dicho un porron de veces. Anda, vamos, princesita.
Sin esperar respuesta ni de la mujer de la silla de ruedas ni de la nina, agarro a la cria, se la coloco sobre la cadera dolorida y volvio cojeando por donde habia venido.
– Como me gustaria a mi tener un factotum como ella -suspiro Inger Johanne.
– Tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Volvieron a quedarse en silencio. Ahora la CNN alternaba entre los diversos comentaristas y cortes de imagenes del podio donde la elite politica estaba a punto de capitular ante el frio y prepararse para la celebracion mas fastuosa de la investidura de un Presidente que jamas se hubiera visto en la capital norteamericana. Los democratas habian alcanzado sus tres objetivos. Habian derrotado a un Presidente que se presentaba a la reeleccion, cosa que ya era toda una proeza, habian ganado con mayor margen del que nadie se habia atrevido a esperar y, ademas, habian triunfado con una mujer a la cabeza. Nada de esto iba a pasar desapercibido; en la pantalla de la television brillaban las imagenes de las estrellas de Hollywood que, o bien ya estaban alojadas en la ciudad, o bien estaban por llegar esa misma tarde. Durante todo el fin de semana, la ciudad estaria enfrascada en las festividades y los fuegos artificiales. La Madame President iria de fiesta en fiesta, recibiendo ovaciones y pronunciando interminables discursos de agradecimiento a sus colaboradores, y por el camino probablemente cambiaria incontables veces de atuendo. Entre tanto, tendria que ir premiando a quienes se lo merecian con puestos y posiciones, tendria que evaluar las aportaciones y las donaciones a la campana, valorar la lealtad y calcular la eficiencia, decepcionar a muchos y alegrar a unos pocos, como habian hecho cuarenta y tres hombres antes que ella durante los 230 anos de existencia de la nacion.
– ?Se consigue dormir despues de algo asi?
– ?Disculpa?
– ?Crees que esta noche conseguira dormir? -pregunto Inger Johanne.
– Que rara eres -le sonrio la otra mujer-. Claro que dormira. No se llega adonde esta ella si no se duerme bien. Es una guerrera, Inger Johanne, no te dejes enganar por su esbelta figura y por sus ropas de mujer.
Cuando la senora de la silla de ruedas apago la television se pudo oir una nana desde las profundidades del apartamento.
– Ai-ai-ai-ai-ai-Boff-Boff.
Inger Johanne ahogo una risa:
– Mis ninas se hubieran muerto de miedo con eso.
La otra maniobro la silla de ruedas hasta una mesita y cogio una taza. Le dio un sorbo, arrugo la nariz y volvio a dejar la taza.
– Me tendre que ir a casa -dijo Inger Johanne casi como una pregunta.
– Si -dijo la otra-. Tendras que irte.