– Sobre eso litigan los letrados -la interrumpio el.

– … y la organizacion policial mas efectiva del mundo -continuo ella sin inmutarse-. Creo que no deberias perder el sueno preocupandote por la Presidenta de Estados Unidos, la verdad.

Peter Salhus se levanto y presiono con su enorme dedo el boton de apagar en el momento en que la camara hacia un zoom para sacar un primer plano de la pequena bandera de Estados Unidos que iba enganchada a un lado del capo del coche. El coche acelero y la bandera ondeo en rojo, blanco y azul.

La pantalla quedo en negro.

– No es por ella por quien me preocupo -aclaro Peter Salhus-. En realidad no.

– La verdad es que no se adonde quieres ir a parar -dijo Anna, con ostensible impaciencia-. Yo me largo. Ya sabes donde encontrarme si necesitas algo.

Cogio una gruesa carpeta de documentos del suelo, enderezo la espalda y se dirigio hacia la puerta. Con la mano sobre el pomo y la puerta entreabierta, se volvio hacia el y pregunto:

– Si no es por Bentley por quien estas preocupado, ?por quien?

Peter Salhus ladeo la cabeza y fruncio las cejas, como si no estuviera seguro de haber oido la pregunta.

– Por nosotros -dijo brusca y tajantemente-. Me preocupo por lo que nos pueda pasar a nosotros.

El pomo estaba frio contra la palma de su mano. Lo solto La puerta se cerro despacio.

– No a nosotros dos -sonrio mirando hacia la ventana, sabia que ella se estaba sonrojando y no queria verlo-. Estoy preocupado por… -sus manazas dibujaron un gran circulo irregular en la nada-: Noruega -dijo, y por fin la miro a los ojos-. ?Que cono le va a pasar a Noruega como esto salga mal?

Anna no estaba segura de entender lo que queria decir.

Capitulo 2

Por fin Madame President estaba sola.

El dolor se aferraba a la parte posterior de su cabeza, como hacia siempre tras un dia como aquel. Se sento con cuidado en un sillon de color crema. El dolor era un viejo conocido que se pasaba por ahi cada dos por tres. Los medicamentos no la ayudaban, quiza porque nunca le habia confesado su defecto a ningun medico y por ello nunca habia utilizado mas que farmacos sin receta. El dolor de cabeza le venia por la noche, cuando ya habia pasado todo y por fin habria podido quitarse los zapatos de dos patadas, colocar las piernas en alto y leer un libro, tal vez, o simplemente cerrar los ojos para no tener que pensar en nada en absoluto antes de que llegara el sueno. Pero no podia ser. Tenia que sentarse, un poco reclinada, con los brazos separados del cuerpo y los pies bien plantados en el suelo. Tenia los ojos medio cerrados, nunca del todo: la rojiza oscuridad tras los parpados incrementaba su dolor. Precisaba un poco de luz. Un poquitito de luz a traves de las pestanas. Los brazos relajados con las manos abiertas. El tronco relajado. En la medida de lo posible, tenia que desviar la atencion desde la cabeza hasta los pies, que presionaba contra la moqueta con toda la fuerza de que era capaz. Una y otra vez, al ritmo del pulso lento. No pensar. No cerrar los ojos del todo. Presionar los pies hacia abajo. Una vez mas, y aun otra.

Al final, en un fragil equilibrio entre el sueno, el dolor y la vigilia, las garras iban soltando lentamente la parte posterior de su cabeza. Nunca sabia cuanto le habia durado el ataque. Por lo general alrededor de un cuarto de hora. A veces miraba aterrorizada el reloj de pulsera y era incapaz de entender que marcara la hora bien. En raras ocasiones se trataba de apenas unos segundos.

Como esta vez, como podia ver en el reloj de la mesilla.

Con concienzuda delicadeza alzo el brazo derecho y se lo puso contra la nuca. Seguia sentada sin moverse. Los pies continuaban presionados contra el suelo, del talon a los dedos y de vuelta. La frialdad de la palma de la mano hizo que se le encogiera la piel de los hombros. El dolor habia desaparecido, por completo. Respiraba con mas facilidad y se levanto con la misma delicadeza con la que se habia sentado.

Tal vez lo peor de los ataques no fuera el dolor, sino el estado de alterada vigilia que los seguia. En los ultimos veinte anos, Helen Lardahl Bentley se habia acostumbrado a que el sueno era algo sin lo que, en determinados momentos, se tenia que apanar. Mientras que en ciertos periodos no habia sentido dolor durante varios meses seguidos, durante el ultimo ano la sesion de sillon habia llegado casi a convertirse en un ritual de medianoche. Y puesto que era una mujer que jamas se permitia malgastar nada, y menos el tiempo, siempre sorprendia a sus colaboradores al presentarse llamativamente preparada en las reuniones matutinas mas tempranas.

Estados Unidos tenia, sin saberlo, una Presidenta que, por lo general, debia conformarse con cuatro horas de sueno por noche. Y en la medida en que dependiera de ella, el insomnio seguiria siendo un secreto que solo compartia con un esposo que tras muchos anos de convivencia habia aprendido a dormir con la luz puesta.

Ahora estaba sola.

Ni Christopher ni su hija Billie la acompanaban en este viaje. A la Madame President le habia costado mucho impedirlo. Aun se encogia al pensar en como se le habian oscurecido a el los ojos, sorprendido y decepcionado, cuando ella tomo la decision de viajar sin su familia. El viaje a Noruega era la primera visita al extranjero de la Presidenta despues de su investidura, tenia un caracter meramente protocolario y, ademas, se trataba de un pais que a su hija, de veintiun anos, le habria podido resultar muy placentero y util ver. Habia mil buenas razones para viajar alli en familia, tal y como estaba planeado en un principio.

A pesar de ello, ambos tuvieron que quedarse en casa. Helen Bentley probo a dar unos pasos, como si no las tuviera todas consigo sobre si el suelo aguantaria. Se restrego la frente con el pulgar y el indice, y despues echo un vistazo a la habitacion. Hasta entonces, en realidad no se habia dado cuenta de lo bonita que era la decoracion de la suite. El estilo tenia una frialdad escandinava: madera clara, telas luminosas y, tal vez, una pizca de cristal y acero de mas. Sobre todo captaron su atencion las lamparas. Las tulipas eran de cristal labrado con chorro de arena y, aunque no tenian la misma forma, estaban engarzadas de tal modo que se compenetraban incomprensiblemente. Poso la mano sobre una de ellas y sintio el delicado calor de una bombilla de pocos vatios.

«Estan por todas partes -penso acariciando el cristal con los dedos-. Estan por todas partes y me cuidan.»

Era imposible acostumbrarse a ello. Con independencia del sitio o la ocasion, de con quien estuviera, sin la menor consideracion hacia la hora o la cortesia: siempre estaban alli. Naturalmente entendia que tenia que ser asi, con la misma naturalidad con la que, al cabo de apenas un mes en el cargo, comprendio que nunca llegaria a intimar con sus guardianes mas o menos invisibles. Una cosa eran los guardaespaldas que la acompanaban durante el dia. No habia tardado mucho en considerarlos parte de la vida cotidiana, aunque resultaba imposible distinguirlos. Tenian rostros, algunos de ellos tenian incluso nombres, que le estaba permitido utilizar, aunque no descartaba que fueran falsos.

Sin embargo, con los otros era peor. Eran incontables e invisibles, las sombras ocultas y armadas que siempre la rodeaban sin que nunca supiera exactamente donde estaban. Le producian una sensacion de incomodidad, de paranoia fuera de lugar. En realidad la estaban protegiendo y querian su bien, en la medida en que sintieran algo mas alla del deber. Habia pensado que estaba preparada para una existencia como objeto hasta que, pasadas unas semanas de su periodo presidencial, comprendio que era imposible prepararse para una vida como aquella.

No por completo.

Habia centrado toda su carrera politica sobre dos ejes: las oportunidades y el poder; y habia maniobrado con inteligencia y buen hacer para conseguirlo. Evidentemente se habia topado con obstaculos por el camino. Una resistencia objetiva y politica, pero tambien con grandes dosis de rechazo y acoso, envidias y malas intenciones. Habia escogido la carrera politica en un pais con largas tradiciones de odio personificado, maledicencia organizada, inauditos abusos de poder e incluso atentados. El 22 de noviembre de 1963, siendo una adolescente, vio a su padre llorar por primera vez, y durante dias creyo que el mundo estaba a punto de derrumbarse. Era aun una adolescente cuando, en esa misma decada turbulenta, asesinaron a Bobby Kennedy y a Martin Luther King. A pesar de ello, nunca habia pensado que hubiera nada personal en aquellos ataques. Para la joven Helen Lardahl, los asesinatos politicos eran intolerables ataques contra las ideas; contra valores y actitudes que ella asumia avidamente; aun ahora, casi cuarenta anos mas tarde, discursos como el de «I have a dream»

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