Por eso, cuando en septiembre de 2001 los aviones secuestrados embistieron contra el World Trade Center, lo habia interpretado de la misma manera, al igual que casi trescientos millones de compatriotas: el terror era un ataque contra la mismisima idea norteamericana. Las casi tres mil victimas, los inconcebibles danos materiales y el
De ese modo, todas y cada una de las victimas -cada uno de los valerosos bomberos, cada padre que habia perdido a su hijo y cada familia destrozada- se convirtieron en el simbolo de algo mucho mayor que ellos mismos. Y de ese modo se pudieron sobrellevar las perdidas, tanto de la nacion como de los supervivientes.
Ella lo sentia y lo pensaba de ese modo.
Hasta aquel momento, hasta que ella misma no se habia convertido en el Object #1, no habia empezado a intuir el engano. Ahora era ella quien personificaba el simbolo. El problema es que no se veia a si misma como un simbolo, al menos no solo como eso. Era madre. Era esposa e hija, amiga y hermana. Durante dos decadas habia trabajado con un unico objetivo, el de convertirse en la Presidenta de Estados Unidos. Queria poder, deseaba aquello que tenia. Habia triunfado.
Y el engano cada vez le resultaba mas evidente.
Durante las noches de insomnio la atormentaba.
Recordaba un entierro al que habia acudido, del mismo modo que todos los demas -los senadores y los congresistas, los gobernadores y demas gente importante que querian participar del Gran Luto Norteamericano- habian acudido a diversos funerales y ceremonias de homenaje, bien visibles para los fotografos y los periodistas. La difunta era una mujer, una secretaria recien contratada de una compania que tenia sus locales en la plata setenta y tres de la Torre Norte.
El viudo apenas rozaba los treinta anos. Estaba ahi sentado, en el primer banco de la capilla, y movia levemente las rodillas. Junto a el habia una chiquilla de unos seis o siete anos que acariciaba una y otra vez la mano de su padre, de un modo casi maniatico, como si ya entendiera que su papa estaba a punto de perder la razon y quisiera recordarle que ella seguia existiendo. Los fotografos se concentraban en los pequenos, en los gemelos de dos o tres anos y en la hermosa nina, vestida de negro, como no se debe vestir a ningun nino. Helen Bentley, en cambio, miro al padre en el momento en que paso por delante del ataud. Y no fue pena lo que vio, no la pena tal y como ella la conocia. El rostro del viudo estaba contraido de desesperacion y miedo; era puro panico. Aquel hombre era incapaz de concebir como podria seguir avanzando el mundo. No tenia la menor idea de como iba a conseguir ocuparse de los ninos, de como se las iba a apanar para reunir el dinero suficiente para el alquiler y el colegio, de como reunir fuerzas para educar a tres hijos completamente solo. Tuvo sus quince minutos de fama porque su mujer habia estado en el lugar equivocado en el momento erroneo y, de modo absurdo, habia sido elevada a heroina norteamericana.
«Los utilizamos», penso Helen Bentley mirando el oscuro fiordo de Oslo a traves de las ventanas panoramicas que daban hacia el sur. El cielo aun tenia una extrana luz azul palido, como si no fuera capaz de atrapar a la noche. «Los utilizamos como simbolo para conseguir que la gente cerrara filas. Y lo logramos Pero ?que estara haciendo ahora? ?Que le paso? ?Por que nunca me he atrevido a investigarlo?»
Los guardias estaban ahi fuera. En los pasillos, en las habitaciones que la rodeaban, en los tejados de las casas y en los coches aparcados; estaban por todas partes y cuidaban de ella.
No le quedaba mas remedio que dormir; la cama la atraia, con sus grandes almohadas de plumas, como las que recordaba en su cuarto del desvan, en casa de su abuela, en Minnesota, cuando era una nina y estaba bendecida con tan poco saber que podia librarse del mundo con solo echarse un edredon de cuadros por encima de la cabeza.
Esta vez el pueblo no iba a cerrar filas. Por eso esta situacion era peor. Infinitamente mas amenazadora.
Lo ultimo que hizo antes de dormirse fue poner la alarma de su propio telefono movil. Eran las dos y media, y ya estaba empezando a amanecer.
Martes, 17 de Mayo de 2005
Capitulo 1
Como de costumbre, el Dia Nacional dio comienzo con el albor del dia. La Policia de Oslo ya habia llevado a comisaria a mas de veinte adolescentes borrachos y vestidos de rojo que dormian la mona a la espera de que llegaran sus padres para sacarlos bajo fianza con una condescendiente sonrisa en la boca. El resto de los miles de alumnos que acababa ese ano el bachillerato hacian lo que podian para impedir que alguno se quedara dormido para la celebracion. Sus autobuses baratos con equipos de musica carisimos recorrian zumbando las calles. Algun que otro nino pequeno estaba ya en la calle con sus mejores ropas. Corrian como cachorros tras los autobuses pintados, mendigando tarjetas a los adolescentes. En los cementerios, los grupos de veteranos de guerra -que cada ano eran mas reducidos- se congregaban para celebrar calladamente la paz y la libertad. Las bandas de musica se arrastraban por la ciudad marchando con tibieza. Los golpes de las trompetas se aseguraban de que cualquiera que, contra todo pronostico, siguiera durmiendo, optara por levantarse y tomar el primer cafe del dia. En los parques de la ciudad algun que otro yonqui asomaba aturdido la cabeza entre las mantas y las bolsas de plastico, sin acabar de aclararse con lo que estaba pasando.
El tiempo era como solia ser. La capa de nubes se resquebrajaba por el sur, pero no habia indicios de que fuera a hacer un dia calmado. Al contrario, habia razones para temerse algun que otro chubasco, a juzgar por el tono gris del cielo por el norte. La mayoria de los arboles seguian medio desnudos, aunque los abedules ya tenian brotes y amentos cargados de polen. Por todo el pais los padres vestian a sus hijos con ropa interior de lana, aunque estos ya habian empezado a dar la lata con que les compraran helados y perritos calientes. Las banderas ondeaban en el fuerte viento.
El reino estaba listo para la celebracion.
Delante de un hotel del centro de Oslo, una agente de policia se encogia de frio. Llevaba alli toda la noche. Miraba el reloj con frecuencia creciente, y con toda la discrecion posible. No tardarian en venir a relevarla. De vez en cuando habia intercambiado algunas palabras furtivas con un companero que estaba apostado cincuenta o sesenta metros mas alla, pero por lo demas la noche se le habia hecho interminable. Durante un tiempo habia intentado matar el rato jugando a adivinar quien podia ser un guardaespaldas, pero el flujo de gente que iba y venia habia remitido en torno a las dos. Por lo que podia apreciar, no habia guardaespaldas en los tejados y ningun coche oscuro y facilmente reconocible, cargado de agentes secretos, habia pasado por alli desde que, poco despues de la medianoche, apearon a la Presidenta estadounidense y la acompanaron al interior del hotel. Pero era evidente que andaban por ahi. Eso lo sabia hasta ella, por mucho que no fuera mas que una pobre policia a la que habian colocado ahi de adorno, con su uniforme recien salido de la tintoreria, y que estaba cogiendo una cistitis de tanto frio.
Un cortejo de coches se aproximaba a la entrada principal del hotel. Normalmente la calle estaba abierta a la libre circulacion, pero ahora la habian bloqueado con vallas metalicas y se habia transformado en una explanada alargada y provisional ante la modesta entrada.
La agente abrio dos de las barreras, tal y como le habian indicado que hiciera. Luego se retiro hacia la acera y dio un par de pasos tentativos hacia la entrada. Tal vez tuviera oportunidad de ver a la Presidenta de cerca ahora que venian a buscarla para un desayuno de gala. Hubiera agradecido esa recompensa tras aquella noche infernal. Y tampoco es que le concediera demasiada importancia a ese tipo de cosas, pero la senora, al fin y al cabo, era la mujer mas poderosa del planeta.
Nadie la detuvo.
En el momento en que freno el primer coche, un hombre se precipito hacia afuera por las puertas giratorias del hotel. No llevaba abrigo ni nada que le protegiera la cabeza. Tenia un