La secretaria jefe del ministro de Justicia estaba sola en la oficina. De un armario de acero del archivo cerrado saco tres carpetas de anillas. Una amarilla, otra azul y otra roja. Las coloco sobre el escritorio del ministro y despues preparo una cafetera. De un armario cogio boligrafos, lapices y blocs, y los llevo a la sala de reuniones. Acto seguido se conecto con manos diestras a tres de los ordenadores: al suyo propio, al del ministro de Justicia y al del consejero del Ministerio. Antes de volver al archivo saco un cronometro de su escritorio personal y, sin demasiado esfuerzo, aparto uno de los estantes. Salio a la luz un panel con numero rojos. Puso en marcha el cronometro, introdujo un codigo de diez cifras y comprobo el tiempo. Treinta y cuatro segundos mas tarde introdujo un nuevo codigo. No apartaba la vista del cronometro y espero. Espero. Paso minuto y medio. Un nuevo codigo.

La portezuela se abrio.

Cogio la caja gris y dejo alli el resto del contenido. Despues volvio a cerrarlo todo siguiendo un proceso igualmente meticuloso, y cerro el archivo.

Le habia llevado seis minutos justos llegar hasta el despacho. Ella y su marido se dirigian a casa de su sobrina en B?rum, para celebrar el dia con gofres y carreras de sacos en el colegio de Evje, cuando sono el telefono. En cuanto vio el numero en la pantalla, le pidio a su marido que saliera de la autopista. La habia llevado a la manzana de los edificios del Gobierno sin preguntar siquiera por que.

Ella fue la primera en llegar.

Se recosto en la silla y se paso la mano por el pelo.

«Codigo cuatro», habia dicho la voz en el telefono.

Podia ser un entrenamiento, en los ultimos tres anos habian ensayado muchas veces estos procedimientos. Era obvio que podia tratarse de un entrenamiento.

Pero ?en un 17 de mayo? ?En el Dia Nacional?

La secretaria jefe pego un respingo cuando la puerta del pasillo se abrio de un portazo. El ministro de Justicia entro sin saludar. Caminaba rigidamente, con pasos cortos, como si tuviera que concentrarse para no correr.

– Para este tipo de cosas tenemos rutinas -dijo con la voz algo elevada-. ?Ya estamos en marcha?

Hablaba igual que caminaba, de modo entrecortado y con tension. La secretaria jefe no estaba segura de que la pregunta fuera dirigida a ella, o a alguno de los tres hombres que entraron por la puerta detras del ministro. Por si acaso, asintio con la cabeza.

– Esta bien -dijo el ministro sin detenerse, mientras se dirigia a su despacho-. Tenemos rutinas. Estamos en marcha. ?Cuando llegan los norteamericanos?

«Los norteamericanos», penso la secretaria jefe, y sintio que el calor le subia a la cabeza. Los norteamericanos. Se le fue la vista hacia la gruesa carpeta con la correspondencia acerca de la visita de Helen Bentley.

El jefe de Vigilancia Peter Salhus no siguio a los otros tres. Se dirigio hacia ella y le tendio la mano.

– Cuanto tiempo, Beate. Hubiera deseado que las circunstancias fueran otras.

Ella se levanto, se aliso la falda y le estrecho la mano.

– No se bien…

Se le rompio la voz y carraspeo.

– Pronto -dijo el-. Pronto se te informara.

La mano del hombre era calida y seca. La mantuvo estrechada un instante de mas, como si necesitara la seguridad que transmitia el firme apreton. Luego asintio brevemente con la cabeza.

– ?Has buscado la caja gris?

– Si.

Se la tendio. Toda la comunicacion del despacho del ministro se podia codificar y sintetizar con poco esfuerzo y sin emplear equipo extra. Rara vez era necesario. No recordaba la ultima ocasion que alguien le habia pedido que lo hiciera. Con oportunidad de alguna que otra conversacion con el ministro de Defensa, tal vez, por seguridad. Ahora bien, en situaciones extraordinarias habia que usar la caja. Nunca habia sido preciso, mas que en los entrenamientos.

– Un par de cosas, solo… -Salhus sostenia la caja con gesto ausente-. Esto no es un entrenamiento, Beate. Y vas a tener que hacerte a la idea de que te vas a quedar aqui un rato, pero… ?Sabe alguien que estas aqui?

– Mi marido, por supuesto. Estabamos…

– No le llames aun. Espera todo lo posible antes de avisarle. Esto no va a tardar en reventar. Hemos convocado el Consejo Nacional de Seguridad y querriamos tenerlos a todos aqui antes de que esto…

Su sonrisa no llego a los ojos.

– ?Un cafe? -pregunto ella-. ?Quereis que os lleve algo de beber?

– Ya nos apanamos nosotros. Es ahi, ?no?

Cogio la cafetera llena.

– Dentro hay tazas, vasos y agua mineral -dijo la secretaria jefe.

Lo ultimo que oyo antes de que la puerta se cerrara detras del jefe de Vigilancia fue la voz del ministro, que entraba en falsete:

– ?Tenemos rutinas para estas cosas! ?Nadie ha conseguido contactar con el primer ministro? ?Como? Por Dios, ?donde se ha metido el primer ministro? ?Tenemos rutinas para estas cosas!

Luego se hizo el silencio. A traves de los gruesos cristales de las ventanas no oia siquiera la procesion de autobuses de los alumnos que habian acabado el bachillerato, que habian decidido aparcar en medio de la calle Aker, justo delante del Ministerio de Cultura.

Alli todas las ventanas estaban oscuras.

Capitulo 3

Inger Johanne Vik no veia como iba a salir bien parada de aquel dia, todos los 17 de mayo eran lo mismo. Sostuvo en alto la blusa del traje regional de Kristiane. Ese ano habia sido previsora y le habia conseguido a su hija una blusa extra. La primera estaba ya sucia a las siete y media de la manana. A esta le acababa de caer mermelada en la manga y un trozo de chocolate derretido se adheria al cuello. La nina de diez anos bailaba desnuda por la habitacion, fragil y delgada, con una mirada que rara vez se detenia en ningun sitio.

Eran ya casi las diez y media, y andaban mal de tiempo.

– Feliz Navidad -canturreaba la nina-. Bendita Navidad. Los angeles llegan a hurtadillas. Buenos dias, verde arbol luminoso, que el Senor pose su rostro en ti y te de paz.

– Te estas equivocando un poco de fecha -se rio Yngvar Stubo, que revolvio el pelo de su hijastra-. El 17 de mayo tiene sus propias canciones, ya lo sabes. ?Tienes alguna idea de donde pueden estar mis gemelos, Inger Johanne?

Ella no respondio. Si lavara la primera camisa y la metiera en la secadora, la nina al menos empezaria la fiesta con la ropa limpia.

– Mira esto -se quejo mostrandole la camisa a Yngvar.

– Que mas dara eso -dijo el mientras seguia buscando-. Kristiane tendra mas camisas blancas en el armario, ?no?

– ?Mas camisas blancas? -Inger Johanne arqueo las cejas-. ?Tienes la menor idea de lo que han pagado mis padres por este maldito traje regional? ?Te puedes imaginar el disgusto que se llevaria mi madre si la nina aparece con una blusa normal de H &M?

– Un nino ha nacido en Belen -cantaba Kristiane-. Hurra por eso.

Yngvar agarro la blusa y estudio las manchas.

– Esto lo arreglo yo -dijo-. Lo restriego cinco minutos y luego lo seco con el secador de pelo. Ademas estas infravalorando a tu madre. Muy pocos entienden a Kristiane como la entiende ella. Tu encargate de Ragnhild, y en un cuarto de hora hemos salido.

El bebe de dieciseis meses estaba profundamente concentrado en unos bloques de construccion en un rincon del salon. El canto y el baile de su hermana no parecian afectarle en absoluto. Iba colocando los bloques unos

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