– Si -repitio Berli con desinteres-. ?Salen todos los martes?

– Eso ya lo habia contado ella -dijo el comisario-. En entrevistas y cosas asi. Que todos los martes echa al marido y a la hija. Que revisa personalmente todas las cartas. Pone toda su honra en…

– Me parece que lo estoy viendo -murmuro Berli hurgando la punta de un boligrafo en una de las cajas con cartas-. Es sencillamente imposible que una sola persona revise todo esto. -Volvio a mirar el cadaver de la mujer-. Sic transit gloria mundi -dijo echando un vistazo dentro de la boca-. Poco puede disfrutar ya de su estatus de famosa, la verdad.

– Ya hemos reunido un monton de recortes, lo tenemos todo listo…

– Bien, bien.

Berli se lo quito de encima sacudiendo la mano. El silencio volvio a ser llamativo. No se oia a nadie en el camino, ningun tictac de reloj. El ordenador estaba apagado. Desde una vitrina junto a la puerta, una radio lo miraba fija y mudamente, con su solitario ojo rojo. Sobre la ancha repisa de la chimenea reposaba un ganso de Canada en rigida huida. Tenia las patas descoloridas, la cola casi sin plumas. El gelido dia dibujaba un rectangulo palido sobre la alfombra ante la ventana que daba al sudeste. Sigmund Berli sentia como la sangre le golpeaba las sienes. La desagradable sensacion de encontrarse en un mausoleo le hizo pasarse el dedo indice por el arco de la nariz. No tenia claro si estaba irritado o azorado. La mujer seguia en su silla, con las piernas separadas, los pechos descubiertos y la boca deslenguada abierta de par en par. Era como si la infamia no se hubiera limitado a robarle un organo importante sino que tambien la habia despojado de toda humanidad.

– Como soleis enfadaros cuando os avisamos demasiado tarde… -dijo finalmente el comisario-. Lo hemos dejado todo tal y como estaba, aunque, como ya he dicho, hemos acabado la mayor parte de…

– Nosotros nunca acabamos -dijo Berli-. Pero gracias. Habeis hecho bien. Especialmente con esta mujer. ?La prensa ya ha…?

– Todavia no. Hemos enganchado al filipino, lo estamos interrogando y lo vamos a retener todo lo posible. Fuera hemos tenido todo el cuidado que hemos podido. Es importante proteger las huellas, sobre todo con la nieve y esas cosas, y supongo que los vecinos se habran sorprendido un poco. Pero por ahora ninguno puede haber dado el chivatazo a nadie. Supongo que mas bien estaran pendientes de la nueva princesa. -Una fugaz sonrisa se transformo en seriedad-. Pero claro… La mismisima «Fiona en faena» asesinada. En su propia casa, y de este modo…

– De este modo -asintio Berli-. Estrangulada, ?no?

– Eso pensaba el medico. No tiene cortes ni balazos. Marcas en el cuello, ya lo ves.

– Ya, pero ?mejor echale un vistazo a esto!

Berli se puso a mirar la lengua sobre el escritorio. Realmente el papel habia sido plegado con primor, formaba un jarron chato con una apertura para la punta de la lengua y con elegantes alas simetricas.

– Casi parecen petalos -dijo el agente mas joven frunciendo la nariz-. Con algo desagradable en el centro. Bastante…

– Llamativo -murmuro Berli-. El asesino tiene que haberlo traido hecho. No consigo imaginarme a nadie que primero mate a alguien de este modo y luego se tome el tiempo para hacer «origami».

– Creo que podemos descartar que haya nada sexual en esto.

– «Origami» -repitio Sigmund Berli-. El arte japones de plegar papel. Pero…

– ?Que?

Berli se inclino aun mas sobre el organo cercenado. Lo mismo hizo el comisario. Y asi se quedaron los dos policias, coronilla contra coronilla, y sus respiraciones no tardaron en acompasarse.

– No solo la han cortado -dijo finalmente Berli enderezando la espalda-. Tiene un tajo en la punta. Alguien la ha dividido en dos.

El agente uniformado que estaba junto a la puerta se volvio hacia ellos por primera vez desde que Sigmund Berli llego al lugar de los hechos. Tenia el rostro desnudo, como el de un adolescente, con espinillas; la lengua recorria los labios una y otra vez mientras que la nuez brincaba sobre el cenido cuello de la camisa.

– ?Me puedo ir ya? -pregunto debilmente-. ?Me puedo ir?

– Visceredera al trono -dijo la chiquilla, y sonrio.

El hombre medio desnudo se paso la cuchilla lentamente por el cuello antes de enjuagarla y volverse. La nina estaba sentada en el suelo sacandose el cabello a traves de los agujeros de un gorro de bano estropeado.

– Asi no puedes ir -dijo el-. Quitatelo, anda. Podemos coger el gorro que te han regalado para Navidad. ?Seguro que te quieres poner guapa para ver a tu hermana por primera vez!

– Visceredera al trono -repitio Kristiane, y se calo mas aun el gorro de bano-. Peredera al trono. Heredera al tono.

– Quiza lo que quieres decir es heredera al trono -dijo Yngvar Stubo, y se aclaro con agua el resto de la espuma-. Eso es alguien que antes o despues acaba siendo reina.

– Mi hermana va a ser reina -dijo Kristiane-. Supongo que eres el hombre mas grande del mundo, en realidad.

– ?Eso crees?

Alzo a la nina y se la coloco sobre la cadera. Los ojos de la chiquilla vagaron de un punto al otro, sin determinacion, como si mirada y contacto fisico al mismo tiempo fueran demasiado para ella. Era pequena para sus casi diez anos de edad.

– Heredera al trono -dijo Kristiane mirando al techo.

– Correcto. Resulta que nosotros no somos los unicos que hemos tenido hoy un bebe. Tambien…

– Mette-Marit es tan guapa -le interrumpio la nina aplaudiendo entusiasmada con las manos-. Sale en la tele. Nos han dado pan con queso para desayunar. La mama de Leonard ha dicho que ha nacido una princesa. ?Mi hermana!

– Si -dijo Yngvar, y la volvio a dejar en el suelo para intentar quitarle el gorro de bano sin tirarle demasiado del pelo-. Nuestro bebe es una hermosa princesa, pero no es heredera al trono. ?Como piensas que se deberia llamar?

Por fin el gorro se aflojo. Largos cabellos se adherian a su interior, pero Kristiane no reacciono al dolor cuando el se lo quito.

– Abendgebet -respondio ella.

– Eso significa «oracion nocturna» -le explico el-. No se llama asi. La muchacha encima de tu cama, quiero decir. Es aleman, y explica lo que hace la chica de la foto…

– Abendgebet -dijo Kristiane.

– A ver que dice mama -dijo Yngvar, y se puso los pantalones y la camisa-. Ve a buscar el resto de tu ropa. Tenemos que poner tierra de por medio.

– Tierra de por medio -dijo Kristiane, y salio al pasillo-. Tierras. Con vacas y caballos y gatitos. ?Jack! ?El rey de America! ?Quieres venir a ver al bebe?

Un enorme perro, con el pelo marron dorado y una lengua que le caia de entre sus fauces sonrientes, salio corriendo del cuarto de Kristiane. Meneaba el rabo con entusiasmo al mismo tiempo que correteaba en torno a la nina.

– Jack se va a tener que quedar en casa -dijo Yngvar-. ?Donde se habra metido tu gorro?

– Jack se viene con nosotros -dijo Kristiane alegremente, y ato una bufanda roja al cuello del animal-. La heredera al trono tambien es hermana suya. En Noruega hay igualdad entre los sexos. Las chicas pueden hacer lo que quieran. Eso dice la mama de Leonard. Y tu no eres mi papa. Isak es mi papa. Eso lo digo yo.

– Y es todo verdad -se rio Yngvar-. Pero yo te quiero mucho. Y ahora vamos a tener que irnos. Jack se queda en casa. Esta prohibido llevar perros al hospital.

– El hospital es para los enfermos -dijo Kristiane cuando el le puso el abrigo-. El bebe no esta enfermo. Mama no esta enferma. Pero estan en el hospital.

– Eres una pequena muy logica.

La beso en los labios y le calo el gorro sobre las orejas. De pronto ella lo miro a los ojos. El quedo petrificado, como hacia siempre en estos raros momentos de apertura, repentinas mirillas a una existencia que nadie conseguia apresar del todo.

– Ha nacido una heredera al trono -dijo ella con solemnidad, antes de coger aire y seguir citando las noticias matutinas de la television-: Un acontecimiento para el pais, para el pueblo, pero sobre todo para los padres, claro.

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