– ?Que sabes tu, en realidad, sobre lo que nosotros nos tememos?

– Ni una sola pista -dijo ella con ligereza-. Lo he leido todo a escondidas. -Estaba buscando un documento pero no lo encontraba-. En primer lugar -dijo moqueando-, las huellas en la nieve son casi inutilizables. Aunque es cierto que encontrasteis tres huellas en la entrada de coches que probablemente sean del asesino, pero la temperatura y el viento, ademas de la nieve que cayo el martes por la noche, hacen que tengan un valor muy limitado. Lo unico seguro es que se puso calcetines sobre los zapatos.

– Tras el puto caso Orderud cada jodido ladron de bicicletas usa ese truco-murmuro el.

– Cuida tu lenguaje -dijo ella.

– Estan durmiendo -adujo Yngvar.

– La talla de los zapatos esta en algun sitio entre el cuarenta y uno y el cuarenta y cinco. Cosa que incluye al noventa por ciento de la poblacion masculina.

– Y a una pequena parte de la femenina -sonrio el, e Inger Johanne metio los pies un poco mas bajo la banqueta.

– De todos modos el truco de los zapatos demasiado grandes ya es bastante conocido. Tampoco se puede deducir nada sobre el peso del asesino a partir de la profundidad de las huellas. El hombre ha tenido suerte con el tiempo, asi de sencillo.

– O la mujer.

– Quiza la mujer. Pero, sinceramente, se requerian ingentes fuerzas para reducir a Fiona Helle. Una persona en plena forma en la mejor edad.

Volvieron a mirar la fotografia. El aspecto de la mujer se adecuaba a su edad, los cuarenta y dos anos se le habian dibujado claramente en torno a los ojos. Tambien sobre la boca se notaban las arrugas, estrechas flechas a traves del maquillaje. Pero, a pesar de todo, habia algo fresco en su cara, en la mirada directa, en la piel tersa sobre el cuello y los pomulos.

– Le cortaron la lengua mientras aun estaba viva -dijo Yngvar-. La teoria que tienen ahora es que se desmayo a causa de la presion sobre el cuello y que luego le cortaron la lengua. Sangro con bastante fuerza, asi que no podia estar muerta. Quizas el asesino eligio cuidadosamente este modo de proceder, o quiza…

– Es practicamente imposible calcular este tipo de cosas -dijo Inger Johanne frunciendo la nariz.

– Ahogarla hasta que quedara inconsciente en vez de muerta, quiero decir. Debia de creer que estaba muerta.

– La causa de la muerte, en todo caso, fue el estrangulamiento. Tiene que haberlo hecho todo con las manos. Despues del trabajito de la lengua. -Yngvar se estremecio y anadio-: ?Has visto esto?

Saco un sobre de manila y lo miro un momento antes de cambiar manifiestamente de idea y dejarlo sin abrir.

– Un vistacito de nada -dijo Inger Johanne-. Normalmente las fotos del lugar del crimen no me afectan. Pero ahora, despues de Ragnhild… -Los ojos se le llenaron de lagrimas y escondio la cara entre las manos-. Lloro por nada -dijo en voz alta, casi estridente, antes de caer en la cuenta y bajar la voz-. Este tipo de fotos me afecta muy poco. Normalmente. He visto… -Se seco rapida y dolorosamente los ojos y sonrio con esfuerzo-. El marido -dijo-. Tiene una coartada inquebrantable.

– Ninguna coartada es inquebrantable -alego Yngvar.

Su mano volvia a estar sobre la espalda de ella. El calor atraveso la fina seda.

– Esta si -dijo Inger Johanne-. Practicamente, al menos. Estaba con Fiorella en casa de su madre. Tuvo que compartir cuarto con su hija porque su hermana y el marido tambien se habian quedado a dormir. Encima la hermana estaba mala y casi no pego ojo en toda la noche. Ademas…

Volvio a pasarse la mano derecha por los ojos. Yngvar sonrio y le paso el pulgar bajo la nariz antes de secarse sobre su propio muslo.

– Ademas…

– Ademas no hay absolutamente nada que indique mas que los conflictos matrimoniales mas frecuentes - completo ella-. Ni en el plano amoroso ni, mucho menos, en el economico. En eso estan bastante equilibrados. El gana mas que ella, ella es duena de la mayor parte de la casa. La empresa de el parece bastante solida.

Ella le cogio la mano que tenia libre. La piel de el era basta, las unas cortas. Su pulgar topo con el de Yngvar, en movimientos circulares.

– Bastante solida… -completo Yngvar

– Ademas, ya han pasado ocho dias -dijo ella-, sin que hayais conseguido hacer otra cosa que descartar a un par de sospechosos evidentes.

– Es un comienzo -dijo el mansamente, y retiro la mano.

– Un comienzo muy debil.

– ?Y que piensas tu? -pregunto Yngvar sin desafio.

– Muchas cosas.

– ?Que cosas?

– La lengua -dijo, y se levanto para servirse mas cafe.

Un coche serpenteaba por la calle Hauge. El leve grunido hizo que vibraran las copas del armario rinconero. El cono de luz se reflejo en el techo del salon, una huidiza nube luminosa en el gran cuarto en penumbra.

– La lengua -repitio el, alicaido, como si ella le hubiera recordado un desagradable dato que hubiera preferido olvidar.

– Si. La lengua. El metodo. El odio. La premeditacion. El envoltorio… -Inger Johanne dibujo unas comillas en el aire-. Lo traia hecho. No habia nada de papel rojo en la casa. Se tarda ocho minutos en hacer un paquete como ese, dice en tus papeles. Y eso si estas bien entrenado.

Por primera vez Inger Johanne daba la impresion de estar claramente arrebatada. Abrio un armario y cogio dos terrones de azucar de un cuenco de plata. La cucharilla repiqueteo contra la taza.

– Cafe cuando tenemos insomnio -murmuro Inger Johanne-. Muy inteligente. -Levanto la vista-. Cortarle la lengua a una persona es un acto simbolico tan fuerte, tan brutal y tan horrendo que dificilmente se puede fundar en otra cosa que en el odio. Un odio bastante intenso.

– Y Fiona Helle era una mujer muy apreciada -dijo secamente Yngvar-. Ya has disuelto el azucar, carino.

Ella lamio la cucharilla y se volvio a sentar.

– El problema, Yngvar, es que es imposible saber quien la odiaba. Ya que la familia, los amigos, los companeros de trabajo…, todos los que la rodeaban parecian apreciar a la mujer. Probablemente tendras que buscar al asesino alli fuera. -Senalo con el indice hacia la ventana. Alguien habia encendido una luz nocturna en casa de los vecinos-. No me refiero a ellos -sonrio-. Sino al espacio publico.

– Por Dios -murmuro Yngvar.

– Fiona Helle era uno de los rostros televisivos mas conocidos del pais. Apenas no hay nadie que no tuviera una opinion sobre lo que estaba haciendo. Y por tanto tambien sobre quien creian que era, se equivocaran o no.

– Mas de cuatro millones de sospechosos, por tanto.

– Bueno… -reconocio ella. Le pego un sorbito al cafe antes de dejar la taza-. Puedes restarle todos lo que tienen menos de quince y mas de setenta anos, ademas de todos los que abiertamente la admiraban.

– ?Cuantos crees que nos quedan entonces?

– Ni idea. Un par de millones…, ?quiza?

– Dos millones de sospechosos… -Yngvar parecia estar considerando seriamente el numero.

– Que probablemente ni siquiera habian cruzado palabra con ella -anadio Inger Johanne-. No tiene por que haber ningun vinculo previo entre Fiona y el asesino.

– O la asesina.

– O la asesina -asintio ella-. ?Suerte! Por lo demas, en lo que se refiere al estado de la lengua… ?Shhhhhh!

Se oia levemente un debil llanto, proveniente del cuarto infantil recien acondicionado. Yngvar se levanto antes de que a Inger Johanne le diera tiempo a reaccionar.

– Solo quiere comer -dijo el reteniendola-. Yo te la traigo. Sientate en el sofa.

Ella intento controlarse. Sentia el miedo fisicamente, como una inyeccion de una sustancia excitante. Se le acelero el pulso, el calor le refulgia en las mejillas. Al elevar la mano y mirar la palma, vio que el sudor de la linea de la vida atrapaba el reflejo de la luz del techo. Se seco las manos en la bata y se sento pesadamente.

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