habia estado sobre la repisa de la chimenea de sus abuelos, intocable para todo el que tuviera menos de veintiun anos; una valorada joya que el padre, de cuando en cuando, se tomaba la molestia de colocar boca abajo para que el chiquillo viera caer los granos de arena, que brillaban en gris plateado contra el fino cristal soplado a mano, a traves del orificio que, segun la abuela, era mas estrecho que un cabello.

Las carpetas, apiladas a lo largo de las paredes y a ambos lados del reloj de arena situado en medio del escritorio, relataban otra historia, mucho mas tangible. El relato del asesinato de Fiona Helle contaba con un comienzo grotesco, pero con nada parecido a un final. Los cientos de interrogatorios a testigos, los incontables analisis tecnicos, los informes personales, las fotografias y todas las consideraciones tacticas conducian a todas partes y, al mismo tiempo, a ningun sitio.

Yngvar no recordaba haber estado nunca sobre un suelo tan yermo.

Se acercaba a los cincuenta. La policia habia sido su lugar de trabajo desde los veintidos. Habia recorrido las calles como policia de orden publico, habia detenido a ladronzuelos y conductores borrachos como agente uniformado, habia husmeado en la patrulla canina, por mera curiosidad, y habia estado a disgusto tras su escritorio de la policia economica, hasta que por pura casualidad acabo en Kripos. Daba la impresion de que habian pasado ya un par de vidas. Evidentemente no recordaba todos sus casos, hacia mucho que habia dejado de intentar llevar un archivo mental. Los asesinatos llegaron a ser demasiados, las violaciones excesivamente brutales. Con el tiempo las cifras perdieron el sentido. Sin embargo, habia una cosa segura e irrecusable: algunas veces, todo se torcia. Asi eran las cosas, Yngvar Stubo no perdia el tiempo rumiando las derrotas.

Sin embargo, esto era diferente.

Por una vez no habia visto a la victima. Por una vez no habia estado ahi desde el principio. Entro cojeando en el caso, desorientado y por la puerta trasera. En cierto modo eso lo ponia especialmente alerta. Lo notaba sobre todo durante las reuniones, los coloquios de creciente frustracion colectiva en los que, por lo general, mantenia la boca cerrada: pensaba de modo diferente a ellos.

Los demas se dejaban enterrar por pistas que en realidad no existian. Con precision y pulcritud intentaban montar un puzzle que nunca estaria completo, sencillamente porque las piezas mostraban cielo azul alli donde la policia buscaba las sombras oscuras de una foto nocturna. Aunque en total se habian encontrado treinta y cuatro huellas dactilares en la vivienda de Fiona Helle, nada indicaba que una sola de ellas perteneciera al asesino. Una inexplicable colilla de cigarrillo junto a la puerta principal tampoco senalaba ninguna direccion determinada; los ultimos analisis mostraban que debia de llevar alli varias semanas. Las huellas en la nieve podian tacharlas con una gruesa linea roja, por lo menos hasta que no pudieran combinarlas con alguna otra informacion sobre el asesino. La sangre del lugar de los hechos tampoco proporcionaba nada sobre lo que se pudiera seguir construyendo. Provenia exclusivamente de Fiona Helle. Los restos de saliva sobre la superficie de la mesa, el cabello sobre la alfombra y la grasienta huella de color rosa palido sobre la copa de vino no contaban mas que la historia, completamente comun, de una mujer que habia pasado tranquilamente la tarde en el despacho de su casa revisando el correo de la semana.

– Un asesino fantasma -dijo Sigmund Berli sonriendo desde el umbral de la puerta-. Te juro que estoy empezando a creerme la monserga de la gente de Romerike. Eso de que fue un suicidio.

– Impresionante -sonrio Yngvar de vuelta-. Primero se estrangulo ella misma hasta casi perder la vida, y luego se rebano la lengua antes de sentarse aplicadamente a esperar la muerte por perdida de sangre. Para despues reanimarse por un instante y dejar la lengua preparada en un bello paquetito de papel rojo. Original, cuanto menos. Por cierto, ?como va? La colaboracion, quiero decir.

– Son buena gente…, los chicos de Romerike. Un gran distrito, ya sabes. Obviamente tienen que pavonearse un poco, de vez en cuando. Pero da la impresion de que ante todo se alegran de que estemos implicados en el caso.

– Aja…

Sigmund Berli se sento y acerco la silla al escritorio.

– Han seleccionado a Snorre para participar en una gran competicion de jockey sobre hielo este fin de semana -dijo, asintiendo elocuentemente con la cabeza-. No tiene mas que ocho anos, ?y ya ha entrado en el primer equipo! ?Con los chicos de diez!

– Creia que no hacian jerarquias en los equipos con chicos tan pequenos.

– Eso no es mas que una tonteria que se le ha ocurrido a la Asociacion Nacional de Deporte. No se puede pensar asi, sabes. El chiquillo vive para el jockey sobre hielo, todo el dia… ?El otro dia durmio con los patines puestos! Si no se hacen cargo ya de la seriedad de la competicion, se quedan atras.

– Bueno, bueno. El hijo es tuyo. Aunque yo no hubiera…

– ?Adonde nos dirigimos? -le interrumpio Sigmund pasando la mirada por las carpetas y las pilas de documentos-. ?Adonde carajo nos dirigimos con este caso?

Yngvar no respondio. En su lugar le dio la vuelta al reloj de arena e intento contar los segundos. A la arena le llevaba un minuto y cuatro segundos atravesar el cuello del cristal, eso ya lo sabia de chico. Un error de fabricacion, suponia, y conto en voz alta:

– Cincuenta y dos. Cincuenta y tres. Y ya se ha vaciado. Siempre falla. -Le dio una vez mas la vuelta al reloj-. Uno. Dos. Tres.

– ?Yngvar! Corta el rollo. ?La vigilia nocturna te ha sorbido los sesos o que?

– No. Ragnhild es preciosa. Nueve. Diez.

– ?Adonde nos dirigimos, Yngvar? -Ahora la voz de Sigmund se habia vuelto insistente, y se inclino hacia su colega antes de proseguir-: Joder, no tenemos ni una puta pista. Ninguna pista tecnica, pero tampoco ninguna tactica, por lo que entiendo. Ayer y hoy he repasado todos los interrogatorios que tenemos. Fiona Helle era una mujer apreciada…, por la mayoria. Una senora graciosa, dice la gente. Pintoresca. Muchos destacan que resultaba especialmente emocionante por lo versatil que era. Cultivada e interesada en las formas de expresion cultural mas refinadas. Pero a la vez leia tebeos y amaba El senor de los anillos.

– La gente que tiene tanto exito como Fiona Helle siempre tiene…

Yngvar buscaba las palabras.

– Enemigos -propuso Sigmund.

– No. No necesariamente. Sino gente con la que esta peleada. Siempre hay alguno que se siente ninguneado por este tipo de personas. Ignorado. Para colmo, Fiona Helle brillaba con mucha fuerza. Pero, a pesar de todo, me cuesta imaginar que algun empleado de la television, ofendido y con ambiciones de liderar los programas de entretenimiento de los sabados, pudiera llegar tan lejos como… -Senalo el corcho de la pared con la cabeza, donde la fotografia de una Fiona Helle despatarrada y con el pecho al descubierto chillaba hacia ellos en tamano poster-. Me convence mas que la respuesta este aqui -dijo Yngvar, que saco un fajo de copias de cartas metidas primorosamente en un sobre rojo-. He seleccionado veinte cartas. Al tuntun, en realidad. Para hacerme una idea del tipo de gente que escribia a Fiona Helle.

Sigmund fruncio el ceno en senal de interrogacion y cogio la primera carta.

– «Querida Fiona -leyo en voz alta-. Soy una chica de veintidos anos de Hemnesberget. Hace tres anos averigue que mi padre era un marinero de Venezuela. Mi madre dise que era un mierda que la avandono y nunca volvio a dar seniales de vida…» - Sigmund se rasco la oreja-. Joder, no sabe escribir -mascullo antes de seguir leyendo-: «… despues de saber que iba a naser yo. Pero hay una senora aqui en la tienda del pueblo que dice que Juan Maria era un buen tipo y que fue mama la que quizo que…».

Sigmund se quedo observando la punta de su dedo. Un bulto amarillo sucio parecia fascinarle, se quedo callado varios segundos antes de limpiarse en la tela de las perneras.

– ?Son todas tan desamparadas como esta? -pregunto.

– Yo no diria que esa es desamparada -dijo Yngvar-. Al fin y al cabo, ha tomado una iniciativa de importancia. Su falta de conocimientos de ortografia y gramatica no le ha impedido llevar a cabo por su cuenta una investigacion bastante completa. De hecho sabe donde vive el padre. La carta es un ruego para que Fiona en faena se encargue del caso. La chiquilla tiene panico de que la rechacen, y piensa que las posibilidades de que el padre quiera saber de ella son mayores si todo sale en la tele.

– Por Dios -dijo Sigmund cogiendo otra carta.

– Esa es de un calibre completamente distinto -dijo Yngvar mientras los ojos de su colega recorrian el papel-. Un dentista que se expresa muy bien y que esta acercandose a la edad de la jubilacion. No era mas que un chiquillo durante la guerra, vivia en la parte este de Oslo y, en el cuarenta y cinco, demacrado, falto de sangre y

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