Kristiane apenas tendria…
– ?Echale un vistazo a esto, anda!
Inger Johanne le enseno el pie riendose por lo bajo.
– Es la primera vez que uso zapatillas. ?Casi no me atrevo a salir de la cama sin ellas!
– Son monas. Parecen amanitas muscarias.
– Bueno, ?es que se supone que tienen que parecer amanitas muscarias! ?No podias haberla convencido de que eligiera alguna otra cosa? ?Conejos? ?Ositos? ?O, mejor, unas zapatillas marrones completamente corrientes?
El parque crujio con cada paso que el dio hacia ella. La mujer hizo una mueca antes de volverse a girar hacia la ventana.
– Kristiane no es exactamente facil de manejar -dijo el-. Y tienes que dejar de tener tanto miedo. No ocurre nada.
– Eso decia tambien Isak cuando Kristiane era un bebe.
– Eso es otra cosa. Kristiane…
– Nadie sabe exactamente que le pasa. Nadie puede saber si a Ragnhild tambien le pasa algo.
– ?Estamos ya de acuerdo sobre Ragnhild?
– Si -dijo Inger Johanne.
Yngvar la cogio entre sus brazos.
– Ragnhild es un bebe de ocho dias de edad sano como una manzana -susurro-. Se despierta tres veces cada noche, toma leche y se vuelve a dormir inmediatamente despues. ?Quieres un cafe?
– No hagas ruido, anda -dijo ella.
El quiso agregar algo. Abrio la boca, pero finalmente nego imperceptiblemente con la cabeza, recogio un jersey del suelo y se lo puso de camino a la cocina.
– Sientate aqui, por favor -dijo finalmente-. Si para ti es cosa de vida o muerte quedarte despierta toda la noche, lo mejor es que hagamos algo sensato.
Inger Johanne acerco la banqueta de bar al banco de la cocina y se ajusto la bata. Con los dedos hojeaba sin concentrarse la gruesa carpeta del caso, que no deberia estar en la cocina.
– Sigmund no se rinde -dijo ella restregandose los ojos bajo las gafas.
– No, pero es que tiene razon. Se trata de un caso fascinante.
Yngvar se volvio tan bruscamente que el agua de la cafetera salpico.
– He estado una hora en el trabajo -dijo a la defensiva-. Desde que sali de aqui hasta que volvi…
– Relajate, hombre. No pasa nada. Entiendo perfectamente que tengas que pasarte por ahi de vez en cuando. Tengo que admitir que…
Sobre la carpeta habia una fotografia, un lisonjero retrato de una futura victima de asesinato. Su estrecho rostro parecia aun mas estrecho porque llevaba la raya de su media melena en medio. Por lo demas, pocas cosas eran anticuadas en Fiona Helle. La mirada era desafiante, los labios gruesos y la sonrisa que le dirigia al fotografo, segura de si misma. El maquillaje de los ojos era pesado, pero paradojicamente no resultaba vulgar. En suma, habia algo fascinante en la foto, un toque abiertamente erotico contrastaba fuertemente con el perfil mundano y familiar de su programa, que ella habia construido con gran exito.
– ?Que tienes que admitir? -pregunto Yngvar.
– Que…
– Que el caso te parece jodidamente interesante -se rio Yngvar entre el ruido de las tazas-. Solo voy a buscar un par de pantalones.
El pasado de Fiona Helle no era menos fascinante que su retrato. Inger Johanne se fijo mientras iba leyendo: era diplomada en Historia del Arte. Con solo veintidos anos se caso con el fontanero Bernt Helle, se hizo cargo del chale de los abuelos en Lorenskog y vivio sin hijos durante trece anos. Resultaba evidente que la llegada de la pequena Fiorella en 1998 no habia frenado ni sus ambiciones ni su carrera. Mas bien al contrario. Desde su estatus de culto en el pequeno programa Arte que mola, en el canal NRK2, fue con el tiempo trasladada a la seccion de entretenimiento. Tras un par de temporadas en un
– ?A ti te gustaban sus programas! ?Un hombre hecho y derecho ahi sentado llorando!
Inger Johanne sonrio a Yngvar, que ya habia vuelto, ahora con un forro polar rojo electrico, pantalones de chandal grises y calcetines de lana naranja en los pies.
– No lloraba en absoluto -protesto Yngvar mientras echaba cafe en las tazas-. Me emocionaba, tengo que admitirlo. Pero ?llorar? ?Nunca! -Acerco su banqueta mas a la de ella-. Fue el episodio ese con la hija del aleman -dijo en voz baja-. Habria que tener el corazon de piedra para no emocionarse con esa historia. Despues de haber sufrido humillaciones y abusos durante toda la infancia, se fue a Estados Unidos en la adolescencia. Lavo los suelos del World Trade Center desde que lo construyeron y tuvo su primera baja por enfermedad el 11 de septiembre de 2001. Siempre echo de menos al vecinito noruego que…
– Que si -dijo Inger Johanne, humedeciendose ligeramente los labios con el cafe hirviendo-. ?Sshh! -Se quedo petrificada-. Es Ragnhild -dijo con tension.
– No -empezo el, y la quiso parar antes de que se saliera corriendo hacia el cuarto de los ninos.
Demasiado tarde. Inger Johanne se deslizo por el suelo sin hacer practicamente ruido y desaparecio. Solo la inquietud quedo tras ella. Un pinchazo de acidez en torno al estomago le hizo servirse mas leche en el cafe.
La historia de Yngvar era peor que la de Inger Johanne. Las comparaciones no eran solo odiosas, sino tambien imposibles.
El dolor no se podia medir, las perdidas no se podian pesar. Pero el no conseguia evitarlo del todo. Desde que se conocieron, un dramatico verano hacia casi cuatro anos, ella se habia pillado algunas veces de mas irritandose con la tristeza de Inger Johanne por la particularidad de Kristiane.
Al fin y al cabo, Inger Johanne tenia una hija. Una nina viva con gran apetito por la vida. Rara como pocos, pero a su manera Kristiane era una nina carinosa y completamente presente.
– Ya lo se -dijo de pronto Inger Johanne, que habia entrado desde el pasillo sin que el se diera cuenta-. Tu cargas con mas que yo. Tu hija murio. Yo deberia estar agradecida. Y lo estoy.
Un temblor en el labio inferior, apenas perceptible, la hizo callar. La mano le cubrio los ojos.
– ?Estaba todo bien con Ragnhild? -pregunto Yngvar.
Ella asintio.
– Es que tengo tanto miedo -susurro-. Cuando duerme, tengo miedo de que este muerta. Cuando se despierta, tengo miedo de que se muera. O de que le pase alguna otra cosa.
– Inger Johanne -dijo el, abatido, dando palmas sobre el asiento junto a el-. Ven aqui. Sientate. -Ella se dejo caer lentamente junto a el. El le acaricio la espalda, arriba y abajo, un poco apresuradamente-. Todo va bien…
– Estas irritado -susurro ella.
– No.
– Si.
La mano se detuvo, la cogio levemente de la barbilla.
– Que no, te digo. Pero ahora… -Yngvar se interrumpio.
– ?No podrias sencillamente dejarme…?
– ?Sabes que? -dijo el, con alegria fingida-. Estamos de acuerdo en que las ninas estan bien. Ninguno de los dos puede dormir. Asi que ahora le vamos a dedicar una hora a este asunto… Y luego vemos si conseguimos dormir un poco. ?Vale? -Con dedos torpes martilleo sobre la cara de Fiona Helle.
– Eres muy buen profesional -dijo ella, y se restrego la nariz con el dorso de la mano-. Y este caso es peor de lo que os temeis.
– Ya.
Yngvar vacio su taza, la aparto y extendio los papeles de la carpeta sobre el amplio banco. La foto yacia entre ellos. Paso el dedo indice sobre la nariz de Fiona Helle, le rodeo la boca y se lo penso un rato antes de levantar la fotografia para mirarla atentamente.