– Esta nina tiene un hambre que devora -le oia murmurar a Yngvar contra la cabeza de la pequena-. Su mama le va a dar de comer, ?sabes? Ya esta, ya esta…

El alivio por ver los ojos entreabiertos y la avida boquita provoco de nuevo el llanto en Inger Johanne.

– Creo que me estoy volviendo loca -susurro, y se coloco mejor el pecho.

– Loca no -dijo Yngvar-. Solo un poco alterada y asustada.

– La lengua -murmuro Inger Johanne.

– Vamos a dejar de hablar de eso. Ahora relajate, por favor.

– Que estuviera dividida en dos -insistio ella.

– Ya esta, ya esta.

– Mentiroso -gimoteo Inger Johanne alzando la vista.

– ?Mentiroso?

– No tu, claro.

Le susurro al bebe antes de mirarlo a el a los ojos.

– Una lengua dividida en dos. Practicamente solo puede significar una cosa. Que alguien pensaba que Fiona Helle era una mentirosa.

– Supongo que todos mentimos un poco de vez en cuando -dijo Yngvar pasando tiernamente el dedo sobre el craneo de plumon del bebe-. ?Mira! ?Se le nota el pulso en la fontanela!

– Alguien pensaba que Fiona Helle mentia -repitio Inger Johanne-. Que mentia de un modo tan decisivo y brutal que merecia morir por ello.

Ragnhild solto el pecho. Una mueca que facilmente podia confundirse con una sonrisa hizo que Yngvar cayera de rodillas y posara la cara sobre su calida mejilla humeda. La marca de mamar del labio superior de Ragnhild estaba rosa y llena de liquido. Las diminutas pestanas eran casi negras.

– Una puta mentira flagrante, en todo caso -murmuro Yngvar-. Una mentira mayor de lo que creo que yo me pueda imaginar.

Ragnhild eructo y se quedo dormida.

Ella nunca hubiera elegido este lugar.

A los demas, a los que notoriamente estaban sin blanca, se les metio de pronto en la cabeza que se iban a permitir el lujo de pasar tres semanas en la Riviera. Lo que pretendian hacer en la Riviera en pleno diciembre fue, desde el comienzo, un misterio, pero de todos modos dijo que queria ir con ellos. Por lo menos supondria cierta variacion.

El padre se habia puesto imposible desde la muerte de la madre. Lloriqueaba y se quejaba y se pegaba a ella. Olia a hombre viejo, una mezcla de ropa sucia y falta de control sobre la vejiga. Sus dedos, que la raspaban en la espalda en muy poco deseadas muestras de carino en las despedidas, se habian vuelto repulsivamente escualidos. El deber la obligaba a pasarse por ahi una vez al mes mas o menos. El piso de Sandaker nunca habia sido un palacio, pero, despues de que el padre se quedo solo, se habia desmadrado completamente. Por fin habia logrado -tras varias cartas, furiosas llamadas telefonicas y mucho esfuerzo- conseguirle asistencia domestica. Pero no fue de gran ayuda. La parte de abajo del asiento del vater seguia manchada de mierda. La comida seguia pasandose de fecha de caducidad en la nevera con lo que era imposible abrir la puerta sin sentir arcadas. Resultaba increible que el Ayuntamiento no tuviera nada mejor que ofrecerle a un viejo contribuyente leal que una chiquilla poco de fiar que apenas habia aprendido a poner la lavadora y poco mas.

Las navidades sin su padre la habian tentado, aunque estaba esceptica ante el viaje. Sobre todo dado que los ninos tambien iban. Le irritaba que los crios de hoy en dia parecieran alergicos a todo tipo de alimentacion sana. «No me gusta, no me gusta», lloriqueaban constantemente. Un mantra por cada comida. No era de extranar que de pequenos estuvieran escualidos, para luego inflarse y desinflarse en la informe pubertad, atacados por las perturbaciones alimenticias modernas. La menor, una nina de tres o cuatro anos, todavia tenia cierto encanto. Pero los hermanos…

En compensacion la casa era grande, y el cuarto que le habian adjudicado era imponente. Le habian ensenado algunos folletos con enorme entusiasmo. Tenia la sospecha de que querian que ella pagara una parte mayor del alquiler de lo que le correspondia. Sabian que ella tenia dinero, aunque obviamente no supieran cuanto.

Para decir la verdad, habia elegido separarse de la mayoria de sus conocidos. Giraban en sus pequenas vidas, con problemas exagerados que de ningun modo podian despertar el interes de nadie que no fuera ellos mismos. En las cuentas sociales que con el tiempo le habia parecido necesario llevar a cabo, los numeros rojos chillaban contra ella. Daba tanto mas de lo que recibia… De vez en cuando, si se lo pensaba bien, llegaba a la conclusion de que solo habia conocido a un punado de buenas personas.

Ellos querian que se apuntara, y ella no iba a soportar aun otras navidades con su padre.

Asi que alli estaba, en el aeropuerto de Gardermoen, con los billetes en la mano, cuando sono el telefono movil. La pequena, la nina en cuestion, habia sido ingresada en el hospital de imprevisto.

Se puso furiosa. Obviamente, sus amigos no podian dejar sola a una nina tan pequena, pero ?habian tenido que esperar a tres cuartos de hora antes de despegar para avisarla? Al fin y al cabo, la nina se habia puesto enferma cuatro horas antes. Cuando aun tenia eleccion.

Se marcho.

Y los demas iban a tener que pagar su parte del alquiler, cosa que les dejo mas o menos claro ya durante la conversacion telefonica. Lo cierto es que le habia hecho cierta ilusion la idea de pasar tres semanas en compania de gente a la que, al fin y al cabo, conocia desde la infancia.

Cuando habian pasado diecinueve dias, el dueno de la casa le habia ofrecido la posibilidad de quedarse hasta marzo. No habia encontrado nuevos inquilinos para el invierno y no le gustaba que la casa estuviera vacia. Probablemente contribuyo a ello el hecho de que la mujer hubiera hecho limpieza general antes de que llegara. Seguro que tambien reparo en que solo se estaba usando una de las camas, cuando recorrio cuarto tras cuarto simulando revisar la instalacion electrica.

Su ordenador portatil estaba en ese lugar tan bien como en casa. Y vivia gratis.

La fama de la Riviera era exagerada.

Villefranche era un pueblo falso, para turistas. Hacia mucho que carecia de toda verdadera realidad, pensaba ella; incluso el castillo centenario junto al mar parecia estar hecho de carton piedra. Si los taxistas franceses hablaban un ingles aceptable, es que algo tenia que estar muy mal en el pueblo.

Le irritaba sobremanera que la policia no avanzara ni un paso.

Por otro lado, era un caso dificil. La policia noruega nunca habia sido nada del otro mundo; eunucos provincianos y desarmados.

Ella, en cambio, era una experta.

Las noches se habian vuelto largas.

Capitulo 3

Habian pasado diecisiete dias desde el asesinato de Fiona Helle: el calendario marcaba el 6 de febrero.

Yngvar Stubo estaba en su despacho, ubicado en la zona con menos caracter del este de Oslo, intentando seguir contando los granos de un reloj de arena. El hermoso reloj de cristal era inusitadamente grande. La base estaba hecha a mano. Yngvar siempre habia pensado que debia de ser de roble; madera noruega de pura cepa, envejecida por el paso de los siglos hasta alcanzar un tono gastado y oscuro. Justo antes de navidades, un tecnico criminal frances que estaba de visita habia estudiado la antigualla con cierto interes. Caoba, habia constatado, para luego negar con la cabeza ante el relato de Yngvar sobre el instrumento que habia acompanado, durante catorce generaciones, a la familia de marineros.

– Esto -dijo el frances en impecable ingles-. Este pequeno objeto esta fabricado en algun momento entre 1880 y 1900. Probablemente nunca haya estado a bordo de un barco. Se produjeron muchos como estos, para adorno de los hogares mas pudientes. -Luego se encogio de hombros-. But by all means -anadio-. Pretty little thing.

Yngvar decidio asignar mas confianza a la saga familiar que a un viajero frances cualquiera. El reloj de arena

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