noche. Lasse telefoneo a todos los sitios que se le ocurrieron: al hospital, que mando una ambulancia que no encontro a nadie a quien llevarse; a los vecinos, que se detenian con cierta aprension ante la puerta al ver el jardin lleno de policias uniformados.
Aquel miedo se podia encauzar hacia algo productivo. Desde entonces la situacion habia empeorado mucho.
Ella tropezo con algo en las escaleras del sotano.
Las ruedas supletorias de la bicicleta se habian caido de la pared. Lasse acababa de quitarlas de la bicicleta de Kim, que se habia puesto tan orgulloso… Habia salido haciendo eses con su casco azul, se habia caido, se habia vuelto a levantar. Habia seguido adelante, sin ruedas supletorias. Las colgaron detras de la puerta del sotano, en las escaleras, como un trofeo.
– Asi puedo ver lo que he conseguido -le habia dicho a su padre moviendo con el dedo el diente flojo de arriba-. Pronto se me va a caer. ?Cuanto me va a tocar?
Necesitaban mermelada.
Los gemelos necesitaban mermelada. La mermelada estaba en la despensa del sotano, era del ano pasado, y Kim habia ayudado a recoger la fruta. Kim. Kim. Kim.
Los gemelos solo tenian dos anos y necesitaban mermelada.
Delante de la despensa del sotano habia algo tirado que no lograba identificar. Un paquete alargado. ?Un fardo?
El fardo no era grande, quiza no llegaba al metro de longitud. Se trataba de algo empaquetado en plastico gris. Encima habia una nota pegada con cinta adhesiva; un gran papel blanco con letras escritas con rotulador rojo. Cinta adhesiva marron. Plastico gris. Una cabeza asomaba apenas del fardo, la cabeza de un nino de rizos castanos.
– Una nota -senalo ella con docilidad-. Ahi hay una nota.
Kim sonreia. Estaba muerto y sonreia. En la encia superior brillaba el hueco que habia dejado el diente al caerse. La mujer se sento en el suelo. El tiempo empezo a transcurrir de forma ciclica, y ella supo que era el comienzo de algo que nunca acabaria. Cuando Lasse bajo a buscarla, ella no tenia idea de donde estaba. No solto a su nino hasta que llegaron al hospital y alguien le puso una inyeccion. Un policia abrio el puno derecho del crio.
Alli encontraron un diente, blanco como el marmol, con una pequena raiz tenida de color sangre.
A pesar de que el despacho era relativamente grande, el aire estaba ya muy cargado. Su tesis todavia estaba ahi, sobre un extremo de la mesa. Yngvar Stubo paso el dedo indice sobre la imagen del paisaje invernal antes de elevarlo hacia ella.
– Usted es tanto psicologa como jurista -senalo.
– Eso tampoco es asi. No exactamente. Me diplome en Psicologia, en Estados Unidos, pero no estoy licenciada. En Derecho, en cambio… -Estaba sudando y le pidio agua a Stubo. De pronto se le ocurrio que estaba alli, contra su voluntad, por orden de un policia con el que ella no queria tener nada que ver, oyendolo hablar de un asunto que no le concernia, que escapaba a su competencia-. Si no le importa, desearia marcharme -dijo cortesmente-. Lamentablemente no puedo ayudarle. Es evidente que tiene contactos en el FBI. Pregunteles a ellos. Ellos cuentan con profilers, segun tengo entendido. -Le echo una ojeada al escudo de la pared; era azul, llamativo y de mal gusto-. Yo soy cientifica, Stubo. Ademas, tengo una nina pequena y este caso me resulta repugnante, me asusta. A diferencia de usted, yo tengo derecho a hablar asi. Dejeme marchar.
El sirvio agua de una botella sin corcho y le puso el vaso de carton delante.
– Tenia usted sed -le recordo el-. Beba. ?Lo dice en serio?
– ?Decir que? -Se le derramo el agua y se percato de que estaba temblando. Una gota de agua fria le resbalo desde la comisura de los labios por la barbilla y el cuello. Se tiro del cuello del jersey.
– ?Que esto no le incumbe?
Sono el telefono, con un timbre agudo e insistente. Yngvar Stubo descolgo el auricular. La nuez le dio tres brincos evidentes, como si el hombre estuviera a punto de vomitar. No decia nada. Paso un minuto. De los labios de Stubo salio un si muy debil, poco mas que un carraspeo. Paso otro minuto. Despues el colgo. Con lentitud se saco uno de los tubos del bolsillo del pecho y empezo a acariciar el metal mate. Seguia sin abrir la boca. Inger Johanne no sabia que hacer. De pronto, el hombre se guardo de nuevo el cigarro en el bolsillo y se tiro del nudo de la corbata.
– Ha aparecido el nino -le comunico con voz ronca-. Kim Sande Oksoy. La madre lo ha encontrado en su propio sotano. Envuelto en una bolsa de plastico. El asesino le habia dejado un mensaje. «Ahi tienes lo que te merecias.»
Inger Johanne se arranco las gafas. No queria ver. Tampoco queria escuchar. Se levanto con la vision borrosa y alargo la mano hacia la puerta.
– Eso es lo que ponia en la nota -dijo Yngvar Stubo-. «Ahi tienes lo que te merecias.» ?Sigue pensando que esto no es asunto suyo?
– Deje que me vaya. Dejeme salir de aqui. -Se dirigio a tientas hacia la puerta e intento agarrar el pomo. Todavia llevaba las gafas en la mano izquierda.
– Desde luego -oyo a su espalda-, le dire a Oskar que la lleve a casa. Gracias por venir.
11
Emilie no era capaz de entender por que el permitia que Kim se marchase. Era injusto. Ya que ella habia llegado antes, tendria que haberla dejado irse antes. Ademas, a Kim le habia dado Coca-Cola, mientras que ella habia tenido que conformarse con leche templada y agua con sabor a metal. Todo sabia a metal. La comida. Su boca. Hizo chasquear la lengua. Sabia a monedas que llevaban mucho tiempo en un bolsillo. Mucho, mucho tiempo. Mucho tiempo llevaba aqui. Demasiado tiempo. Papa ya no la estaba buscando. Papa debia de haberse rendido. Mama no estaba en el cielo, sino en una urna, convertida en polvo y en nada y ya no existia. Habia tanta luz…
Emilie se froto los ojos e intento olvidarse del fuerte resplandor proveniente de la lampara del techo. Podia dormir. Dormia casi todo el rato. Era mejor asi, sonaba. Ademas, casi habia dejado de comer. Se le habia cerrado el estomago y ya no le cabia ni la sopa de tomate. El hombre se enfadaba cuando venia a buscar los cuencos y los encontraba intactos. No se ponia como una fiera, pero se irritaba bastante.
Habia dejado que Kim se fuera a casa.
Era injusto, y Emilie no conseguia entenderlo.
12
Yngvar Stubo tuvo que contenerse para no tocar el cuerpo desnudo. Instintivamente habia levantado la mano hacia la pantorrilla del nino, con la intencion de deslizaria sobre su piel tersa. Queria asegurarse de que ya no quedaba un soplo de vida en el crio. Tal y como yacia -boca arriba, con los ojos cerrados y la cabeza un poco ladeada, los brazos a los costados, una de las manos parcialmente cerrada y la otra abierta con la palma vuelta hacia arriba, como esperando que le dieran algo, un regalo, alguna golosina- daba toda la impresion de estar vivo. El tajo de la autopsia sobre el esternon, que formaba una T que se alargaba hacia el pequeno organo sexual, habia sido cerrado con delicadeza. La palidez de la cara habria podido deberse a la estacion del ano en que se encontraban; el invierno acababa de terminar y el verano se hacia esperar. La boca del nino estaba entreabierta. Para sorpresa de Stubo, lo asalto el deseo de dar un beso al nino, de insuflarle vida. Queria pedirle perdon.
– Joder -mascullo con voz medio ahogada-. Joder. Joder.
El medico lo miro por encima de las gafas.
– Nunca nos acostumbramos a esto, ?verdad?