su favor? ?Es Aksel Seier, en realidad, un… gilipollas? ?Alguien que tenia bien merecido lo que le paso? Creo que seria muy esclarecedor para mi hablar con este hombre.
La puerta se abrio despacio.
– ?Como va la cosa? -pregunto la enfermera, pero no espero respuesta-. Lleva ya demasiado rato sentada en esa silla, senora Sofienberg. Ahora vamos a meterla en la cama. Tendre que pedirle a su amiga que…
– Eso puedo hacerlo yo misma, gracias. -La boca de Alvhild volvio a tensarse. La anciana habia levantado el brazo en un gesto de rechazo a la mujer de blanco-. ?No seria buena idea escribirle antes?
Inger Johanne Vik se levanto y se guardo en el bolso la libreta que no habia usado.
– En algunas situaciones prefiero no escribir cartas -le respondio pausadamente mientras se colgaba el bolso del hombro.
– ?Y que situaciones son esas?
La enfermera habia quitado la colcha de la cama y estaba arrastrando el monstruoso armatoste de metal hacia el centro de la habitacion.
– Las situaciones en las que temo no recibir respuesta -contesto Inger Johanne-. No responder es tambien un modo de responder. No responder significa «no». No me atrevo a correr ese riesgo con Aksel Seier. Me marcho el lunes. Yo…
La enfermera la fulmino con la mirada.
– Que si -murmuro Inger Johanne-. Ya me voy. Quiza te llame desde Norteamerica, Alvhild. Si tengo algo que contar, claro. Espero que entretanto te vaya… lo mejor posible.
Sin pensarselo dos veces se inclino sobre la anciana mujer y le dio con cuidado un beso en la mejilla. Tenia la piel seca y fria. Al salir de la casa, Inger Johanne se paso la lengua cuidadosamente por los labios. No sabian a nada, estaban secos.
14
Emilie habia recibido un regalo. Una muneca Barbie con mechones de pelo que se le podian sacar de la cabeza y volver recoger con una llave que le sobresalia de la nuca. La muneca tenia una ropa bien bonita: un vestido rosa con lentejuelas incluido en el paquete de la Barbie y un traje de vaquero en un paquete aparte. Emilie manoseaba el sombrero de vaquero. La Barbie estaba tumbada en la cama junto a ella, con las piernas separadas. Ella no tenia Barbies en casa. A mama no le gustaba ese tipo de juguetes. A papa tampoco, y ademas Emilie ya era demasiado mayor para esa clase de cosas. Eso decia al menos la tia Beate.
– Quiero a mi papa…
El senor estaba de pie en el umbral de la puerta. Tenia que estar loco. Emilie sabia mucho de gente loca. Torill, la que vivia en el numero 14 de su calle, estaba tan loca que habia que ingresarla cada dos por tres. Sus hijos tenian que vivir con los abuelos porque su mama de vez en cuando se creia canibal. Entonces se ponia a hacer una hoguera en el jardin y queria asar a Guttorm y Gustav a la parrilla. Una noche Torill llamo a la puerta en mitad de la noche, Emilie se desperto y bajo somnolienta detras de papa para ver quien era. Alli estaba la madre de Guttorm y Gustav, completamente desnuda, con rayas rojas por todo el cuerpo, pidiendo prestado el congelador. Papa mando a la cama a Emilie, que nunca se entero muy bien de lo que paso despues, pero durante muchisimo tiempo nadie volvio a ver a Torill.
– Tu no eres mi papa -susurro Emilie-. Mi papa se llama Tonnes. Tu ni siquiera te pareces a el.
El senor se quedo mirandola. Sus ojos daban miedo, aunque era bastante guapo de cara. Mama solia decir que Torill no era capaz de hacerle dano a una mosca, que peor andaba Pettersen, el de Grennblokka. A Emilie no le parecia del todo correcto decir que Torill no podia hacerle dano a una mosca cuando queria asar a sus hijos a la parrilla cada dos por tres, pero no cabia duda de que Pettersen era aun peor. Habia estado en la carcel por meterles mano a unos crios. Emilie sabia lo que significaba meter mano. Se lo habia explicado la tia Beate.
– Ya veras como nos hacemos amigos -dijo el senor, agarrando la Barbie-. ?Te ha gustado esto?
Emilie no respondio. Estaba empezando a costarle respirar aqui dentro. Quizas hubiera agotado ya todo el aire, pues sentia una presion en el pecho y estaba mareada todo el rato. La gente necesitaba oxigeno. Al respirar se consume oxigeno hasta que el aire se queda vacio e inservible, por decirlo asi. Se lo habia explicado la tia Beate. Por eso era tan desagradable esconderse debajo del edredon, y despues de un rato habia que levantarlo para que entrara algo de oxigeno. Aunque la habitacion fuera grande, ella ya llevaba alli una barbaridad de tiempo; muchos anos, o al menos esa era la sensacion que tenia. Levanto la cabeza, jadeando.
El senor loco sonrio. Era evidente que el no tenia ningun problema para respirar. Quizas era solo ella, quiza se iba a morir. Quizas el senor la habia envenenado para meterle mano despues. Emilie aspiro varias bocanadas anhelosamente.
– ?Tienes asma? -pregunto el senor.
– No -resollo Emilie.
– Prueba a volverte a acostar.
– ?No!
Si conseguia pensar en algo que no fuera el senor de los ojos que daban miedo, podria relajarse.
No habia nada mas en lo que pensar.
Cerro los ojos y se echo hacia atras, hasta que su espalda topo con la pared. Ya no existian otros pensamientos. Nada. Papa ya habria dejado de buscarla.
– Duermete, anda.
El senor se marcho. Emilie cerro los dedos en torno a la rigida muneca Barbie. Hubiera preferido que le regalaran un peluche, aunque fuera ya demasiado mayor para eso tambien.
Ahora que estaba completamente sola, por lo menos podia respirar.
El senor no le habia metido mano. Emilie se tapo con el edredon y al final se durmio.
Por fin Tonnes Selbu estaba solo. Sentia que ya no tenia existencia propia, que ya nada le pertenecia, ni siquiera su tiempo. La casa estaba siempre llena de gente: vecinos, amigos, Beate, sus padres y la policia, que evidentemente pensaba que era mas facil para el hablar con ellos en su casa. En realidad habria supuesto un alivio para el acudir a la comisaria, salir un poco. Ni siquiera le dejaban ir a la tienda. Beate y una vieja amiga de Grete se ocupaban de todo. El dia anterior, su suegra incluso le habia preparado un bano. Despues de meterse en aquella agua tan caliente, casi habia esperado que apareciera alguna mujer de la nada para frotarle la espalda. Se quedo tumbado hasta que el agua se puso tibia. Entonces Beate lo llamo a voces y al cabo de un rato golpeo la puerta, asustada.
El habia perdido el control de su tiempo.
Ahora estaba solo. No querian dejarlo en paz, los otros. Al final habia estallado y habia echado a todos a la calle. Esto le habia sentado bien, porque le habia recordado que seguia existiendo.
Poso la mano sobre el pomo.
La habitacion de Emilie.
No habia entrado alli desde la primera tarde, el dia que desaparecio la nina, y puso todo el cuarto patas arriba buscando alguna huella, una clave, una prueba de que Emilie estaba jugando. Se habia pasado de la raya, claro, pero solo estaba tomandole el pelo, asustandolo un poco para que se lo pasaran especialmente bien por la noche comentando la travesura de Emilie. Vacio todos sus cajones. Los libros acabaron en el suelo, la ropa en un monton en el pasillo. Al final incluso les dio la vuelta a las sabanas y arranco el poster de Disneyworld. No habia ningun misterio, ningun acertijo, ninguna respuesta, ninguna pista. Nada que se pudiera resolver, interpretar o descifrar. Emilie habia desaparecido. El llamo a la policia.
El frio metal le quemaba la palma de la mano. Los latidos de su corazon le retumbaban en la cabeza, y no sabia exactamente que iba a encontrar tras la puerta que le era tan familiar y que tenia el nombre de Emilie escrito en letras de madera. La M se habia caido hacia medio ano, de modo que se leia E-ilie, E-ilie. Manana mismo compraria una M nueva.
Cuando por fin entro, vio que Beate habia recogido todo y lo habia colocado en su sitio. Los libros estaban ordenados en las estanterias, por colores, como le gustaba a Emilie. La cama estaba hecha. La ropa estaba