bastante crecido. El hermoso animal irguio la cabeza y, por unos instantes, lo miro directamente, antes de alejarse perezosamente hacia el bosquecillo del oeste. Al hombre se le llenaron los ojos de lagrimas.
Seguro que Sarah y Emilie se llevarian bien mientras durase su convivencia.
17
El Aeropuerto Internacional Logan de Boston era una enorme obra de remodelacion. El techo bajo olia a humedad y tenia polvo bien visible. Por todas partes habia letreros de advertencia en letra negra sobre fondo rojo. Habia que tener precaucion con los cables del suelo, con las vigas sueltas que colgaban de las paredes y con las lonas que cubrian las hormigoneras y los materiales de construccion. En menos de media hora habian aterrizado cuatro aviones procedentes de Europa. Habia una cola enorme ante el puesto de control de pasaportes. Mientras esperaba, Inger Johanne Vik intentaba releer un periodico que ya se habia leido de cabo a rabo. De vez en cuando empujaba el equipaje de mano con el pie. Un frances con un abrigo oscuro de pelo de camello le pinchaba la espalda cada vez que se retrasaba unos segundos.
Line habia aparecido en casa la noche anterior con tres botellas de vino y dos CD nuevos. Kristiane estaba segura al cuidado de Isak, y su mejor amiga tenia razon cuando le decia que no tenia por que preocuparse por el dia siguiente, ya que no debia estar en el aeropuerto de Gardermoen hasta cerca de las doce. En realidad no tenia mucho sentido que se pasara antes por el trabajo. Despacharon las botellas de Line, asi como un cuarto de la botella de conac y un par de cafes irlandeses. Cuando el tren entro en el anden del nuevo aeropuerto central, la manana del 22 de mayo, Inger Johanne tuvo que ir corriendo al bano para expeler de su cuerpo los restos de una noche especialmente divertida. El viaje se le hizo pesado.
Afortunadamente se habia quedado dormida al sobrevolar Groenlandia.
Por fin le toco el turno de ensenar el pasaporte. Intento taparse la boca; la tenia pastosa por el sueno y la resaca, y eso le causaba inseguridad. El controlador empleo mas tiempo del necesario. La miro de arriba abajo, vacilo. Por fin estampo el sello en el papel adjunto al pasaporte casi con abatimiento. Al fin, Inger Johanne entro en Estados Unidos.
Antes era distinto. Normalmente llegar a Norteamerica era como quitarse una mochila. Se sentia mas liviana, mas libre, mas joven, mas alegre. Ahora temblequeaba contra un viento cortante y no recordaba bien donde estaba la parada del autobus. En vez de alquilar un coche en Logan, habia decidido tomar el autobus hasta Hyannis, donde la esperaba un Ford Taurus. Asi no tenia que preocuparse por el trafico de Boston. Bastaba con que encontrara el jodido autobus. Tambien aqui afuera reinaba el caos, habia carriles y senales provisionales por todas partes. El desanimo empezo a apoderarse de ella, y seguia medio mareada. El frances impaciente le habia impregnado con el olor de su colonia la ropa.
Dos hombres estaban apoyados contra un coche oscuro. Ambos llevaban una gorra con visera y los caracteristicos chubasqueros negros. No hacia falta que se volvieran para que Inger Johanne supiera que, sobre las amplias espaldas, llevaban las siglas FBI en grandes letras reflectoras.
Inger Johanne Vik tambien tenia un chubasquero como ese, en la casa de la montana de sus padres, y solo lo usaba cuando llovia a cantaros. La F estaba medio borrada, la B casi habia desaparecido.
Los hombres del FBI se rieron. Uno de ellos se metio un chicle en la boca antes de enderezarse la gorra y abrirle la puerta a una mujer con tacones altos que cruzo rapidamente la calzada. Inger Johanne los dejo atras. Si queria tomar el autobus tendria que darse prisa. Seguia sintiendose mal y un poco indispuesta; esperaba poder dormir un poco durante el viaje. Si no lo conseguia no le quedaria otro remedio que buscar un sitio donde dormir en Hyannis, pues apenas estaba en condiciones de conducir en la oscuridad.
Inger Johanne arranco a correr, con la maleta dando tumbos sobre las ruedecillas, que eran demasiado pequenas. Cuando se la paso al conductor para que la metiera en el maletero del autobus, apenas podia respirar.
Al tomar asiento cayo de pronto en la cuenta de que no le habia dedicado ni un pensamiento a Aksel Seier desde que su avion despego del aeropuerto de Gardermoen. Quiza lo veria manana. Por alguna razon se habia formado una imagen mental muy concreta de el. Era bastante guapo, pero no muy alto. Quiza tuviera barba. Los dioses sabrian si querria recibirla. Viajar precipitadamente a Estados Unidos, sin concertar ninguna cita, sin mas informacion que una direccion en Harwichport y una vieja historia sobre un hombre que fue condenado por un crimen que probablemente no cometio, era un acto tan impulsivo y tan atipico en ella que tuvo que sonreirle a su propia imagen en el cristal de la ventanilla. Estaba en Norteamerica. En cierto modo habia vuelto a casa.
Se quedo dormida antes de que hubieran cruzado el tunel de Ted Williams.
La ultima persona en la que penso fue en Yngvar Stubo.
18
Cuando Inger Johanne Vik se desperto el martes por la manana, estaba bajo los efectos del desfase horario.
La noche anterior habia recogido el coche en Barnstable Municipal Airport, un aerodromo que consistia solo en un par de pistas de aterrizaje muy estrechas y un edificio alargado que era la terminal. La mujer del mostrador de Avis le habia dado las llaves con un bostezo timido. Todavia faltaban dos horas para la medianoche, pero aunque no se tardaba mas de media hora en llegar a Harwichport, donde tenia reservada una habitacion, prefirio no arriesgarse. En cambio, se alojo en un motel de Hyannisport, a cinco minutos del aeropuerto. Despues de darse una ducha salio a la oscuridad de la noche.
A lo largo de los muelles habia indicios de verano. Los adolescentes se habian aburrido durante todo un invierno en el que no habia ocurrido nada destacable y ahora hablaban a voces y se reian, listos para aduenarse de la ciudad. Ninos de hasta diez anos huian de sus madres y de la hora de acostarse, haciendo eses con sus patinetes entre los bolardos y los toneles. Solo faltaban un par de dias para el Memorial Day. La poblacion de todo el cabo Cod se multiplicaria por diez en un solo fin de semana y se mantendria asi hasta que llegara el primer lunes de septiembre, Dia de los Trabajadores en Estados Unidos, y con el el comienzo de una nueva y ociosa temporada de invierno.
Inger Johanne busco a tientas su reloj, que se le habia caido al suelo. Eran poco mas de las seis de la manana. Solo habia dormido cinco horas, pero se sentia despejada. Se levanto y se puso una camiseta demasiado grande que solia usar para dormir. El aparato de aire acondicionado exhalo un suspiro cansino y quedo de pronto en silencio. La temperatura en la habitacion debia de ser de veinticinco grados. La luz de la manana entro a raudales cuando descorrio las cortinas. Miro con los ojos entrecerrados hacia el sudoeste. El ferry de Martha's Vineyard se mecia en el muelle, recien pulido y blanco. El viento procedente de tierra adentro tensaba las amarras que sujetaban el barco al muelle. Mas lejos del ferry, a la sombra de unos arbolillos, estaba el gris monumento a Kennedy. Ella lo habia visitado la noche anterior, se habia sentado en un banco y se habia limitado a contemplar el mar y a respirar aquel aire salado y dulce. Tenia el monumento a sus espaldas, un compacto muro de piedra con un relieve en cobre en el centro, bastante anodino. Un presidente fallecido, sin expresion, de perfil, como en una moneda; un rey en una moneda gigante.
– El rey de Norteamerica -murmuro Inger Johanne, mientras conectaba el portatil a la red.
Solo uno de los mensajes se merecia el gasto de la llamada: un dibujo de Kristiane. Tres figuras verdes en circulo. Kristiane, mama y papa, los tres tomados de las manos, unas manos enormes, con dedos que se entrelazaban como las raices de un mangle. En medio del circulo habia una criatura con muchos dientes, y al principio Inger Johanne no comprendio lo que era. Luego leyo las lineas de Isak.
– Le ha regalado un perro a la nina -gruno y se desconecto repentinamente.
Cuando subio al coche poco despues de las nueve, estaba disgustada. Hacia poco mas de un dia que se habia marchado, e Isak ya habia comprado un perro. Kristiane insistiria en traerse consigo a la bestia durante las semanas que le tocara pasar con Inger Johanne. Inger Johanne no queria un perro.
Isak podria al menos haberselo consultado.