La irritacion no habia remitido mucho. Iba por la Route 28, que bordea la costa, serpenteando entre pueblos y ofrece breves vistas del estrecho de Nantucket desde los puertos deportivos y la desembocadura de los rios. El sol la deslumbraba. Paro en una abigarrada tienda para turistas. Queria comprarse unas gafas de sol. Tenia unas graduadas que se habia dejado en Noruega. Debia elegir entre ver bastante mal sin gafas graduadas o ver fatal, cegada por la luz. El dependiente queria endosarle un sombrero de vaquero, como si hubiera habido alguna vez un vaquero en muchas millas a la redonda de Yarmouth, Massachusetts. Al final cedio. Tres dolares tirados a la papelera, literalmente. Esperaba que el no la hubiera visto echar el sombrero en un cubo de basura verde. Al hombre le faltaba la pierna derecha, probablemente en 1972 tenia dieciocho anos y habia sido soldado raso.
La autopista de Mid-Cape habria sido la eleccion mas acertada desde todos los puntos de vista, pues era una autopista de cuatro carriles que recorria la peninsula en diagonal. Cuando, a pesar de todo, enfilo la carretera de la costa, tuvo la sospecha de que lo hacia para aplazar su encuentro con Aksel Seier. Aunque ayer se habia sonreido ante su propia impulsividad, hoy ya no le hacia tanta gracia.
Le parecio que algo andaba mal en la caja de cambios.
?Que le iba a decir?
Isak podia haberse equivocado. Se habia puesto la mano en el corazon, con los ojos muy abiertos, cuando ella le pregunto si estaba seguro. Tenia que haber muchas personas llamadas Aksel Seier, o por lo menos algunas. Isak podia haberse equivocado. Quizas el Aksel Seier de Harwichport nunca habia vivido en Oslo. A lo mejor tampoco habia estado nunca en prision. Y, si habia estado, quiza no tenia ningunas ganas de que le recordaran todo aquello. A lo mejor tenia familia, mujer, hijos, nietos, y no queria que se enterasen de que el pater familias habia pasado una temporada entre rejas. No estaba bien ponerse a hurgar en todo esto, no estaba bien por Aksel Seier. Aunque ayer se habia sonreido ante su propia impulsividad, hoy se daba cuenta de que al irse a Estados Unidos -como tambien al buscar la verdad-, lo que estaba haciendo era precisamente alejarse de algo. Nada grave, anadio rapidamente para si; al fin y al cabo, no se trataba de una huida. Norteamerica era el sitio donde casi afloraba su verdadera personalidad, y por eso habia ido alli. Lo que no tenia muy claro era de que necesitaba descansar.
Antes de llegar a Dennisport, a poco mas de una milla norteamericana de la direccion que habia metido en el monedero detras de la foto de Kristiane, estaba completamente decidida a dar media vuelta. Habia realizado ese viaje en balde. Alvhild Sofienberg lo comprenderia. Inger Johanne no podia hacer mas. Llevaria adelante su investigacion sin Aksel Seier. Su caso no le resultaba imprescindible. Habia otros casos de los que ocuparse, casos cuyos protagonistas se encontraban a un viaje en Metro de la oficina, o a un vuelo corto a Tromso.
La caja de cambios hizo un ruido que no le gusto un pelo.
Ella siguio conduciendo.
Quiza podia conformarse con echarle un vistazo a la casa. No tenia por que entablar contacto. Ya que habia venido desde tan lejos, estaria bien que al menos se llevara una impresion de como le habia ido a Aksel Seier en la vida. Una casa con jardin y quizas un coche aparcado ante la puerta contarian una historia que valdria la pena escuchar tras un viaje tan largo.
Aksel Seier vivia en el numero 1 de Ocean Avenue.
Fue facil encontrar la casa. Era pequena; como todas las que la rodeaban tenia paredes de madera de cedro agrisadas por los anos, resistentes contra las inclemencias del tiempo y tipicas de aquella zona rural. Las contraventanas eran azules. En el tejado, el viento hacia girar con desgana el gallo de la veleta. Un hombre robusto que llevaba una escalera de mano caminaba a lo largo de la pared que daba al este. Todavia no era la hora de comer, pero Inger Johanne advirtio que tenia hambre.
Aksel Seier necesitaba una escalera nueva. Iba a subirse al tejado, y a la vieja escalera le faltaban tres peldanos. Los que le quedaban crujian amenazadoramente. Pero tenia que subir. El gallo de la veleta se habia vuelto perezoso. Aksel se despertaba por la noche cuando el viento del sudeste lo hacia chirriar de un modo muy desagradable.
– Hi, Aksel! Pretty thing you've got there! [1]
Un hombre mas joven, con una camisa de franela a cuadros, se reia, apoyado en la valla. Aksel saludo al vecino con un gesto de la cabeza, sosteniendo el cerdo ante si. Ladeo la cabeza y se encogio levemente de hombros.
– Es original, supongo. Me gusta -respondio tambien en ingles.
El cerdo de cobre estaba oxidado. Era un marrano estilizado que estaba sentado a la manera de un perro sobre cuatro flechas que senalaban en todas las direcciones del cielo. Aksel Seier habia conseguido el cerdo- veleta a cambio de unas boyas de muchos colores. Se les colaba el agua por todas partes y no servian para nada, pero seguian teniendo cierto valor en el mercado de los
– Ayudame con la escalera, ?quieres?
Matt Delaware, aunque mucho mas joven que Aksel Seier, era un hombre un tanto grueso, y su vecino esperaba que no se ofreciera a subir para cambiar el gallo por el cerdo. Finalmente consiguieron colocar la escalera en su sitio.
– Me encantaria ayudarte, ?sabes?, pero… -Matt le echo una ojeada a la escalera, le dio un golpecito a uno de los peldanos y se bajo la gorra hasta la nuca.
Con un grunido, Aksel puso el pie con cuidado sobre el primer peldano. Aguanto. Lentamente prosiguio su ascenso. El gallo estaba tan oxidado que se rompio cuando Aksel intento desatornillarlo. El soporte que lo sujetaba al tejado, sin embargo, estaba en perfecto estado. El cerdo se dejaba domar facilmente por el viento, y a Aksel no le llevo mas que un momento ajustar las direcciones de las flechas.
–
Aksel murmuro un «gracias». Matt coloco la escalera en su sitio. Aksel siguio oyendo su risilla durante un buen rato despues de que su vecino desapareciera tras la esquina de la casa de los O'Connor, que permanecia cerrada desde el final de verano anterior.
Alguien habia aparcado en Ocean Avenue. Aksel le echo un vistazo sin mucho interes al Ford. Dentro habia una mujer solitaria. Estaba prohibido dejar alli los coches. Que usara el aparcamiento de Atlantic Avenue como todo el mundo. La mujer no era de por aqui, resultaba obvio, aunque el no sabia exactamente por que. La temporada de verano era un infierno. La gente de ciudad pululaba por todas partes, con los bolsillos repletos de dinero. Se pensaban que todo estaba en venta.
– Solo tenemos que ponernos de acuerdo sobre el precio -habia dicho en primavera el senor de la inmobiliaria-.
El no queria vender. Un ricachon de Boston habia estado dispuesto a pagar un millon de dolares por la casita de la playa. ?Un millon! La idea hizo que Aksel estornudara. La casa era pequena y el apenas se podia permitir los arreglos mas imprescindibles. El mismo se encargaba de la mayor parte de ellos, pero los materiales costaban dinero, al igual que la mano de obra de los fontaneros y los electricistas. Ese invierno habia tenido que instalar tuberias nuevas, porque las viejas habian reventado. La presion del grifo de la cocina se habia reducido a un triste goteo, y la compania del agua habia empezado a quejarse y lo habia amenazado con llevarle a juicio si no hacia algo al respecto inmediatamente. Cuando todo estuvo arreglado y las facturas pagadas, quedaban sesenta y cinco dolares en la cuenta corriente de Aksel Seier.
?Un millon!
Aquel ricachon habria derribado la casa, solo le importaba la ubicacion: primera linea de playa. De playa privada, ademas. Con derecho a poner grandes carteles de No trespassing y
Ya habia recogido las herramientas. La senora del Taurus seguia ahi sentada, lo cual empezaba a irritarlo. Normalmente por esta epoca, el entraba en un estado de gran condescendencia que lo ayudaba a sobrevivir al verano. Con esta senora la cosa era distinta. Le daba la impresion de que lo observaba fijamente. Habia aparcado el coche sin ninguna consideracion hacia las vistas del mar, en un punto demasiado alto de la calle. Demasiado cerca del roble que se elevaba sobre la casa de los Piccolas; este verano tendrian que hacer algo, talarlo, o al menos serrarle algunas ramas, que caian pesadamente sobre el tejado y lo estaban estropeando. Pronto