empezaria a filtrarse el agua.
A la senora del coche no le interesaba el mar; era de el de quien estaba pendiente. Un miedo que creia olvidado le corto la respiracion a Aksel Seier, que dio subitamente media vuelta, entro en la casa y cerro la puerta con llave, aunque no eran mas que las once de la manana.
Aksel Seier era como Inger Johanne se lo habia imaginado: de cuerpo fibroso y robusto. Desde la distancia era muy dificil distinguir si estaba bien afeitado, pero desde luego no llevaba barba. A pesar de todo, ella tenia la sensacion de haberlo visto antes, desde la noche en que leyo los papeles de Alvhild Sofienberg e intento formarse una imagen mental del Aksel Seier viejo, treinta y cinco anos despues de su puesta en libertad. La chaqueta azul marino que llevaba estaba muy raida. Calzaba botas de invierno, aunque la temperatura debia de superar los veinte grados. Tenia el cabello gris y un poco largo, como si su aspecto no le importara demasiado. Incluso a cien metros de distancia saltaba a la vista que tenia las manos grandes.
Habia dirigido la mirada un par de veces en su direccion, y ella se habia encogido en el asiento. Aunque no estaba haciendo nada ilegal, noto que enrojecia un poco cuando el la miro por segunda vez, con los ojos entreabiertos, como fijandose en su aspecto. A Inger Johanne le iba a resultar muy embarazoso hablar con el.
Cosa que no pensaba hacer. Ya habia visto que estaba bien, que llevaba una vida bastante aceptable. Ciertamente, la casa era pequena y estaba bastante destartalada, pero sin duda el terreno valia bastante. En el jardin tenia aparcada una camioneta, un truck no demasiado viejo. Un hombre mas joven se habia acercado y le habia dado un poco de conversacion. Cuando se despidio y se fue, el hombre se reia. Aksel Seier se habia integrado en aquel sitio.
Inger Johanne tenia hambre. Hacia un calor insoportable en el coche, a pesar de que habia estacionado el coche a la sombra de un enorme roble. Bajo la ventanilla lentamente.
–
Un enorme jersey de angora rosa le daba a aquella mujer el aspecto de algodon de azucar. Sonreia amablemente, e Inger Johanne asintio pidiendo disculpas. Luego puso el coche en marcha, con la esperanza de que la caja de cambios durara un dia mas. Vio que eran exactamente las once de la manana del martes 23 de mayo.
Por alguna razon se le quedo grabado que eran las cinco de la tarde. Alguien habia colgado un viejo reloj de estacion en la pared del establo. La manecilla de las horas estaba rota, solo un munon apuntaba hacia una marca que probablemente indicaba las cinco. Yngvar sintio cierta inquietud en el cuerpo y comprobo la hora en su reloj de pulsera.
– Ven, Amund. Ven con el abuelo.
El chiquillo estaba entre las piernas delanteras de un caballo castano. El animal ladeo la cabeza y relincho suavemente. Yngvar Stubo alzo en brazos a su nieto y lo sento sobre el lomo del caballo, que no llevaba silla de montar.
– Ahora tienes que despedirte de
– ?Adios, Sabra!
Amund se inclino hacia delante de manera que las crines del caballo le acariciasen el rostro.
– ?Adios!
La inquietud de Stubo no remitia. Era casi dolorosa, como un escalofrio en la espalda que se le aferraba a la nuca y lo ponia rigido. Estrecho al nino contra su cuerpo y echo a andar hacia el coche. Se sentia incomodo cuando sujeto a Amund al asiento con el cinturon. Hacia tiempo, antes del accidente, habia pensado que era vidente, a pesar de que nunca habia creido en realidad en esas cosas. Pero antes le gustaba que la gente se percatara de esa sensibilidad que lo hacia especial. De vez en cuando le recorrian el cuerpo oleadas de frio que lo impulsaban a mirar la hora que era, a retener ese dato. Antes le habia parecido util. Ahora le daba verguenza.
– Tienes que sobreponerte -murmuro para si y puso el coche en marcha.
19
Mas tarde se supo que en realidad ninguno de los pasajeros de aquel autobus se habia fijado en Sarah Baardsen. Era hora punta y la gente se apinaba en el pasillo, pues los asientos estaban todos ocupados. Entre los viajeros habia muchos ninos, pero en su mayoria iban acompanados por algun adulto. Lo unico que sacaron en limpio, tras interrogar a mas de cuarenta testigos, fue que Sarah habia sido vista, a las cinco menos cinco, en el autobus numero 20 como todos los martes. Corroboraban el testimonio de la madre dos companeros de trabajo que la habian estado esperando mientras esta se despedia de la nina. Sarah tenia ocho anos y hacia ya mas de uno que habia empezado a ir sola a casa de su abuela en Toyen. No era un trayecto largo; apenas tardaba un cuarto de hora en llegar a su destino. Quienes conocian a Sarah la describian como una nina segura de si misma e independiente y, aunque la madre estuviera ahora destrozada por no haberla acompanado, casi nadie le reprocharia a una mujer soltera que permitiera a su hija de ocho anos hacer sola un viaje de autobus como ese.
Estaba tan claro que Sarah se habia montado en el autobus como que no habia llegado nunca al lugar acordado. La abuela habia ido a recogerla a la parada donde la nina normalmente bajaba de un salto del vehiculo y corria a sus brazos tan pronto como se abrian las puertas. Pero esta vez no fue asi. La abuela tuvo la lucidez suficiente como para subir al autobus y recorrerlo entero un par de veces, despacio, haciendo caso omiso de la irritacion del conductor. Sarah habia desaparecido.
Algunos creian haber visto a la chica bajarse en Carl Berner. Llevaba un gorro azul, decian con conviccion los dos testigos. Ellos iban sentados junto a las puertas traseras y les sorprendio que una nina tan pequena viajara sola en un autobus atestado.
Sarah no llevaba gorro.
Una senora mayor creia haberse fijado en una nina de seis anos que iba con un senor. La nina era rubia y llevaba una muneca de trapo. Segun la senora, la cria lloraba desconsoladamente, y daba la impresion de que el senor estaba enfadado con ella. Un grupo de adolescentes sostenian que el autobus iba repleto de ninos que no paraban de gritar y chillar. Un guru de los ordenadores que gozaba de cierta fama en determinados circulos -cosa que, a su juicio, evidentemente lo convertia en un testigo privilegiado- afirmaba que en la parte delantera del autobus iba sentada una nina que iba sola y bebia de una botella de Coca-Cola. De pronto se habia levantado y se habia bajado como si hubiese visto algo inesperado en la parada junto al museo Munch.
Sarah era morena y no bebia Coca-Cola. Nunca habia tenido una muneca de trapo, ademas contaba ocho anos y era alta para su edad.
Si los muchos pasajeros del autobus numero 20 hubieran estado mas atentos aquella tarde de martes de finales de mayo, habrian reparado en un hombre que llevo a una chica casi en volandas hacia el fondo del autobus. Se habrian fijado en que la chica le habia cedido su sitio a una senora mayor, tal y como le habia ensenado su madre. Se habrian dado cuenta de que sonreia. Quiza tambien habrian advertido que el senor se habia acuclillado entre la gente y que le habia devuelto la sonrisa antes de tomarla de la mano. Si no hubieran sido justamente las cinco de la tarde, si no hubieran tenido todos tanta hambre, si no hubieran estado atontados por la falta de azucar en la sangre que les llevaba a pensar principalmente en comida, quizas habrian podido declarar a la policia que la chiquilla parecia aturdida, pero que habia acompanado voluntariamente al senor cuando se bajo en la siguiente parada.
La policia tomo declaracion a mas de cuarenta pasajeros del autobus numero 20. Ninguno de los testimonios parecia proporcionar una sola pista sobre el paradero de Sarah Baardsen.
20