habia devuelto las llamadas, lo cual dio lugar a otros tres mensajes, a cual mas airado. Al dia siguiente, en el trabajo algunos la habian recibido con palmaditas en el hombro, otros se habian reido y otros se habian manifestado profundamente ofendidos por lo que le habian hecho en aquel programa. La cajera de la tienda de su barrio se habia inclinado hacia ella con complicidad y habia susurrado tan alto que lo habia oido todo el vecindario:
– ?Te he visto en la tele!
Sin duda Redaccion 21 tenia un indice de audiencia formidable.
– Estuvo usted muy bien -aseguro Stubo.
– ?Bien? Pero si casi no acerte a decir palabra.
– Dijo lo que habia que decir. Su decision de marcharse fue mucho mas elocuente que la palabreria de toda esa… gente algo menos dotada. ?Ha leido mi mensaje?
Ella asintio con la cabeza.
– Pero creo que esta usted un poco desorientado, no creo que yo pueda ayudarles en nada. No soy precisamente…
– He leido su tesis doctoral -la interrumpio el-. Es muy interesante. En mi profesion… -La miro de frente y se callo. En sus ojos habia una peticion de disculpa, como si se avergonzara de lo que realmente estaba haciendo-. Nos cuesta mantenernos al dia. No solemos ir mas alla de lo que parece tener relevancia directa para nuestra profesion, para la investigacion, como esto…
Abrio un cajon y saco un libro. Inger Johanne reconocio inmediatamente la cubierta, que llevaba su nombre escrito en letras pequenas sobre un paisaje de invierno desprovisto de color.
– Supongo que soy el unico que la ha leido. Es una pena. Lo que dice es muy pertinente.
– ?Para quien?
De nuevo el rostro de Stubo adopto esa expresion abatida, en parte de disculpa.
– Para la profesion policial. Para cualquiera que se esfuerce por entender el alma del delito.
– ?El alma del delito? ?No querra decir «el alma de los delincuentes»?
– Tiene toda la razon, catedratica.
– No soy catedratica. Soy profesora de universidad.
– ?Tiene eso importancia?
– Si.
– ?Porque?
– Porque…
– Bueno, ?tiene en realidad alguna importancia como me dirija a usted? Cuando la llamo catedratica solo quiero decir que se que investiga y que da clases en la universidad. Es asi, ?no? ?No es eso lo que hace?
– Si, pero no esta bien arrogarse…
– ?Aparentar que uno es mas importante de lo que es en realidad? ?Saltarse las formalidades? ?Se refiere a eso?
Inger Johanne entrecerro los ojos, se quito las gafas y se puso a frotar pausadamente la lente derecha con el faldon de su camisa. Estaba intentando ganar algo de tiempo. El hombre al otro lado de la mesa habia quedado reducido a una nebulosa azul, a un ser amorfo sin mucho caracter definido.
– La precision es mi especialidad -asevero aquel rostro sin contornos-, en lo grande y en lo pequeno. Un buen trabajo policial se hace colocando una piedra sobre otra, con exactitud milimetrica. Si me descuido… Si alguno de mis hombres pasa por alto un solo pelo, si se retrasan solo un minuto, si toman un atajo creyendo saber algo que en sentido estricto no podemos dar todavia por seguro, entonces… -Dio una fuerte palmada.
Inger Johanne se volvio a poner las gafas.
– Entonces vamos fatal -anadio el quedamente-. La verdad es que empiezo a estar un poco harto.
Inger Johanne penso que esto no era asunto suyo, que un inspector de Kripos de mediana edad se hubiera cansado de su trabajo. Era evidente que el hombre atravesaba una especie de crisis existencial, pero eso a ella no le incumbia en absoluto.
– No del trabajo mismo -puntualizo el de pronto, tendiendole una cajita de caramelos-, no me interprete mal. Tome uno. ?Le molesta el olor a puro? ?Quiere que ventile el despacho?
Ella nego con la cabeza y sonrio levemente.
– No. Huele bien.
El le devolvio la sonrisa. Era guapo. Guapo de un modo casi extremo, si bien tenia la nariz demasiado recta, demasiado grande, los ojos demasiado profundos, demasiado azules, la boca demasiado perfilada, demasiado bien formada. Yngvar Stubo era demasiado mayor para tener esa sonrisa tan blanca.
– Debe de estar preguntandose por que quiero hablar con usted -dijo el en tono jovial-. Cuando antes me ha corregido…, cuando ha senalado que en lugar de «el alma del delito» yo deberia haber dicho «el alma del delincuente», ha dado en el clavo. De eso es de lo que se trata.
– No entiendo del todo…
– Ya lo vera.
El se volvio hacia la fotografia del caballo.
– Esta es Sabra -empezo el, enlazando las manos en la nuca-, una buena yegua, de la vieja escuela. Si le pones encima a un nino de cinco anos, ella echa a andar con pasos cuidadosos, pero, en cambio, si la monto yo… ?Uauh! La estuve entrenando durante muchos anos. Mas que nada por el placer de hacerlo, claro, no soy un profesional. La cosa es que…
De pronto se inclino hacia delante, y ella percibio el suave olor a caramelo de su aliento. No estaba segura de si esta repentina intimidad le resultaba agradable o repulsiva. Se aparto.
– He oido decir que los caballos no distinguen los colores -continuo el-. Quiza tengan razon. Pero lo cierto es que
Inger Johanne sentia la necesidad de decir algo.
– Aqui no trabajamos asi -agrego el, antes de que a ella se le ocurriera nada-. Aqui seguimos el otro camino.
– Todavia no entiendo que quiere usted de mi.
Yngvar Stubo junto de nuevo las manos, esta vez como si estuviera orando, y las poso ante si, sobre la mesa.
– Dos ninos secuestrados y dos familias destrozadas. Mi gente ha mandado ya mas de cuarenta pruebas distintas al laboratorio para que las analicen. Tenemos varios cientos de fotografias de los escenarios de los hechos. Hemos interrogado a tanta gente que le daria dolor de cabeza saber el numero exacto. Casi sesenta hombres estan trabajando en este caso o, mejor dicho, en estos casos. Dentro de algunos dias sabre todo lo que se puede saber del delito, pero eso no me llevara a ningun sitio, me temo. Yo quiero saber algo sobre el delincuente. Por eso la necesito a usted.
– Necesita un profiler -afirmo ella con calma.
– Exactamente. La necesito a usted.
– No -repuso ella, un poco demasiado alto-. No soy la persona que busca.
En un chale adosado en Bairum, una mujer consulto el reloj. El tiempo se estaba comportando de un modo extrano; cada segundo no sucedia al anterior, los minutos no desfilaban uno detras de otro. Las horas se amontonaban, y tan pronto tardaban una eternidad en transcurrir como pasaban en un instante. Cuando por fin te habias librado de ellas regresaban de improviso, como viejos conocidos con los que has renido y no te dejan tranquilo.
El miedo de la primera manana al menos fue algo tangible para ambos, algo que pudieron canalizar haciendo una ronda de llamadas: a la policia, a sus padres, al trabajo, y a los bomberos, que vinieron en balde, pues no estaba en su mano ayudarlos a encontrar a un nino de cabello castano rizado que habia desaparecido durante la