serie, por ejemplo en el hecho de que no hay un ciclo evidente en los asesinatos, ningun ritmo. No hay una pauta reconocible. No sabemos ni siquiera si ha acabado.
De nuevo los dos se quedaron en silencio. Yngvar arropo mejor a Amund con la manta y poso los labios sobre su negro pelo. La respiracion del nino era ligera y ritmica.
– Eso es lo que mas miedo me da -murmuro Yngvar-. Que no haya acabado todavia.
En la casa blanca situada junto al bosquecillo, a hora y media en coche de Oslo, el asesino acababa de volver de hacer
Hoy no habia estado en el sotano. Emilie lo repelia, ahora mas que nunca. Queria librarse de ella, pero no tenia nadie a quien devolverle a la maldita nina.
– El 19 de junio -dijo en voz baja y se puso a hacer zapping rapidamente.
En esa fecha acabaria todo. Seis semanas y cuatro dias despues de la desaparicion de Emilie. El entraria en accion, se llevaria al quinto nino y lo devolveria ese mismo dia. No habia elegido la fecha por casualidad. Nada era casual en este mundo; habia un plan detras de todo.
El jefe lo habia convocado a su despacho el viernes y le habia dado una advertencia por escrito. Lo unico que habia hecho era llevarse algunas herramientas a casa, ni siquiera tenia la intencion de robarlas, en primer lugar porque las herramientas eran muy viejas, y en segundo porque pensaba devolverlas. El jefe no le creyo. Lo mas probable es que alguien se hubiera chivado.
Sabia quien se la tenia jurada.
Sabia que todo formaba parte de un plan.
El tambien sabia hacer planes.
– El 19 de junio -repitio y puso el teletexto.
Para entonces tendria que haberse librado de Emilie, quiza ya estuviera muerta. El por lo menos habia decidido no darle mas comida.
La rodilla le dolia una barbaridad.
– Las cartas -dijo ella en alto, interrumpiendose en medio de una frase.
Yngvar seguia teniendo a Amund en el regazo, como si al hablar de ese tema le hubiera entrado miedo a perderlo de vista.
– Las cartas -repitio ella dandose una palmada en la frente-. ?Sobre el tablero de ajedrez de Aksel!
– No te sigo…
Inger Johanne por fin le habia contado a Yngvar lo de la excursion a Lillestrom, lo de la relacion entre el discapacitado psiquico Anders Mohaug y el escritor Asbjorn Revheim, que era el hijo menor de Astor Kongsbakken, el fiscal del caso contra Aksel Seier. La reaccion de Yngvar fue dificil de interpretar, pero a Inger Johanne le parecia que las arrugas de su frente indicaban que el tambien pensaba que habia demasiadas coincidencias como para pasarlas por alto.
– Las cartas -dijo el en un tono levemente interrogativo.
– ?Si! Despues de estar en casa de Aksel Seier me quede con la impresion de haber visto algo que no encajaba bien. Ya se lo que era. Un monton de cartas sobre el tablero de ajedrez.
– Pero cartas… Todos recibimos cartas de vez en cuando.
– Los sellos -dijo Inger Johanne-. Eran noruegos. El monton estaba atado con un trozo de cordel.
– O sea que solo viste la carta que estaba encima de las demas -dijo Yngvar.
– Asi es. -Ella asintio y continuo-: Pero creo que todas las cartas eran de la misma persona. Procedian de Noruega, Yngvar. Aksel Seier recibe cartas de Noruega. Mantiene contacto con alguien.
– ?Y que?
– A mi no me dijo nada sobre eso. Actuaba como si hubiese cortado todos los lazos con su patria desde que se marcho.
– La verdad… -Yngvar cambio al nino de brazo. Amund emitio un leve grunido pero siguio durmiendo profundamente-. ?No mantuviste mas que una conversacion bastante corta con el tipo! Tampoco es tan llamativo que haya permanecido en contacto con alguien, con un amigo, con un familiar…
– No tiene familia en Noruega, que yo sepa.
– Te estas montando una pelicula a partir de algo que probablemente tenga una explicacion completamente banal.
– Es posible… ?Recibira dinero de alguien? ?Le pagan para que mantenga la boca cerrada? ?Es por eso por lo que nunca ha pedido justicia? ?Sera esa la explicacion de que huyera cuando yo quise ayudarlo?
Yngvar sonrio. A Inger Johanne no le gustaba la expresion de sus ojos.
– Olvidalo -dijo-. Estas haciendo que parezca todo una enorme conspiracion. Tengo algo mucho mas interesante que contarte. Astor Kongsbakken vive.
– ?Como?
– Si. Tiene noventa y dos y vive con su mujer en Corcega. Tienen tierras alli, una especie de bodega, si no me equivoco. A mi me daba en la nariz que no estaba muerto, que me habria enterado si se hubiera muerto, asi que investigue un poco. Se retiro completamente de la escena publica hace mas de veinte anos y desde entonces ha vivido alli.
– ?Tengo que hablar con el!
– Puedes intentar llamarlo.
– ?Tienes tambien su numero?
Yngvar se reia por dentro.
– Tampoco hay que pasarse. No. Llama al numero de informacion, mujer. Por lo que he averiguado, esta bien de la cabeza, pero mal de las piernas.
Yngvar se levanto despacio sin despertar al nino, lo tapo bien y dirigio una mirada inquisitiva a Inger Johanne. Ella asintio con aire indiferente y busco las cosas de Amund en el dormitorio.
– Manana te devuelvo la manta -dijo el intentando cargar con todo.
– Supongo que si -respondio ella con docilidad.
El estaba de pie mirandola. Amund dormia acurrucado contra su hombro. Se le habia caido el chupete al suelo, y ella se agacho para recogerlo. Cuando se lo tendio a Yngvar, este le tomo la mano y no se la queria soltar.
– En realidad no es tan llamativo que Astor Kongsbakken y el jefe de Alvhild fueran buenos amigos -dijo-. Muchos juristas se conocen. ?Ya sabes como son las cosas hoy en dia! Noruega es un pais pequeno, y lo era aun mas en las decadas de los cincuenta y de los sesenta. ?Todos los abogados debian de conocerse!
– Pero no todos los juristas estaban implicados en escandalosos casos de asesinato -repuso ella.
– No -dijo Yngvar, abatido-. Tampoco sabemos si ellos estuvieron implicados en algo asi.
Ella lo acompano hasta el coche para ayudarle con las puertas. No intercambiaron una palabra hasta que Amund estuvo sujeto al asiento infantil y el equipaje colocado a su lado.
– Ya hablaremos -dijo Yngvar.
– Vale -respondio Inger Johanne y se encamino hacia el piso vacio. Hubiera deseado que por lo menos estuviera en casa El Rey de America.
51
Yngvar Stubo se sentia fatal. La cintura del pantalon le apretaba el vientre, y el cinturon de seguridad estaba demasiado tirante. Tenia problemas para respirar. Hacia diez minutos que se habia desviado de la carretera de Europa. Ahora circulaba por una bastante estrecha que lo hacia marearse en las curvas. Al llegar a