Anne Holt
Bienaventurados los sedientos
Hanne Wilhelmsen, 2
© Anne Holt, 1994
Titulo original: Salige er de som torster…
© de la traduccion: Mario Puertas
Agradecimientos a Jesus Viadero por su inestimable asesoramiento tecnico-policial.
A Even, mi amigo y hermano.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos seran saciados.
Mateo 5.6
Domingo, 9 de mayo
Era tan pronto que ni al propio diablo le habria dado tiempo a ponerse los zapatos. Hacia el oeste, el cielo mostraba ese intenso color con el que solo el firmamento primaveral escandinavo puede ser bendecido: azul real en el horizonte y mas claro en el cenit, hasta formar capas rosas al este donde el sol todavia se resistia. De momento, el aire seguia inalterable, sin rastro del amanecer y con ese extrano trasluz que confieren los hermosos dias de primavera a casi sesenta grados norte. Aunque la temperatura mostraba un solo digito, todo hacia presagiar el advenimiento de otro dia de mayo caluroso en Oslo.
La subinspectora Hanne Wilhelmsen no pensaba en el tiempo, permanecia inmovil preguntandose lo que tenia que hacer. Habia sangre por todas partes, en el suelo, en las paredes; incluso en el techo rustico aparecian manchas oscuras como imagenes abstractas de algun test psicologico. Ladeo la cabeza y clavo su mirada en una mancha situada justo encima de ella. Tenia la apariencia de un toro de color purpura con una cornamenta de tres astas y la parte trasera del cuerpo deforme. No se movio ni un milimetro de su sitio, no tanto debido a su indecision, sino por temor a patinar sobre el suelo resbaladizo.
– No toques nada -advirtio bruscamente, en cuanto un joven colega, cuyo color de pelo se confundia con el singular entorno, hizo ademan de querer tocar una de las paredes.
Una fina brecha en el decrepito techo permitia el paso de un rayo de luz polvoriento hacia la pared trasera, donde la sangre estaba tan copiosamente esparcida que no recordaba a ningun dibujo, sino un pesimo trabajo de brocha gorda.
– Sal de aqui -le ordeno, aguantando un suspiro descorazonador al observar todas las huellas que el policia inexperto habia dejado sobre gran parte del suelo-. E intenta volver sobre tus pasos cuando salgas.
Al cabo de un par de minutos, ella hizo lo propio, caminando vacilante hacia atras. Se quedo quieta en el vano de la puerta tras mandar al oficial de policia por una linterna.
– Sali a mear -dijo con voz chillona el hombre que habia dado la alarma.
Habia esperado obedientemente en el exterior del cobertizo, pero ahora no paraba quieto, lo que hizo sospechar a Hanne que no habia conseguido su objetivo.
– El retrete esta ahi -senalo el hombre con el dedo, aunque sobraba el gesto. El fuerte vaho que emanaba de una de las muchas letrinas que aun perviven en Oslo camuflaba el empalagoso y dulce olor a sangre. La garita con el corazoncito en la portezuela estaba puerta con puerta.
– Entre y aliviese -le dijo en un tono amigable, pero el no la oyo.
– Sali a echar un pis, ?sabe?, pero entonces vi que la puerta de al lado estaba abierta.
Senalo la pequena lenera, titubeo y dio un paso atras, como si encerrara un temible animal que estaba a punto de asomar para arrancarle el brazo de un bocado.
– Suele estar cerrado; no con llave, pero cerrado. La puerta es tan pesada que se queda abierta. No queremos que se cuelen perros o gatos sueltos, asi que somos bastante estrictos con eso.
Una extrana y leve sonrisa se dibujo en el rudo y aspero rostro. Ella tenia que entender que «tambien cuidaban de estas cosas en esta barriada». Tenian reglas y mantenian el orden, aunque su lucha contra el deterioro y la ruina estaba perdida.
– He vivido en este inmueble toda mi vida -prosiguio, con un atisbo de orgullo-. Me doy cuenta enseguida cuando algo no cuadra.
Levanto rapidamente la mirada hacia la joven y guapa agente, que no se parecia a ningun otro policia que hubiera visto antes, como si esperara un reconocimiento minimo por su parte.
– Estupendo -contesto, elogiando al hombre-. Me parece muy bien que nos llamara para advertirnos.
Al sonreir con la boca bien abierta, ella pudo constatar que apenas le quedaban dientes. Era bastante llamativo, porque no parecia mayor; tal vez, unos cincuenta.
– Como comprendera, me asuste, toda esa sangre… -Balanceaba la cabeza de un lado a otro para hacerle comprender lo terrible que habia sido toparse con una vision tan macabra.
Ella lo entendio perfectamente. El colega pelirrojo volvio con una linterna y Hanne la agarro con las dos manos. Dejo que el haz de luz recorriera sistematicamente las paredes de un lado a otro y de arriba abajo. Luego examino el techo lo mejor que pudo, teniendo en cuenta lo incomodo de su posicion, en el umbral de la puerta, y acabo repasando el suelo con movimientos zigzagueantes.
El cuarto estaba del todo vacio, ni siquiera un pobre leno, tan solo porqueria y serrin por el suelo, que confirmaba para que habia servido en su dia el tinglado, y de eso hacia mucho tiempo. Cuando hubo peinado con el haz de luz cada metro cuadrado, volvio a entrar con sumo cuidado para no pisar sus propias huellas. Un movimiento de la mano impidio que su companero la siguiera. Se puso en cuclillas al alcanzar el centro del habitaculo, que media unos quince metros cuadrados. La rafaga de luz ilumino la pared que tenia enfrente, aproximadamente a un metro del suelo. Situado cerca de la puerta, pudo discernir algo que parecian letras dibujadas en la sangre que habia seguido resbalando por la pared, lo que dificultaba la comprension de aquellos signos.
No eran letras, eran numeros: ocho cifras. Estaba bastante segura de poder leer «92042576», aunque el nueve era borroso y podia ser un cuatro. El ultimo numero parecia ser un seis, pero no estaba segura, tal vez fuera un ocho. Se incorporo y retrocedio hacia la luz del dia, que mostraba ahora todo su esplendor. Desde una ventana abierta del tercer piso, llegaba el llanto de un bebe; se estremecio al pensar que un nino tuviera que vivir en un barrio como aquel. En ese momento, un paquistani con uniforme de trabajador del tranvia salio del edificio de ladrillo al patio y los miro un instante con cierta curiosidad hasta que recordo que tenia prisa y prosiguio ligero por el zaguan. El sol trepaba por las ventanas superiores de la vivienda y reflejaba ya su fuerza matinal. Los pequenos pajaros grises que todavia conseguian aguantar pauperrimas condiciones en el nucleo del centro urbano piaban cautamente desde un abedul moribundo que intentaba en vano estirarse hacia la luz del dia.
– Joder, debe de ser un pedazo de crimen -dijo el joven policia, escupiendo en un intento de deshacerse del sabor a cloaca-. ?Aqui ha habido movida gorda!
La idea parecia hacerlo feliz.
– Desde luego -contesto Hanne en voz baja-. Aqui pueden haber ocurrido cosas muy serias. Pero, de