encontrar un lugar donde cruzar mas facilmente. Y no es que cruzar al otro lado la ayudara en algo. Era imposible llegar a el por la empinada orilla.

Se le escapo un breve gemido. Estiro los brazos hacia Matty, pero les separaban metros y ella estaba demasiado asustada como para hacer frente a la corriente. Ayuda. Debia encontrar ayuda.

Cuando se dio la vuelta noto como el agua la levantaba y la arrastraba hacia delante, pero hundio los talones y dedos para agarrarse. La corriente aflojo y Julia trepo hacia fuera. Se paro un momento en la orilla fangosa al notar como una oleada de debilidad la invadia. Una vez mas miro a Matty. Vio el contorno de sus piernas retorciendose de lado en la corriente. Luego empezo a correr.

* * *

La casa aparecio entre los oscuros arcos de los arboles. Al anochecer, las paredes de caliza blanca resplandecian de manera inquietante. Julia evito la entrada principal sin pensar. Rodeo la casa y fue hacia la cocina, al calor, a la seguridad. Jadeando tras haber subido la empinada colina, Julia se froto la cara, resbaladiza por la lluvia y las lagrimas. Era consciente de su propia respiracion, del sonido como de chapoteo de sus zapatos a cada paso que daba, y de la pesada lana mojada de su falda raspando sus muslos.

Julia abrio la puerta de la cocina y se paro justo adentro, dejando charcos de agua a su alrededor. Plummy, ante la cocina Aga *, se dio la vuelta cuchara en mano y con el pelo despeinado, como siempre que cocinaba.

– ?Julia! ?Donde habeis estado? ?Que va a decir vuestra madre…? -La afable reganina se desvanecio-. Julia, nina, estas sangrando. ?Estas bien? -Se acerco a Julia, soltando la cuchara. Su redonda cara se arrugo por la preocupacion.

Julia olio a manzanas y canela, vio el reguero de harina en el pecho de Plummy, y algun compartimiento de su cerebro registro que estaba preparando pudding de manzana -el favorito de Matty- para el te. Noto que las manos de Plummy la sujetaban por los hombros. Vio, a traves de una pantalla de lagrimas, que su cara amable y familiar se acercaba a la suya.

– ?Julia, que pasa? ?Que ha pasado? ?Donde esta Matty?

La voz de Plummy surgia entrecortada por el panico. Pero Julia seguia en silencio, su garganta congelada, las palabras contenidas tras los labios.

Un suave dedo acaricio su cara.

– Julia, te has cortado el labio. ?Que ha pasado?

Empezo a sollozar, y los sollozos sacudian su cuerpo menudo. Apreto los brazos fuertemente contra su pecho para aliviar el dolor. Un pensamiento perdido paso oscilante por su mente… no podia recordar donde habia dejado caer los libros. Matty. ?Donde dejo caer Matty los libros?

– Cielo, debes decirmelo. ?Que ha pasado?

Ahora estaba en brazos de Plummy, la cara hundida en su mullido pecho. Las palabras surgieron, entrecortadas por los sollozos, como una marea desatada.

– Es Matty. Plummy, es Matty. Se ha ahogado.

1

Duncan Kincaid pudo ver desde la ventanilla del tren los montones de escombros en los jardines traseros y en los ocasionales terrenos municipales. Madera, ramas y ramitas muertas, cajas de carton prensadas y restos de muebles rotos… cualquier cosa valia para las hogueras de la Noche de Guy Fawkes *. Trato inutilmente de limpiar el mugriento cristal de la ventana con la manga de su chaqueta, esperando asi ver mejor uno de los especialmente esplendidos monumentos a la negligencia britanica… Luego se acomodo en su asiento y suspiro. La fina llovizna combinada con el estandar de limpieza de los ferrocarriles britanicos reducia la visibilidad a unos pocos cientos de metros.

El tren aminoro la marcha al acercarse a High Wycombe. Kincaid se levanto y se estiro, luego recogio su abrigo y maletin del portaequipajes. Habia ido directamente a St. Marleybone desde Scotland Yard sin olvidar el equipo de emergencia que guardaba en la oficina: una camisa limpia, articulos de tocador, cuchilla de afeitar, lo estrictamente imprescindible para responder a una llamada inesperada. Y la mayoria de llamadas tenian mas interes que esta: un favor politico del comisionado asistente para un antiguo companero de escuela en una situacion delicada. Kincaid hizo una mueca. Preferia un cuerpo sin identificar en medio de un campo.

Se tambaleo al dar el tren una sacudida y frenar. Se agacho para escudrinar a traves de la ventana. Recorrio con la vista el aparcamiento en busca de su escolta. El coche camuflado -la linea era inconfundible, incluso bajo la creciente lluvia- estaba aparcado junto al anden, con las luces de estacionamiento encendidas y una nube gris saliendo por el tubo de escape.

Daba la impresion de que habian llamado a la caballeria para dar la bienvenida al chico rubio de Scotland Yard.

– Jack Makepeace. Sargento Makepeace. Del CID ** de Thames Valley -Makepeace sonrio, mostrando unos dientes amarillentos bajo el bigote rubio rojizo-. Me alegro de conocerlo, senor. -Su manaza estrecho la de Kincaid, luego cogio el maletin y lo lanzo al maletero del coche-. Suba y hablaremos por el camino.

El interior del coche olia a tabaco y lana humeda. Kincaid abrio un poco su ventanilla, luego se volvio un poco para poder ver a su companero. El poco pelo que tenia era del mismo color que el bigote, la pecas cubrian la cara y llegaban a la calva, su nariz grande tenia aspecto desproporcionado, producto de haber sido aplastada… en general no se trataba de una cara atractiva, pero en los ojos azul claro habia una mirada sagaz y la voz era inesperadamente suave para un hombre de su tamano.

Makepeace condujo competentemente por las calles resbaladizas a causa de la lluvia, serpenteando hacia el sur y el oeste hasta cruzar la M40 y dejando atras las ultimas casas adosadas. Miro a Kincaid, como indicacion de que ya podian hablar.

– Hableme del caso, -dijo Kincaid.

– ?Que sabe?

– No mucho. Y prefiero que empiece por el principio si no le importa.

Makepeace lo miro, abrio la boca como para preguntar algo y luego la cerro. Al cabo de un momento, dijo:

– Esta bien. Esta manana al amanecer, el esclusero de Hambleden, un tal Perry Smith, abrio la compuerta para llenar la esclusa para un viajero madrugador. Un cuerpo paso por la compuerta y entro en la esclusa. Se llevo un buen susto, como puede imaginar. Llamo a Marlow y ellos enviaron una patrulla y una ambulancia. -Hizo una pausa, redujo al llegar a un cruce, y luego se concentro para adelantar un viejo Morris Minor que subia lentamente por la cuesta-. Lo sacaron del agua y, cuando resulto obvio que el pobre tipo no iba a vomitar el agua y abrir los ojos, nos llamaron a nosotros.

El limpiaparabrisas chirrio contra el cristal seco y Kincaid se dio cuenta de que habia dejado de llover. Los campos recien arados se elevaban a ambos lados de la estrecha carretera. La tierra calcarea al descubierto era de un color marron palido y este fondo, con las rocas revueltas, parecia una tostada cubierta de pimienta. Hacia el oeste, una hilera de hayas coronaba la colina.

– ?Como pudieron identificarlo?

– La cartera del pobre desgraciado estaba en el bolsillo trasero. Connor Swann, treinta y cinco anos, cabello castano, ojos azules, 1 metro 83 de estatura, 76 kilos. Vivia en Henley, unos cuantos kilometros rio arriba.

– Suena a algo que vuestra gente podria haber asumido facilmente -dijo Kincaid, sin molestarse en esconder su fastidio. Contemplo la perspectiva de pasar la tarde de viernes en la zona de

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