un piano de media cola. Su oscura superficie reflejaba la luz de una pequena lampara y tras el teclado habia una partitura abierta. El banco estaba retirado en angulo, como si alguien hubiera acabado de tocar.
– Gerald, este es el comisario Kincaid de Scotland Yard. -Caroline fue a situarse junto al hombre grande y arrugado que se levantaba del sofa-. Senor Kincaid, mi esposo, Sir Gerald Asherton.
– Es un placer conocerlo -dijo Kincaid, sintiendo que la respuesta era poco apropiada mientras la daba. Pero si Caroline insistia en tratar a su visita como si fuera un acontecimiento social, el le haria el juego durante un rato.
– Sientese. -Sir Gerald recogio un ejemplar del
– ?Le apetece un te? -pregunto Caroline-. Hemos terminado justo ahora, asi que no es molestia poner agua a hervir otra vez.
Kincaid olisqueo el persistente olor a tostadas y su estomago rugio. Desde donde estaba sentado pudo ver las pinturas que no habia visto al entrar en la habitacion. Tambien eran acuarelas, y del mismo artista. Pero esta vez las mujeres estaban reclinadas en salones elegantes y sus vestidos tenian el brillo del muare. Una casa donde se tientan los apetitos, penso, y dijo:
– No gracias.
– Tome una copa entonces -dijo Sir Gerald-. Ya es hora de tomarse un descanso.
– No, gracias, de verdad. -Que extrana pareja hacian, de pie uno al lado del otro, cerniendose sobre Kincaid como si fuera un invitado real. Caroline, que vestia una blusa de seda azul electrico y pantalones a medida oscuros, tenia un aspecto cuidado y casi infantil al lado de la mole de su marido.
Sir Gerald obsequio a Kincaid con una gran sonrisa contagiosa que mostraba las rosadas encias.
– Geoffrey lo recomendo sin ninguna reserva, senor Kincaid.
Se debia referir a Geoffrey Menzies-St.John, el comisionado asistente de Kincaid y companero de colegio de Asherton. Aunque ambos hombres ya tenian cierta edad, todo parecido externo acababa ahi. Pero el comisionado, si bien pulcro y preciso hasta el punto de parecer mojigato, poseia una viva inteligencia, y Kincaid penso que si Asherton no hubiese compartido esa cualidad, los dos hombres no habrian mantenido el contacto durante todo este tiempo.
Kincaid se inclino hacia delante e inspiro.
– Por favor, sientense, los dos, y cuentenme lo que ha pasado.
Tomaron asiento, obedientes, pero Caroline lo hizo en el borde del sofa, con la espalda recta, alejada del brazo protector de su marido.
– Se trata de Connor, nuestro yerno. Se lo habran explicado. -Ella lo miro. Sus ojos marrones parecian mas oscuros por las dilatadas pupilas-. No lo podemos creer. ?Por que querria alguien matar a Connor? No tiene sentido, senor Kincaid.
– Es evidente que necesitaremos recopilar mas pruebas antes de poder tratar esto como una investigacion oficial por asesinato, Dame Caroline.
– Pero yo pensaba…-empezo a decir, y miro a Kincaid con expresion de impotencia.
– Empecemos por el principio. ?Era muy querido su yerno? -Kincaid los miro a ambos, incluyendo a Sir Gerald en la pregunta, pero fue Caroline quien respondio.
– Por supuesto. Todos querian a Con. No podias no quererlo.
– ?Se habia comportado de forma distinta ultimamente? ?Estaba preocupado o parecia infeliz por alguna razon?
Ella dijo, negando con la cabeza:
– Con siempre fue… simplemente Con. Usted tendria que haber conocido… -Sus ojos se llenaron de lagrimas. Cerro un puno y lo sostuvo en la boca-. Me siento una idiota. No soy dada a ataques de histeria, senor Kincaid. O a ataques de incoherencia. Es el
Kincaid penso que su definicion de histeria era algo exagerada, pero dijo en tono tranquilizador:
– No tiene importancia, Dame Caroline. ?Cuando vio a Connor por ultima vez?
Ella resollo y se paso un nudillo por un ojo que quedo todo negro.
– Durante el almuerzo. Ayer vino a comer. Lo hacia a menudo.
– ?Tambien estaba usted aqui, Sir Gerald? -pregunto Kincaid, decidiendo que solo preguntandole a el directamente obtendria alguna respuesta.
Sir Gerald estaba sentado con la cabeza hacia atras, tenia los ojos entrecerrados y su desordenada mata de barba gris se le disparaba hacia delante.
– Si, tambien estaba aqui.
– ?Y su hija?
Sir Gerald levanto la cabeza al oir la pregunta, pero fue su esposa quien respondio.
– Julia estaba aqui, pero no se unio a nosotros. Normalmente prefiere comer en su estudio.
Cada vez mas curioso, penso Kincaid. El yerno viene a comer, pero su mujer se niega a hacerlo con el.
– ?Asi que no saben cuando su hija lo vio por ultima vez?
De nuevo hubo una mirada rapida, casi de complicidad, entre los esposos, luego Sir Gerald dijo:
– Esto ha sido muy dificil para Julia. -Sonrio a Kincaid, pero los dedos de su mano jugueteaban con lo que parecian agujeros de polillas en su sueter de lana marron-. Estoy seguro de que comprendera que este algo… irritable.
– ?Su hija esta aqui? Me gustaria verla, si es posible. Y me gustaria hablar con ustedes con mayor detenimiento, cuando haya podido examinar sus declaraciones para Thames Valley.
– Por supuesto. Lo llevare. -Caroline se levanto y Sir Gerald hizo lo propio. Sus expresiones titubeantes divertian a Kincaid. Habian esperado una paliza y ahora no sabian si sentirse aliviados o decepcionados. No tenian de que preocuparse. Pronto se iria.
– Sir Gerald. -Kincaid se levanto y le estrecho la mano.
Al dirigirse hacia la puerta se fijo de nuevo en las acuarelas. Si bien casi todas las mujeres eran rubias, de delicada piel rosada y labios entreabiertos que mostraban pequenos dientes brillantes, se dio cuenta de que algo en ellas le recordaba a la mujer que caminaba por delante de el.
– Esta habia sido la habitacion de los ninos -dijo Caroline. Su respiracion se mantenia regular a pesar de haber subido tres tramos de escaleras-. La convertimos en un estudio para ella antes de que se fuera de casa. Supongo que se podria decir que ha sido util -anadio, mirandolo de refilon, algo que Kincaid no supo como interpretar.
Llegaron al ultimo piso de la casa. El vestibulo estaba exento de adornos y las alfombras estaban algo raidas.
– Lo estara esperando. -Sonrio a Kincaid y lo dejo solo.
Llamo a la puerta, espero, llamo de nuevo y escucho, conteniendo la respiracion para poder captar cualquier sonido debil. El eco de los pasos de Caroline se habia apagado. Oyo una leve tos proveniente de alguno de los pisos inferiores. Golpeo de nuevo la puerta con sus nudillos, vacilando. Luego giro el pomo y entro.
La mujer estaba sentada en un taburete alto, dandole la espalda, con la cabeza