– Dice que quiere abandonar sus estudios y encontrar un trabajo. Me parece que es echarlo todo por la borda despues de haber estudiado tan duro durante tres anos en la universidad y haber obtenido tan buenas calificaciones, justo cuando le faltaba tan poco para terminar. Me pregunto si puedo pedirle, profesor, que tenga una conversacion con ella, que trate de hacerle ver las cosas con claridad, que entre en razon.

– ?No ha hablado usted con Melanie? ?Sabe usted que motivo puede haber tras esta decision?

– Hemos pasado todo el fin de semana hablando por telefono con ella, pero no hemos conseguido sacar nada en claro. Debe de estar muy involucrada en una obra de teatro en la que actua, asi que puede ser que sufra, no se, un exceso de trabajo, o algo de estres. Siempre se toma las cosas muy en serio, profesor. Ella es asi, se implica a fondo en todo lo que hace. Pero creo que si usted quisiera hablar con ella, a lo mejor podria convencerla de que se lo replantease. Ella le tiene muchisimo respeto. No queremos que eche a perder todos estos anos que lleva estudiando a cambio de nada.

Asi que Melanie-Melani, con sus baratijas compradas en Oriental Plaza y su incapacidad para sintonizar con Wordsworth, se toma las cosas muy en serio. El nunca lo hubiera dicho, pero ?que otras cosas jamas hubiera dicho de ella?

– Me pregunto, senor Isaacs, si soy yo la persona mas indicada para hablar con Melanie.

– ?Desde luego que lo es, profesor! ?Ya lo creo! Tal como le digo, Melanie le tiene muchisimo respeto.

?Respeto? Esta usted desfasado, senor Isaacs. Su hija perdio todo el respeto que pudiera tener por mi hace ya unas semanas, y lo perdio por esplendidas razones. Eso es justamente lo que deberia decir.

– Vere que puedo hacer -dice en cambio.

No te saldras con la tuya, se dice despues. Y el padre Isaacs, en la lejana ciudad de George, tampoco olvidara esta conversacion plagada de mentiras y evasivas. Vere que puedo hacer. ?Por que no ha sido mas honesto? Yo soy el gusano que ha podrido la manzana, deberia haberle dicho. ?Como voy a ayudarle yo, si soy precisamente la fuente de su congoja?

Llama por telefono a Melanie y se pone Pauline. Melanie no esta disponible, le informa Pauline con voz gelida.

– ?Que no esta disponible? ?Que quiere usted decir?

– Quiero decir que ella no desea hablar con usted.

– Digale que se trata de su decision de abandonar los estudios. Digale que es una decision muy precipitada.

La clase del miercoles le sale fatal. La del viernes aun peor. La asistencia es escasisima; los unicos alumnos que acuden a clase son los domesticados, los pasivos, los dociles. Solo cabe una explicacion: ha debido de correrse la voz.

Se encuentra en la oficina del departamento cuando oye una voz a sus espaldas.

– ?Donde puedo encontrar al profesor Lurie?

– Aqui me tiene -dice sin pensar.

El hombre que pregunta por el es bajito, delgado, encorvado. Lleva un traje azul que le queda demasiado grande, y huele a tabaco.

– ?Profesor Lurie? Hemos hablado por telefono. Soy Isaacs.

– Si, encantado de conocerle. ?Quiere que pasemos a mi despacho?

– No, no sera necesario. -El hombre calla un instante, hace acopio de valor, respira hondo-. Profesor - empieza a decir cargando las tintas tanto como puede en su titulo academico-, sera usted una persona sumamente educada y muy culta y todo lo demas, pero lo que ha hecho usted no esta bien. -Hace una pausa, menea la cabeza-. No, no esta nada bien.

Las dos secretarias no pretenden disimular su curiosidad. Ademas, en la oficina del departamento hay algunos alumnos; a medida que el desconocido comienza a hablar en voz bien alta, todos callan.

– Ponemos a nuestros hijos e hijas en manos de ustedes, pues pensamos que son ustedes de toda confianza. Si ya no podemos confiar siquiera en la universidad, ?en quien vamos a hacerlo? Jamas pudimos creer que ibamos a enviar a nuestra hija a un nido de viboras. No, profesor Lurie: podra ser usted todo lo encumbrado y poderoso que quiera, podra tener toda clase de titulos, pero si yo estuviera en su lugar me sentiria sumamente avergonzado de mi mismo, y que Dios me ayude. Si resulta que he enfocado todo este asunto de un modo indebido, ahora tiene usted ocasion de decirmelo a las claras, pero mucho me temo que no me equivoco, se le nota a usted en la cara.

Esa es su ocasion, desde luego: que hable quien tenga que hablar. Sin embargo, permanece como- si la lengua se le hubiera pegado al paladar, y la sangre le zumba en los oidos. Una vibora: ?como va a desmentirlo?

– Disculpeme -musita-, pero tengo otros asuntos de los que debo ocuparme.

Como si fuese un objeto de madera, se gira y se va.

Isaacs lo sigue por el pasillo, a esas horas repleto de gente.

– ?Profesor! ?Profesor Lurie! -lo llama-. ?No puede irse asi, como si tal cosa! ?No huya! ?Le aseguro que todavia no ha terminado de oirme!

Asi es como empieza. A la manana siguiente, con sorprendente celeridad, llega un comunicado interno de la oficina del Vicerrectorado (Asuntos del Alumnado) en el que se le notifica que se ha interpuesto una queja contra el acogida al articulo 3.1 del Codigo etico de la universidad. Se le solicita que contacte con la oficina del Vicerrectorado en cuanto le sea posible.

La notificacion -que le llega en un sobre donde figura estampado el sello «Confidencial»- viene acompanada por una copia del codigo. El articulo 3 trata de la victimizacion o acoso de las personas sobre la base de su adscripcion racial, pertenencia a un grupo etnico, confesion religiosa, genero, preferencias sexuales o discapacidades fisicas. El apartado 3.1 especifica lo tocante a la victimizacion o acoso de los alumnos por parte de los profesores.

Otro documento adjunto es el que describe la constitucion y las competencias del comite de investigacion. Lo lee con la desagradable sensacion de que el corazon le bate en el pecho. A mitad de lectura pierde la concentracion. Se levanta, cierra con llave la puerta de su despacho y vuelve a sentarse con el papel en la mano, procurando imaginar que es lo que ha ocurrido.

Melanie jamas hubiera dado un paso semejante por su propia iniciativa, de eso esta plenamente convencido. Es demasiado inocente, demasiado ignorante de su poder. El, ese hombrecillo del traje demasiado holgado, debe de estar detras de todo esto: el y la prima Pauline, la sencilla, la duena. Ellos dos han debido de convencerla, vencer su resistencia y, al final, escoltarla a las oficinas de administracion.

«Deseamos interponer una queja», han debido de decir.

«?Interponer una queja? ?Que clase de queja?»

«Se trata de un asunto privado.»

«Una queja por acoso -habria mediado la prima Pauline mientras Melanie permanecia avergonzada ante el mostrador-. Contra un profesor.»

«Vayan a la sala numero tal.»

En la sala numero tal, el, Isaacs, se habria sentido mas osado.

«Deseamos interponer una queja contra uno de los profesores.»

?Lo han pensado a fondo? ?De veras que es eso lo que desean hacer?», habra respondido el administrativo de turno, de acuerdo con el procedimiento habitual en casos como este.

«Si, sabemos perfectamente que es lo que deseamos hacer», habra dicho el mirando a su hija, retandola a que pusiera la menor objecion.

Hay que rellenar un formulario. El papel se materializa delante de ellos junto a un boligrafo. Una de las manos empuna el boligrafo, una mano que el ha besado, una mano que el conoce intimamente. Primero, el nombre de la demandante: MELANIE ISAACS, en esmeradas letras de molde. Por la columna de apartados varios, titubea la mano en busca del que debe senalar. Ese, apunta el dedo manchado de nicotina del padre. La mano se detiene, se apoya en el formulario, traza la equis en la casilla correspondiente, la cruz de la

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