animal que van a matar, a darle lo que el ya no tiene dificultad alguna en llamar por su nombre propio: amor.

Sella la ultima bolsa y se la lleva a la puerta. Veintitres. Solo queda el perro joven, el perro que ama la musica, el que, de haber tenido la posibilidad, habria acudido cojeando tras sus camaradas hasta el edificio de la clinica, hasta el teatro de operaciones y la encimera de zinc, donde todavia penden olores intensos, mezclados, incluido uno con el que todavia no se ha topado a lo largo de su vida: el olor del ultimo halito, el olor suave y efimero del alma liberada del cuerpo.

Lo que el perro jamas llegara a saber (?ni siquiera de chiripa lo sabria nunca!, se dice el), lo que su olfato no le dira jamas, es como se puede entrar en lo que parece una habitacion normal y corriente y no salir jamas de ella. Algo sucede en esa estancia, algo innombrable: ahi es donde se arranca el alma del cuerpo, donde brevemente pende en el aire, retorciendose y contorsionandose; ahi es donde luego es succionada y desaparece. Lejos esta de entender que esa estancia no es una estancia, sino un agujero en el que uno deja atras la existencia gota a gota.

Cada vez es mas docil, le dijo Bev Shaw una vez. Mas dificil, pero tambien mas sencillo. Uno se acostumbra a que las cosas sean cada vez mas dificiles, ya no se sorprende de que lo que era todo lo dificil que podia ser pueda ser mas dificil todavia. Si quiere, puede dejarle al perro joven una semana mas, pero habra de llegar un momento, no hay forma de evitarlo, en que haya de llevarlo a presencia de Bev Shaw, a su quirofano (tal vez lo lleve en brazos, tal vez eso es algo que pueda hacer por el), y acariciarlo y cepillarle el pelaje a contrapelo hasta que la aguja encuentre la vena, y susurrarle y consolarlo en el momento en que, desconcertantemente, las patas cedan bajo su peso; entonces, cuando el alma haya salido del cuerpo, podra doblarlo en dos e introducirlo en su bolsa, y al dia siguiente llevarse la bolsa a las llamas y comprobar que termine quemada, requemada. Todo eso es algo que hara por el cuando le llegue el momento. De poca cosa habra de servir, de menos aun: de nada.

Atraviesa el quirofano.

– ?Era el ultimo? -pregunta Bev Shaw.

– Queda uno mas.

Abre la puerta de la jaula.

– Ven -dice, y se agacha y abre los brazos. El perro menea el trasero invalido, le olisquea la cara, le lame las mejillas, los labios, las orejas. El no hace nada por impedirselo-. Ven.

Llevandolo en brazos como si fuera un cordero, vuelve a entrar en el quirofano.

– Pense que preferirias dejarlo para la proxima semana -dice Bev Shaw-. ?Vas a renunciar a el?

– Si, voy a renunciar a el.

J. M. Coetzee

J. M. Coetzee nacio en Ciudad del Cabo en 1940 y se crio en Sudafrica y Estados Unidos. Es profesor de literatura en la Universidad de Ciudad del Cabo, traductor, linguista, critico literario y, sin duda, uno de los escritores mas importantes que ha dado estos ultimos anos Sudafrica.

En 1974 publico su primera novela, Dusklands. Le siguieron In the Heart of the Country (1977), con la que gano el CNA, el primer premio literario de las letras sudafricanas; Esperando a los barbaros (1980), tambien premiada con el CNA; Vida y epoca de Michael K. (1983), que le reporto su primer Booker Prize y el Prix Etranger Femina; Foe (1986); Age of Iron (1990); El maestro de Petersburgo (1994) e Infancia (1997, y que Mondadori publica ahora en esta misma coleccion). Tambien le han sido concedidos el Jerusalem Prize y The Irish Times International Fiction Prize.

De este escritor «de brillante maestria, tension y elegancia», en palabras de Nadine Gordimer, nos llega ahora su ultima novela, Desgracia, con la cual ha sido premiado, por segunda vez en su carrera, con el Booker Prize, el premio mas prestigioso de la literatura inglesa.

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