hubiese sido posible. Susan se agacho junto al pequeno cuerpo inerte, cogio el trapo que habia en una palangana de agua, lo escurrio y lo paso suavemente por la frente perlada de sudor. Luego le dio un beso en los labios y le susurro al oido:

– Soy yo, he venido para curarte, todo ira bien ahora. Yo estaba abajo, en el valle, y tenia ganas de verte, y aqui estoy. Cuando estes mejor te contare todo lo que nos ha pasado al venir aqui. -Se recosto junto a la nina, paso los dedos por sus largos cabellos negros para desenredarlos y beso la mejilla ardiente-. Queria decirte que te quiero y que me haces falta. Mucho. Alla abajo pensaba en ti todo el tiempo. Me hubiera gustado venir antes, pero no pude a causa de la lluvia. Juan esta aqui, tambien el tenia ganas de verte. He venido a buscarte para que pases unos dias conmigo en el valle. Tengo muchas cosas que ensenarte. Te llevare a la playa y aprenderas a nadar y saltaremos juntas las olas. Nunca las has visto. ?Es tan bonito! Cuando el sol esta sobre el agua, el oceano es como un espejo. Y luego iremos a la selva que se extiende a los lejos. Alli hay animales maravillosos.

La apreto contra su pecho y fue asi como sintio los ultimos latidos del corazon de la nina, que se extinguian contra el suyo. Tomo la pesada cabeza de la pequena, la coloco junto a su seno y se puso a tararear. La estuvo meciendo hasta que oscurecio. Al llegar la noche, Juan se acerco y se arrodillo a su lado.

– Ahora hay que dejarla y recubrir su rostro para que pueda subir al cielo.

Susan ya no hablaba. Con los ojos vacios, miraba con fijeza el techo. Juan tuvo que levantarla y sostenerla por los hombros. La llevo afuera. Al llegar a la puerta, ella se dio la vuelta: una mujer ya habia tapado el cuerpo de la nina. Susan se dejo resbalar contra la pared. Juan se sento a su lado, encendio un cigarrillo y lo coloco en los labios de Susan, que empezo a toser al dar la primera bocanada. Permanecieron asi, mirando las estrellas del cielo.

– ?Crees que ya estara arriba?

– Si.

– Deberia haber venido antes.

– ?Crees que habria servido de algo? No comprendes la voluntad de Dios. En dos ocasiones el la llamo a su lado y por dos veces el ser humano desafio su voluntad: Alvarez la saco del torrente de lodo y despues tu la llevaste para que la operasen. Pero su mano siempre es mas fuerte. El la queria a su lado.

Grandes lagrimas corrian por las mejillas de Susan. La colera y el dolor le oprimian el estomago. Rolando Alvarez salio de la casa, se dirigio hacia ellos y se sento junto a Susan. Ella oculto su rostro entre las rodillas y dio rienda suelta a su ira:

– ?En que iglesia habra que rezar para que termine el sufrimiento de los ninos? ?Acaso no son ellos los unicos inocentes en este planeta de locos?

Alvarez se incorporo de un salto y miro de arriba abajo a aquella mujer. Con una voz feroz y despiadada le dijo que Dios no podia estar en todas partes, que no podia salvar a todo el mundo. A Susan le parecia que desde hacia tiempo ese Dios habia dejado de preocuparse de Honduras.

– Levantese y deje de apiadarse de si misma -anadio el hombre-. Hay centenares de cuerpos de ninos enterrados en estos valles. No era mas que una huerfana que habia perdido la pierna. Esta mejor con sus padres que aqui. Esta pena no es la suya y nuestras tierras estan demasiado inundadas como para que usted anada sus lagrimas. ?Si no puede soportarlo, vuelvase a su pais!

El hombre, de estatura imponente, se dio media vuelta y desaparecio en una esquina de la calle. Juan dejo a Susan con su silencio. Tomo el mismo camino que Alvarez y encontro al hombre junto a una pared de tierra. Estaba llorando.

Fue una primavera de luto, que transcurrio al ritmo de las cartas que se cruzaban en alguna parte del cielo de Centroamerica.

En marzo, Philip participo a Susan su inquietud. Los diarios neoyorquinos relataban en sus columnas las causas y las consecuencias del estado de sitio instaurado en Nicaragua, una frontera que para su gusto se encontraba demasiado cerca de ella. Susan le respondio que el valle de Sula estaba lejos de todo. Cada carta de Philip terminaba con una frase o una palabra que evocaba su ausencia y el dolor que la misma le causaba. Cada respuesta de Susan eludia el tema. Philip trabajaba para una agencia de publicidad que tenia su sede en Madison Avenue.

Cada manana, tras cruzar el Soho a pie subia al autobus para, media hora mas tarde, sentarse en su oficina. Todo su equipo se hallaba en un estado febril puesto que concursaba para hacerse con la campana de prensa de Ralph Lauren. Si ganaban, la carrera de Philip arrancaria al instante. Era su primer ensayo en calidad de creativo y ya sonaba, sentado a su mesa de trabajo, con el dia en que dirigiria el departamento. Como de costumbre, estaba agobiado por el trabajo y debia entregar sus dibujos casi antes de que hubiesen sido encargados.

Despues de haber huido de su casa al alba del primer dia del ano, Mary le habia llamado. Desde entonces se encontraban dos veces por semana en la esquina de Prince y Mercer Street para luego ir a cenar a Fanelli's, donde el menu era asequible. Con el pretexto de contarle un buen tema para un articulo, el a menudo le hablaba de Susan, exagerando las historias que esta le relataba en sus cartas. La velada continuaba en la atmosfera ruidosa y llena de humo del lugar. Cuando en medio de una frase el veia que los parpados de ella comenzaban a cerrarse, pedia la cuenta y la acompanaba a pie hasta su casa.

Desde finales del mes de marzo, cuando llegaba el momento de despedirse ambos se sentian molestos. Sus caras se acercaban, pero en el instante confuso de la promesa de un beso Mary retrocedia sutilmente para desaparecer al instante, protegida por la entrada lugubre de su edificio. Entonces Philip hundia sus manos en los bolsillos de su abrigo y regresaba a casa, interrogandose sobre la relacion que se estaba creando entre la periodista becada y el creativo publicitario.

En las calles los vestidos de las mujeres anunciaban la llegada de la primavera. Su trabajo le exigia tanta dedicacion que no pudo ver ni los primeros brotes de abril, ni tampoco las hojas de junio. El 14 de julio un rayo cayo sobre las dos centrales electricas de Nueva York, sumiendo a toda la ciudad en la oscuridad durante veinticuatro horas. El «gran apagon», que ocupo la portada de todos los diarios del mundo, altero las estadisticas de la natalidad nueve meses mas tarde. En cambio, Philip paso esa noche a solas, en su casa, dibujando a la luz de tres velas puestas sobre su mesa de trabajo.

A mediados del mes de agosto Mary paso una semana en casa de unos amigos en los Hamptons. Al dia siguiente comenzaria a trabajar como periodista independiente en la redaccion del Cosmopolitan.

El avion de Susan abandonaba su escala de Miami. En Newark, la terminal estaba en obras. Philip habia acudido a esperarla a la escalerilla. Aunque solo fuese por una vez. Ella dejo la bolsa en el suelo y se hundio en sus brazos. Permanecieron asi abrazados largo rato. El cogio su mano y la condujo a la cafeteria.

– ?Y si nuestra mesa esta ocupada?

– ?Eso ya esta arreglado!

– Parate y deja que te mire. ?Has envejecido!

– ?Que simpatica! ?Gracias!

– No. Te encuentro muy guapo.

Ella paso los dedos por las mejillas de el, le sonrio con ternura y lo arrastro hacia aquel rincon que se habia convertido en propio. A pesar del cansancio, Susan estaba radiante. El la interrogo largo y tendido sobre el ano que acababa de transcurrir, como para borrar asi cualquier resto de los ultimos minutos de su anterior encuentro. Ella no menciono en ningun momento su invierno. Mientras ella le describia su jornada diaria habitual, Philip tomo el lapiz y dibujo su rostro en una hoja de su cuaderno de espiral.

– Y tu Juan, ?como esta?

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