– Tranquilo, voy a llamar a una ambulancia ahora mismo -le dijo, acariciandole la frente.

Se dirigio al escritorio en busca del telefono. Arthur consiguio sostener el vaso con la mano derecha, pero la izquierda no obedecia ninguna orden. El liquido helado se deslizo por la garganta y lo trago. Quiso levantarse, pero su pierna permanecia inmovil. La anciana se dio la vuelta para controlarle; habia recuperado un poco el color. Estaba a punto de descolgar el auricular cuando sono el telefono.

– ?La proxima vez te ries de tu padre! -grito Paul.

– ?Del padre de quien tendre el honor de reirme? -pregunto la senora Morrison.

– ?No estoy llamando a casa de Arthur?

Y el descanso habia sido breve. Betty entro como un huracan donde estaba durmiendo Lauren.

– Date prisa, nos acaba de avisar la centralita, diez ambulancias vienen hacia aqui. Una bronca en un bar.

– ?Estan libres las salas de reconocimiento? -pregunto Lauren, puniendose en pie de un salto.

– Solo hay un paciente, nada grave.

– Pues sacame a ese tipo de ahi y pide refuerzos: diez unidades moviles pueden traernos hasta veinte heridos.

Paul oyo a lo lejos el aullido de la sirena, miro por el espejo retrovisor y vio el centelleo intermitente de las luces giratorias que se aproximaban. Acelero, tamborileando inquieto en al volante. Su coche se detuvo por fin delante del edificio donde vivia Arthur. La puerta del vestibulo estaba abierta, se precipito hacia la escalera, subio los peldanos corriendo y llego al apartamento jadeando.

Su amigo estaba tumbado a los pies del sofa y la senora Morrison le tenia la mano cogida.

– Nos has dado un susto de muerte -le dijo-, pero creo que esta mejor. He llamado a una ambulancia.

– Ya viene -dijo Paul, acercandose-. ?Como te encuentras? – Le pregunto, con una voz que disimulaba muy mal su inquietud.

Arthur volvio la cabeza en su direccion y Paul se dio cuenta enseguida de que algo no iba bien.

– No te veo -murmuro.

Capitulo 8

El camillero se aseguro de que la camilla estuviera bien ajustada y le puso el cinturon de seguridad. Pico en el cristal que lo separaba del conductor y la ambulancia se puso en marcha. Asomada al balcon del apartamento de Arthur, la senora Morrison vio como el vehiculo de emergencias giraba en el cruce antes de desparecer con las sirenas encendidas.

Volvio a cerrar la ventana, apago las luces y regreso a su casa. Paul habia prometido llamar en cuanto supiera algo. Se arrellano en su sillon, a la espera de que el telefono sonara en el silencio.

Paul se sento al lado del enfermero que vigilaba la tension de Arthur. Su amigo le hizo una sena para que se acercara.

– Que no nos lleven al Memorial -le murmuro al oido-. Ya he estado antes ahi.

– Razon de mas para volver y montarles un escandalo. Que te hayan dejado salir en este estado demuestra falta de profesionalidad.

Paul se interrumpio el tiempo justo para mirar a Arthur con aire circunspecto.

– ?La has visto?

– Es ella quien me ha examinado.

– ?No me lo creo!

Arthur volvio la cabeza, sin responder.

– Por eso has sufrido esta crisis, amigo mio, tienes el sindrome del corazon roto, llevas sufriendo demasiado tiempo.

Paul corrio la pequena mampara de separacion y le pregunto al conductor a que hospital se dirigian.

– Al Mission San Pedro -contesto el chofer.

– Perfecto -mascullo Paul, volviendo a cerrarla.

– ?Sabes que? Esta tarde me he encontrado con Carol-Ann -murmuro Arthur.

Paul lo miro, esta vez con aire compasivo.

– No es nada grave, relajate, estas delirando un poquito y crees que ves a todas tus ex novias, pero se te pasara.

La ambulancia llego a su destino diez minutos mas tarde.

Desde el momento en que los camilleros entraron en el vestibulo del Mission San Pedro Hospital, Paul comprendio la estupidez que habia cometido. La enfermera Cybile abandono su libro y su garita para guiar a los camilleros hacia una sala de exploracion. Instalaron a Arthur en la mesa y se despidieron.

Mientras tanto, Paul relleno el informe en el mostrador de recepcion. Era mas de medianoche cuando Cybile volvio; ya habia avisado al interno que estaba de servicio y juro que no tardaria en presentarse. El doctor Brisson estaba terminando la ronda de visitas en las plantas superiores. En la sala de exploracion, Arthur ya no sufria, sino que se habia sumergido dulcemente en el limbo de un sueno abismal. La migrana habia cesado por fin, como por encanto. Y en cuanto hubo desaparecido el dolor, Arthur, feliz, volvio a ver…

«La rosaleda estaba esplendida, rebosante de rosas de mil colores. Ante el se abria una cardinale blanca, de un tamano que no habia visto nunca. La senora Morrison llego tarareando. Corto la flor cuidadosamente bastante por encima del nudo que se formaba en el tallo y se la llevo al porche. Se instalo en el balancin, con Pablo dormido a sus pies. Arranco los petalos uno a uno y los cosio en la chaqueta de tweed con infinita delicadeza. Era una idea preciosa utilizarlos de ese modo para reemplazar el bolsillo que faltaba. La puerta de la casa se abrio y su madre descendio los peldanos del tramo de la escalera. Llevaba una bandeja de mimbre con una loza de cafe y galletas para el perro. Se agacho, y se las dio al animal.

– Esto es para ti, Kali -dijo.

»?Por que la senora Morrison no le decia la verdad a Lili?

El perrito respondia al nombre de Pablo, que idea tan extrana la de llamarlo Kali.

»Pero Lili no cesaba de repetir, cada vez mas fuerte: 'Kali, Kali, Kali', y la senora Morrison, que se columpiaba cada vez mas alto, repetia a su vez, riendose: 'Kali, Kali, Kali'. Las dos mujeres se volvieron hacia Arthur y, con un dedo autoritario en los labios, le ordenaron que debia permanecer callado. Arthur estaba furioso. Aquella complicidad repentina le irritaba sobremanera. Se levanto, y lo mismo hizo el viento.

»La tormenta avanzaba desde el oceano a toda velocidad. Unas gotas pesadas martilleaban en el tejado. Las nubes impregnadas de agua que se agrupaban en el cielo de Carmel estallaron sin miramientos sobre la rosaleda. Bajo el impacto de la lluvia, se formaron alrededor de el decenas de pequenos crateres. La senora Morrison abandono la chaqueta en el balancin y entro en la casa. Pablo la siguio de inmediato, con el rabo entre las patas, pero en el umbral de la puerta el animal dio media vuelta, ladrando como para prevenir de un peligro. Arthur llamo a su madre. Grito con todas sus fuerzas en una lucha contra el viento que confinaba sus palabras al interior de su garganta. Lili se volvio, miro a su hijo con rostro afligido y luego desaparecio, engullida por las sombras del pasillo. El postigo de la ventana del despacho azotaba la fachada y chirriaba al girar sobre sus goznes. Pablo avanzo hasta el primer peldano del tramo de escalera aullandole a la muerte.

Abajo en la playa el oceano se desbocaba. Arthur penso que seria imposible llegar a la cueva, al pie del acantilado.

Sin embargo, era el lugar ideal para esconderse. Miro a lo lejos, hacia la bahia, y el oleaje voluptuoso le provoco una violenta nausea.

Tuvo una arcada y se inclino.

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