– ?No es lo que parece! Esa mujer es a la que Arthur ama desde hace anos.
Onega lo miro fijamente. Sus ojos brillaban de desesperacion.
– Y tu, ?a quien amas? -pregunto, orgullosa, levantando la cabeza.
Paul dejo varios billetes encima de la barra y se la llevo cogida del hombro.
– Me parece que no me encuentro bien -dijo Onega, al tiempo que recorria los pocos metros de acera que los separaban del coche.
A su izquierda, un pequeno callejon se adentraba en la noche. Paul la llevo hacia alli. Los adoquines deteriorados brillaban con un resplandor sombrio; un poco mas lejos, varias cajas de madera los pondrian al abrigo de las miradas indiscretas. Sobre la reja de una alcantarilla, Paul sostuvo a Onega mientras esta se vaciaba de un exceso de disgusto.
Tras la ultima sacudida, saco un panuelo del bolsillo y le seco los labios. Onega se irguio, orgullosa y distante.
– ?Llevame a casa!
El cabriole subio por O'Farrell. Con la melena al viento, Onega empezaba a recuperar el color. Paul circulo largo rato antes de detenerse ante el pequeno edificio donde vivia su amiga. Apago el motor y la miro.
– No te he mentido -dijo Paul, rompiendo el silencio.
– ?Lo se! -murmuro la joven.
– ?Realmente era necesario todo esto?
– Tal vez algun dia aprendas a conocerme. No te invito a subir, no me encuentro en condiciones de recibirte en casa.
Bajo del coche y avanzo hacia la entrada del edificio. En el umbral de la puerta, se volvio blandiendo el panuelo de Paul.
– ?Puedo quedarmelo?
– ?No te preocupes por eso, tiralo!
– En mi tierra, nunca nos deshacemos de la primera prenda de amor.
Onega entro en el vestibulo y subio la escalera. Paul espero hasta que se ilumino la ventana de su apartamento, y luego se alejo por la calle desierta.
El inspector Pilguez se abrocho los botones de la chaqueta del pijama y se miro en el gran espejo del dormitorio.
– Te queda muy bien -dijo Nathalia-, lo he sabido en cuanto lo he visto en la tienda.
– Gracias -dijo George, dandole un beso en la nariz.
Nathalia abrio el cajon de la mesilla de noche y saco un pequeno tarro de cristal y una cuchara.
– ?George! -dijo, con voz resuelta.
– ?Oh, no! -suplico el.
– Lo prometiste -replico ella, forzandolo a meterse la cuchara en la boca.
La mostaza picante invadio sus papilas gustativas y los ojos del inspector enrojecieron de inmediato. Enfadado, dio un pisoton en el suelo e inspiro a fondo por la nariz.
– ?Dios bendito, como pica esta cosa!
– ?Lo siento, carino, pero si no, roncas toda la noche! -dijo Nathalia, tumbada ya bajo las sabanas -. ?Vamos, ven a acostarte!
En el ultimo de los tres pisos de una casa victoriana situada en lo mas alto de Pacific Heights, una joven interna leia tumbada en la cama. Su perra
Lauren habia dejado a un lado los tratados habituales de neurologia a favor de una tesis que habia sacado de la biblioteca de la facultad. Trataba de los estados de coma.
Pablo fue a acurrucarse a los pies del sillon donde se habia dormido la senora Morrison. El dragon de Fu Man Chu habia realizado una de sus mas bellas cascadas, pero a pesar de ello, aquella noche Morfeo gano el combate.
Inclinada en el lavabo, Onega recogio agua en el hueco de las manos. Se froto la cara, levanto otra vez la cabeza y se miro en el espejo. Deslizo las manos sobre las mejillas, realzo los pomulos y subrayo con el dedo una pequena arruga en el contorno de los ojos. Con la yema del indice, siguio el dibujo de la boca, descendio a lo largo del cuello que pellizco con una sonrisa. Luego, apago la luz.
Alguien dio unos golpecitos en la puerta del pequeno estudio y Onega atraveso la estancia unica que hacia las veces de dormitorio y de salon, comprobo que la cadenilla de seguridad estuviera echada y abrio. Paul solo queria asegurarse de que todo iba bien. Mientras uno no este muerto, le contesto Onega, nada es realmente grave. Lo hizo pasar, y cuando volvio a cerrar la puerta, la sonrisa que se dibujaba en sus labios no se parecia en nada a la que se estaba borrando en el vaho que impregnaba el espejo del cuarto de bano.
Una enfermera entro en la habitacion 307 del Memorial Hospital, le tomo la tension a Arthur y salio de nuevo. Los primeros albores del dia entraban por la ventana que daba al jardin.
Lauren se estiro cuan larga era. Con los ojos todavia entumecidos por el sueno, cogio la almohada y la estrecho entre sus brazos. Miro el pequeno despertador, aparto el edredon y rodo a un lado.
La luz dorada que se filtraba entre las persianas anunciaba un hermoso dia.
Se sento en el borde de la cama y entonces recordo que no tenia guardia.
Salio del dormitorio, fue hasta un rincon de la cocina, pulso el boton del hervidor electrico y espero a que el agua se pusiera a palpitar.
Su mano se deslizo hacia el telefono. Miro el reloj del horno y se echo atras. Aun no eran las ocho, Betty no habria llegado todavia.
Una hora mas tarde, estaba corriendo a pequenas zancadas por la avenida de Marina.
Lauren siguio con la mirada dos ambulancias que pasaron con las sirenas encendidas. Cogio el movil que llevaba colgando del cuello. Betty descolgo.
El personal de Urgencias habia sido informado de la sancion que le habian impuesto. El servicio al completo habia querido presentar una peticion exigiendo su reincorporacion inmediata, pero la enfermera jefe, que conocia bien a Fernstein, los habia disuadido. Mientras continuaba la carrera, Lauren no pudo evitar sonreir, emocionada por el hecho de que su presencia en el equipo no fuese tan anonima como ella imaginaba. Cuando la enfermera jefe empezo a contarle anecdotas, aprovecho para pedirle noticias discretas del paciente de la 307. Betty se interrumpio.
– ?Es que no te ha causado suficientes problemas?
– ?Betty!
– Como quieras. Aun no he subido a las plantas, pero te llamare en cuanto haya algo nuevo. Es una manana bastante tranquila; y tu, ?como estas?
– Aprendiendo otra vez a hacer cosas totalmente inutiles.
– ?Como que?
– Esta manana me he pasado diez minutos largos maquillandome.
– ?Y luego? -pregunto Betty, llena de curiosidad.
– ?Me he desmaquillado!
Betty estaba guardando una pila de carpetas en la casilla de los internos, con el auricular sujeto entre el hombro y la mejilla.
– Ya veras: quince dias de descanso te haran recuperar el gusto por los pequenos placeres de la vida.
Lauren se detuvo a la altura del chiringuito para comprar una botella de agua mineral, que vacio casi de un