– Mi padre tambien le decia unas frases muy bonitas a mi madre cuando queria seducirla.

– Pero usted no es ella.

– No, yo tengo un trabajo, una carrera, una meta que alcanzar, y nada puede desviarme. Soy libre.

– Lo se, por ese motivo yo…

– Usted, ?que? -dijo ella, interrumpiendolo.

– Nada, pero pienso que no es solamente el lugar al que uno va lo que da un sentido a la vida, sino tambien la manera de llegar alli.

– ?Es lo que le decia su madre?

– No, es lo que pienso yo.

– Entonces, ?por que rompio con aquella mujer a la que tanto echa de menos? ?Por algunas incompatibilidades?

– Digamos que pasamos muy cerca el uno del otro. Yo fui tan solo un inquilino de esa felicidad y ella no pudo renovar mi contrato.

– ?Cual de los dos rompio?

– Ella me dejo y yo la deje partir.

– ?Por que no lucho?

– Porque la lucha le habria hecho dano. Se trataba de una pregunta que habia que plantearle a la inteligencia del corazon. Anteponer la felicidad del otro en detrimento de la propia es un hermoso motivo, ?no?

– Pero usted aun no se ha curado.

– ?No estaba enfermo!

– ?Me parezco yo a esa mujer?

– Tiene unos meses mas que ella.

Al otro lado de la calle, un comerciante cerraba su tenderete para turistas. Estaba sujetando con pinzas las postales.

– Tendriamos que haber comprado una -dijo Arthur-, yo habria escrito algunas palabras y usted la habria echado.

– ?Cree realmente que se puede amar a una misma persona durante toda la vida? -pregunto Lauren.

– Nunca me ha dado miedo lo cotidiano, la costumbre no es una fatalidad. Uno puede reinventar todos los dias el lujo y la banalidad, lo desmesurado y lo comun. Creo en la pasion que se va desarrollando, en la memoria del sentimiento. Lo lamento, todo esto es culpa de mi madre, que me atiborro de ideales amorosos. Esto pone el liston muy alto.

– ?Para el otro?

– No, para uno mismo. Soy muy anticuado, ?no?

– Lo antiguo tiene su encanto.

– He procurado preservar una parte de mi infancia.

Lauren levanto la cabeza y miro a Arthur a los ojos. Sus rostros se acercaron imperceptiblemente.

– Tengo ganas de besarte -dijo Arthur.

– ?Por que me lo pides en lugar de hacerlo? -contesto Lauren.

– Ya te he dicho que soy terriblemente anticuado.

La persiana de la tienda chirrio sobre los railes metalicos.

Sono una alarma. Arthur se enderezo, azorado, reteniendo la mano de Lauren en la suya, y se levanto de un salto.

– ?Tengo que irme!

Los rasgos de Arthur habian cambiado y Lauren adivino en su rostro las huellas de un dolor repentino.

– ?Algo va mal?

La alarma de la tienda sonaba cada vez mas fuerte, zumbaba en el interior de sus oidos.

– No puedo explicartelo, pero es necesario que me vaya.

– ?No se adonde vas, pero te acompano! -dijo ella mientras se levantaba.

Arthur la cogio entre sus brazos, con los ojos fijos en ella fue incapaz de dilatar el abrazo.

– Escuchame, cada segundo cuenta. Todo lo que te he dicho es cierto. Si puedes, querria que me recordaras. Yo no te voy a olvidar. Otro instante contigo, aunque fuese muy breve, valdria la pena.

Arthur se alejo.

– ?Por que dices otro instante? -grito Lauren, aterrorizada.

– Ahora el mar esta lleno de maravillosos cangrejos.

– ?Por que dices otro instante, Arthur? -aullo Lauren.

– Cada minuto contigo fue como un momento robado. Nada me lo podra quitar. Haz girar el mundo, Lauren, tu mundo.

Dio unos pasos mas y echo a correr. Lauren grito su nombre y Arthur se dio la vuelta.

– ?Por que has dicho otro instante contigo?

– ?Sabia que existias! Te amo, pero es algo que no te concierne.

Y Arthur desaparecio entre las sombras a la vuelta de una callejuela.

La persiana metalica finalizo lentamente su trayecto hasta el tope de la acera. El comerciante dio vuelta a la llave en el pequeno cajon pegado a la pared y la sirena infernal se callo. En el interior de la tienda, la central de la alarma continuaba emitiendo un bip a intervalos regulares.

Un monitor difundia un halo de luz verde en la penumbra de la habitacion. El electroencefalografo emitia una serie de pitidos estridentes a intervalos regulares. Betty entro en la estancia, encendio la luz y se precipito hacia la cama. Consulto el papel que salia de la pequena impresora y descolgo el telefono de inmediato.

– Reanimacion en la 307, localicenme a Fernstein, este donde este, y diganle que venga lo antes posible. Avisen a la cabina de neuro y que suba un anestesista.

La niebla se extendia por los barrios bajos de la ciudad.

Lauren abandono el banco y atraveso la calle, donde todo parecia en blanco y negro. Cuando entro en Green Street, la noche se estaba cargando de nubes. La lluvia fina fue reemplazada por una tormenta de verano. Lauren levanto la cabeza y miro el cielo. Se sento en el murete de un cercado y permanecio alli largo rato, bajo el chaparron, contemplando la casa victoriana que se erigia en lo alto de Pacific Heights.

Cuando ceso el aguacero, penetro en el vestibulo, subio los peldanos de la escalera y entro en su apartamento.

Tenia el pelo empapado, dejo toda la ropa en el salon, se froto la cabeza con un trapo que cogio de un colgador de la cocina y se arropo con una manta que le quito al respaldo de un sillon.

En la cocina, abrio un armario y descorcho una botella de burdeos. Se sirvio un gran vaso, avanzo hasta la alcoba y contemplo las torretas de Ghirardelli Square, alla abajo. A lo lejos, retumbo en la bahia la sirena antiniebla de un gran carguero que zarpaba hacia China. Lauren lanzo una mirada de soslayo al sofa que le abria los brazos. Lo ignoro y avanzo con paso decidido hacia la pequena biblioteca. Cogio un libro, lo dejo caer a sus pies, comenzo con otro y, dominada por una colera fria, dejo caer todos los manuales al suelo.

Cuando las estanterias estuvieron vacias, empujo la biblioteca y libero la ventanita que se escondia detras. Luego la emprendio con el sofa y, echando mano de toda su fuerza, lo hizo girar noventa grados. Titubeante, recupero el vaso que habia dejado en la repisa de la alcoba y se dejo caer en cima de los cojines. Arthur tenia razon: desde alli, la vista de los tejados de las casas era esplendida. Se bebio el vino casi de un trago.

En la calle todavia humeda, una anciana que paseaba a su perro levanto la vista hacia una casita donde una sola ventana dispensaba aun un rayo de luz en la noche gris. La mano de Lauren, entorpecida por el sueno, se abrio lentamente y el vaso vacio rodo a los pies del sofa.

– Me lo llevo a la cabina -le grito Betty al interno de anestesia.

– Dejeme que le suba primero la saturacion.

– No tenemos tiempo.

– Diablos, Betty, yo soy el interno aqui.

– Doctor Stern, yo era enfermera cuando usted aun llevaba panales. ?Y si le subimos la saturacion sanguinea al mismo tiempo que lo llevamos arriba?

Вы читаете Volver A Verte
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату