– No, pero resulta muy desconcertante, como si para usted nada fuera un problema.
– Me gusta buscar soluciones; es cosa de familia, mi madre era igual que yo.
– ?Echa de menos a sus padres?
– A el apenas tuve tiempo de conocerlo. Mi madre tenia una forma especial de ver la vida… diferente, como usted dice.
Arthur se agacho para coger un poco de arena.
– Un dia -dijo-, me encontre en el jardin una moneda de un dolar y me parecio que era increiblemente rico. Corri hacia ella con mi tesoro oculto en la palma de la mano. Se lo ensene, orgullosisimo de mi descubrimiento. Despues de escuchar como le dictaba una lista de cosas que iba a comprar con semejante fortuna, ella me volvio a cerrar los dedos sobre la moneda, le dio la vuelta a mi mano con delicadeza y me pidio que la abriera.
– ?Y?
– El dolar se cayo al suelo. Mama me dijo: «Esto es lo que pasa cuando morimos, incluso al hombre mas rico de la tierra. El dinero y el poder no nos sobreviven. El hombre solo recrea la eternidad de su existencia en los sentimientos que comparte». Y era cierto; ya han pasado muchos anos desde que murio, tantos, que deje de contar los meses sin perder un solo dia. Aparece en ocasiones en el instante de la mirada con la que me enseno a enfocar las cosas, en un paisaje, en un anciano que atraviesa la calle con su historia a cuestas. Surge en un reguero de lluvia, en un reflejo de luz, en el giro de una palabra durante una conversacion; mi madre es mi inmortal.
Arthur dejo que se filtrasen los granos de arena entre sus dedos. Hay penas de amor que el tiempo nunca borra y que dejan en las sonrisas cicatrices imperfectas.
Lauren se aproximo a Arthur, lo cogio del brazo, lo ayudo a levantarse, y luego continuaron caminando por la playa.
– ?Como se consigue esperar a alguien tanto tiempo?
– ?Por que vuelve a hablarme de eso?
– Porque me tiene intrigada.
– Vivimos el principio de una historia, y ella fue como una promesa que la vida no mantuvo; pero yo siempre mantengo mis promesas.
Lauren le solto el brazo y Arthur la observo alejarse sola, hacia la orilla. Espero unos instantes antes de ir a su lado; ella estaba jugando a rozar las olas con la punta del pie.
– ?He dicho algo que no debia?
– No -murmuro Lauren-, al contrario. Creo que ya es hora de volver, de verdad que tengo mucho trabajo.
– ?Y no puede esperar hasta manana?
– Manana o esta tarde, ?que cambia eso?
– Un deseo puede cambiarlo todo, ?no le parece?
– ?Y que desea?
– Continuar paseando por esta playa en su compania y acumular meteduras de pata.
– Podriamos cenar juntos esta noche -sugirio Lauren.
Arthur entorno los ojos como si estuviera dudando. Ella le dio una palmada en el hombro.
– Yo elijo el sitio -dijo el, riendo-, solo para demostrarle que turismo y gastronomia no siempre hacen mala pareja.
– ?Adonde vamos?
– Al Cliff House, ahi -dijo, senalando un acantilado a lo lejos.
– ?He vivido siempre en esta ciudad y jamas he puesto los pies!
– He conocido a parisienses que nunca habian subido a la torre Eiffel.
– ?Ha estado en Francia? -pregunto ella, con expresion maravillada.
– En Paris, y en Venecia, en Tanger…
Y Arthur se llevo a Lauren alrededor del mundo, mientras el mar, cada vez mas alto, borraria sus pasos al terminar el dia.
La sala, de madera oscura, estaba casi vacia. Lauren entro la primera. Un maitre con librea fue a recibirles. Ella pidio una mesa para dos. El le sugirio que esperase a su acompanante en el bar. Sorprendida, Lauren se volvio. Arthur habia desaparecido. Retrocedio y lo busco en la escalera. Lo encontro en el peldano mas alto, esperando, con una sonrisa en los labios.
– ?Que esta haciendo ahi?
– La sala de abajo es siniestra, esto de aqui es mucho mas alegre.
– ?Usted cree?
– Este sitio es horrible, ?verdad?
Lauren asintio con la cabeza, contrariada.
– Exactamente lo que yo decia. Vamonos a otra parte, pues.
– ?Pero si la mesa esta reservada! -exclamo, molesta.
– En ese caso, no diga nada. Esta mesa sera la nuestra, intentaremos acordarnos siempre, sera el lugar donde compartimos nuestra primera cena.
Arthur se llevo a Lauren al aparcamiento del establecimiento y le pidio que llamara a un taxi. El no llevaba el telefono encima. Lauren saco el suyo y llamo a la compania.
Un cuarto de hora despues, un Pier 39 los dejo en el malecon, decididos a probar todos los lugares turisticos de la ciudad. Si no estaban demasiado cansados, hasta irian a tomar una copa a Chinatown. Arthur conocia un bar inmenso donde se vaciaban autocares de extranjeros hasta ultimas horas de la noche.
Estaban caminando sobre las tablas cuando Lauren creyo reconocer a Paul a lo lejos, con los codos apoyados en la balaustrada, en plena conversacion con una chica preciosa de piernas larguisimas.
– ?No es ese su amigo? -pregunto.
– Si, desde luego que es el -contesto Arthur, dando media vuelta.
Lauren lo alcanzo.
– ?No quiere que vayamos a saludarlo?
– No, no me gustaria interrumpir la velada. Venga, vayamos mejor por ahi.
– ?Es que teme que nos vean juntos?
– ?Que tonteria! ?Por que piensa semejante cosa?
– Porque ha puesto cara de tener miedo.
– Le aseguro que no. Pero mi amigo se pondria terriblemente celoso si se enterase de que mi primera salida ha sido con usted. Sigame, la llevare a Ghirardelli Square, la antigua chocolateria esta repleta de japoneses a esta hora de la noche.
En el paseo, la fiesta estaba en su apogeo. Cada ano, los pescadores de la ciudad festejaban alli el inicio de la temporada de la pesca del cangrejo.
El dia habia perdido sus ultimos reflejos luminosos y la luna se elevaba en el cielo estrellado de la bahia. Sobre las hogueras, grandes calderos con agua de mar rebosaban de crustaceos que se repartian entre los paseantes. Lauren degusto con gran apetito seis tenazas gigantescas que un afable marinero habia abierto para ella. Arthur la contemplaba disfrutar, encantado. Ella rego la cena improvisada con tres vasos llenos a rebosar de un cabernet sauvignon del valle de Nappa. Despues de chuparse los dedos, se colgo del brazo de Arthur con aire culpable.
– Creo que acabo de fastidiar nuestra cena -dijo-: ?una sola pastilla de chocolate y reviento!
– Me parece que esta un poco piripi.
– Es posible. ?Ha subido el mar o soy yo quien se balancea?
– ?Las dos cosas! Venga, vamos a tomar un poco de aire.
Se apartaron de la multitud y se sentaron en un banco iluminado por una vieja farola solitaria.
Lauren apoyo una mano en la rodilla de Arthur y se lleno los pulmones con el aire fresco de la noche.
– Esta manana no ha venido a verme solo para darme las gracias, ?verdad?
– He venido a verla porque, aunque no se explicarmelo, la echaba de menos.
– No diga estas cosas.
– ?Por que? ?Tiene miedo?