– Al huevo fertilizado de un simio -dijo Kevin-. De un bonobo, para ser mas exacto.
– Y lo que en realidad estabas haciendo -prosiguio Jack era crear un organo perfecto para trasplantar a un individuo especifico.
– Exactamente -dijo Kevin-. Al principio no lo habia planeado asi. Me dedicaba a la investigacion pura. Alguien me arrastro a esta aventura porque intuyo su potencial economico.
– ?Vaya! -exclamo Jack-. Es ingenioso e impresionante, pero tambien aterrador.
– Mas que aterrador -dijo Kevin-, es una especie de tragedia. El problema es que transferi demasiados genes humanos y cree accidentalmente una raza de protohumanos.
– ?Algo asi como hombres de Neanderthal? -pregunto Laurie.
– Varios millones de anos mas primitivos -respondio Kevin-. Algo similar a Lucy. Sin embargo, son lo bastante inteligentes para usar fuego, fabricar herramientas e incluso hablar. Creo que se asemejan a lo que eramos hace cuatro o cinco millones de anos.
– ?Y donde estan esas criaturas? -pregunto Laurie, alarmada.
– En una isla cercana -respondio Kevin-, donde han estado viviendo en relativa libertad. Por desgracia, las cosas cambiaran muy pronto.
– ?Por que? -pregunto Laurie, imaginando a esos protohumanos. En su infancia habia sentido verdadera fascinacion por los hombres de las cavernas.
Kevin relato rapidamente la historia del humo que los habia impulsado a visitar la isla. Conto como los animales los habian capturado y rescatado. Tambien les hablo del destino de los bonobos, condenados a pasar el resto de sus vidas en celdas de cemento por ser demasiado humanos.
– ?Es horrible! -dijo Laurie.
– ?Un desastre! -convino Jack-. ?Que historia!
– El mundo no esta preparado para una raza nueva -dijo Warren-. Ya hay suficientes problemas con las que tenemos.
– Estamos llegando a la costa -anuncio Kevin-. La plazoleta que da al muelle esta a la vuelta de la esquina.
– Entonces para aqui -dijo Jack-. Cuando llegamos habia un soldado.
Kevin aparco a un lado de la calle y apago las luces. Dejo el motor encendido para que no se apagara el aire acondicionado. Jack y Warren bajaron por la puerta trasera, corrieron hacia la esquina y espiaron con sigilo.
– Si nuestra embarcacion no esta alli, ?habra alguna otra? -pregunto Laurie.
– Me temo que no -respondio Kevin.
– ?Y hay alguna otra forma de salir de la ciudad, que no sea a traves de la valla? -pregunto ella.
– No -respondio el.
– Que el cielo nos proteja -dijo ella.
Jack y Warren regresaron de inmediato. Kevin bajo la ventanilla.
– Hay un soldado -dijo Jack-. No parece estar alerta. De hecho, es posible que este dormido. Pero de todos modos tendremos que ocuparnos de el. Sera mejor que espereis aqui.
– Por mi, estupendo -dijo Kevin. Se alegraba de poder dejar ese asunto en otras manos. Si hubiera tenido que resolverlo el, no habria sabido que hacer.
Jack y Warren regresaron a la esquina y desaparecieron tras ella.
Kevin subio la ventanilla.
Laurie miro a Natalie y meneo la cabeza.
– Lamento haberte metido en este embrollo. Supongo que debi haber previsto el curso que iban a tomar los acontecimientos. Jack tiene un talento especial para meterse en lios.
– No tienes por que disculparte -dijo Natalie-. No es culpa tuya. Ademas, ahora estamos mejor que hace quince o veinte minutos.
Jack y Warren reaparecieron en un tiempo asombrosamente breve. Jack empunaba una pistola y Warren un rifle de asalto. Subieron al Toyota por la puerta trasera.
– ?Algun problema? -pregunto Kevin.
– No -respondio Jack-. El tipo ha sido muy complaciente.
Claro que Warren es muy persuasivo cuando se lo propone.
– ?El bar Chickee tiene aparcamiento? -pregunto Warren.
– Si -respondio Kevin.
– Conduce hacia alli -indico Warren.
Kevin retrocedio, giro a la derecha y luego a la izquierda.
Al final de la calle, entro en un amplio aparcamiento asfaltado.
Inmediatamente delante de ellos se alzaba la oscura silueta del bar Chickee y, al otro lado, se veia la vasta expansion del estuario, cuya superficie brillaba a la luz de la luna.
Acerco el coche al bar y freno.
– Esperad aqui -dijo Warren-. Ire a ver si la piragua sigue en su sitio.
Bajo empunando el rifle de asalto y desaparecio al otro lado del bar.
– Es muy rapido -observo Melanie.
– No sabes cuanto -dijo Jack.
– ?Aquello que se ve al otro lado del rio es Gabon? -pre gunto Laurie.
– Exactamente-respondio Melanie.
– ?A que distancia esta? -pregunto Jack.
– A unos seis kilometros en linea recta -respondio Kevin-.
Pero deberiamos intentar llegar a Coco Beach, que esta a unos dieciseis kilometros. Desde alli podremos ponernos en contacto con la Embajada de Estados Unidos de Libreville.
Ellos nos ayudaran.
– ?Cuanto tardariamos en llegar a Coco Beach? -pregunto Laurie.
– Calculo que poco mas de una hora -respondio Kevin-.
Claro que depende de la velocidad de la embarcacion.
Warren reaparecio y se acerco al coche. Una vez mas, Kevin bajo la ventanilla.
– Todo en orden -dijo Warren-. El bote esta en su sitio.
Ningun problema.
– ?Bravo! -exclamaron todos al unisono y bajaron del coche.
Kevin, Melanie y Candace cogieron las bolsas de lona.
– ?Es la totalidad de vuestro equipaje? -bromeo Laurie.
– Asi es -respondio Candace.
Warren guio al grupo hacia el oscuro bar y luego hacia la escalinata que conducia a la playa.
– Corramos hacia el muro de contencion -dijo Warren haciendo senas a los demas para que lo precedieran.
Debajo del muelle estaba oscuro y tuvieron que caminar despacio. Por encima del rumor de las pequenas olas al chocar con la costa, podian oir a los cangrejos reptando en sus madrigueras de arena.
– Tenemos un par de linternas -dijo Kevin-. ?Las encendemos?
– No corramos riesgos innecesarios -dijo Jack en el preciso momento en que chocaba con el bote. Se aseguro de que la embarcacion estuviera razonablemente estable antes de indicar a los demas que subieran y se acomodaran en la popa.
En cuanto lo hicieron, la proa se elevo, mas ligera. Jack se inclino sobre la piragua y comenzo a empujar.
– Cuidado con las vigas transversales -dijo mientras saltaba a bordo.
Todos colaboraron, cogiendo los tablones de madera y empujando el boterio adentro. En cuestion de minutos llegaron al final del muelle, bloqueado por el dique flotante.
Entonces giraron el bote en direccion al agua iluminada por la luna.
Habia solo cuatro remos, y Melanie insistio en remar con los hombres.
– No quiero encender el motor hasta que estemos a unos treinta metros de la costa -explico Jack-. Mejor no correr riesgos.
Todos miraron atras, hacia la aparentemente tranquila ciudad de Cogo, cuyos edificios encalados y cubiertos