grabados en la memoria, de modo que no necesito usar las manos. Piso el acelerador y se dirigio hacia el norte.

Cuando llegaron al ayuntamiento, ya habian iniciado la busqueda. Rapidamente supieron que el coche de Kevin no habia intentado cruzar la valla. En cuanto giraron hacia el aparcamiento, Cameron y Siegfried oyeron musica.

– ?Vaya! -exclamo Cameron.

Siegfried guardo silencio, preparandose para lo que comenzaba a sospechar.

Cameron freno junto al edificio. Los faros del coche iluminaron los escombros de la pared de donde habian arrancado los barrotes. La cadena estaba a la vista.

– Es un desastre -dijo Siegfried con voz tremula y bajo del vehiculo empunando la carabina. Aunque debia sujetar el arma con una sola mano, era un excelente tirador. Con tres disparos rapidos y certeros, hizo anicos tres de las botellas de vino que estaban sobre el alfeizar de la ventana del puesto de guardia. Pero la musica continuo.

Apretando el arma en su mano util, se acerco al puesto de guardia y miro por la ventana. Sobre la mesa habia un magnetofono con el volumen al maximo. Los cuatro soldados estaban dormidos en el suelo o repantigados sobre las desvencijadas sillas. Levanto el arma, disparo, y el aparato de musica volo por los aires. Un segundo despues, sobrevino un lastimoso silencio.

Siegfried se volvio hacia Cameron.

– Llame al coronel y cuentele lo sucedido. Digale que quiero que aplique la ley marcial a estos hombres. Y que envie de inmediato un contingente de tropas con un vehiculo.

– ?Si, senor!

Siegfried paso debajo de la arcada y observo los barrotes arrancados de las ventanas de la celda. Estaban forjados a mano. Tras examinar las aberturas, comprendio por que habian cedido con tanta facilidad. Debajo del estucado, la argamasa que unia los ladrillos se habia convertido en arena.

Decidio dar una vuelta alrededor del ayuntamiento para controlar sus nervios. Cuando doblaba la ultima esquina, vio las luces de un vehiculo en la calle y luego en el aparcamiento. El coche de las fuerzas de seguridad se detuvo haciendo chirriar las ruedas y el oficial de guardia se apeo.

Siegfried maldijo entre dientes mientras iba a su encuentro. Con Kevin, las mujeres y los neoyorquinos desaparecidos, el proyecto de los bonobos corria serio peligro. Tenian que encontrarlos cuanto antes.

– Senor Spallek -dijo Cameron-, tengo informacion para usted. El oficial O'Leary cree haber visto el coche de Kevin Marshall hace unos diez minutos. Naturalmente, podemos confirmar de inmediato si sigue alli.

– ?Donde? -pregunto Siegfried.

– En el aparcamiento del bar Chickee -respondio O'Leary-. Lo vi cuando hacia la ultima ronda.

– ?Habia alguien dentro?

– No senor. Nadie.

– En teoria, alli hay un guardia. ?Lo vio?

– En realidad, no, senor.

– ?Que quiere decir con 'en realidad, no'? -gruno Siegfried, harto de tanta incompetencia.

– No prestamos mucha atencion a los soldados -respondio O'Leary.

Siegfried fijo la vista en un punto lejano. Haciendo un nuevo esfuerzo por controlar su furia, se obligo a si mismo a contemplar la luz de la luna sobre la vegetacion. La belleza del paisaje lo tranquilizo ligeramente, y admitio a reganadientes que el tampoco prestaba mucha atencion a los soldados, mas que servir a un proposito determinado, sencillamente estaban alli; eran uno de los costos de hacer negocios con el gobierno ecuatoguineano. Pero ?que hacia el coche de Kevin en el aparcamiento del bar Chickee? De repente lo entendio.

– Cameron, ?han averiguado como entraron los neoyorquinos a la ciudad?

– Me temo que no -respondio Cameron.

– ?Buscaron alguna embarcacion? -pregunto Siegfried.

Cameron miro a O'Leary, que respondio con reticencia:

– No me ordenaron que lo hiciera.

– ?Y que paso cuando sustituyo a Hansen a las once?

Cuando lo puso al tanto de lo ocurrido, ?le comento el que hubieran registrado la zona en busca de un bote?

– No, senor-respondio O'Leary.

Cameron trago saliva y se volvio hacia Siegfried.

– Investigare este asunto y me pondre en contacto con usted en cuanto sepa algo.

– En otras palabras, ?nadie registro la costa para ver si habia algun maldito bote! -grito Siegfried-. Esto parece una comedia, pero le advierto que a mi no me hace la menor gracia.

– Yo di ordenes especificas de buscar una embarcacion -dijo Cameron.

– Pues esta claro que no basta con dar ordenes, cabeza de alcornoque. En teoria, usted esta al mando y es el responsable de lo que suceda.

Siegfried cerro los ojos y apreto los dientes. Habia perdido a los dos grupos. Lo unico que podia hacer a estas alturas era llamar al puesto de guardia de Acalayong, por si los profugos decidian desembarcar alli. Pero Siegfried no era optimista. Sabia que, en caso de encontrarse en una situacion parecida, el habria huido a Gabon.

De repente abrio los ojos. Acababa de cruzarsele por la cabeza una idea aun mas inquietante.

– ?La isla Francesca esta vigilada? -pregunto.

– No, senor. No hemos recibido ordenes al respecto.

– ?Y el puente que conduce a la parte continental? -insistio Siegfried.

– Estaba vigilado hasta que usted ordeno que retiraramos la guardia -respondio Cameron.

– Entonces vamos hacia alli -dijo Siegfried mientras echaba a andar hacia el coche de Cameron. En ese momento, tres vehiculos torcieron la esquina a toda velocidad y entraron en el aparcamiento. Eran jeeps del ejercito. Se acercaron a los vehiculos estacionados y se detuvieron. Los tres estaban llenos de soldados armados hasta los dientes.

Del primer vehiculo descendio el coronel Mongomo.

A diferencia de sus desalinados soldados, lucia un uniforme reluciente, con medallas incluidas. A pesar de la hora, llevaba gafas de sol similares a las de los aviadores. Saludo con solemnidad a Siegfried y dijo que estaba a sus ordenes.

– Le agradeceria que se ocupara de esos soldados borrachos -dijo Siegfried con voz controlada mientras senalaba hacia el puesto de guardia-. El oficial O'Leary lo llevara junto a otro grupo que esta en identicas condiciones. Y ordene que uno de esos coches con soldados nos siga. Puede que tengan que usar sus armas.

– -

Kevin hizo una sena a Jack para que disminuyera la velocidad. Jack obedecio y la piragua respondio en el acto. Habia entrado en el estrecho canal entre la isla Francesca y la zona continental. Estaba mas oscuro que en el resto del trayecto porque los arboles de ambas orillas formaban una boveda sobre el agua.

Kevin, preocupado por la soga de la balsa de los alimentos, se situo en la proa. Se lo habia explicado a Jack para que se mantuviera alerta.

– Es un sitio siniestro -dijo Laurie.

– Que estridentes son los gritos de los animales -observo Natalie.

– Lo que ois son ranas -explico Melanie-. Ranas romanticas.

– Esta aqui delante -dijo Kevin.

Jack apago el motor y se incorporo para levantarlo del agua.

La piragua paso por encima de la soga con un ruido seco y un leve crujido.

– Usemos los remos -sugirio Kevin-. Estamos muy cerca y no podemos arriesgarnos a chocar con un tronco en la oscuridad.

La densa vegetacion de la derecha parecia alejarse de la costa. Habian llegado al claro de la zona de estacionamiento.

– ?Oh, no! -grito Kevin desde la costa-. El puente no esta extendido.

– No hay problema -dijo Melanie-. Todavia tengo la llave.

– La levanto y la llave brillo en la luz mortecina-. Sabia que algun dia la necesitariamos.

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